La historia de la relación bilateral México-Estados Unidos siempre ha sido difícil. Desde principios del siglo XIX, nuestro vecino del norte y en plena guerra de independencia ya le traía hambre a los territorios novohispanos colindantes con ellos, principalmente Tejas, como en ese entonces se le denominaba a esa extensa porción de terreno.
Los deseos expansionistas de la nueva nación norteamericana eran insaciables y su idea de apropiarse de nuevos territorios no cejaba, por las buenas o por las malas. Así le compraron lo que hoy es el estado de la Florida a España y lo mismo sucedió con Luisiana, que era territorio francés, muchos años antes ya le habían comprado un territorio de más de 1.5 millones de kilómetros2 al imperio ruso de lo que hoy conocemos como el estado de Alaska, esto más o menos a mediados del siglo XIX, el imperio ruso afrontaba problemas financieros y de inmediato cedió a las pretensiones estadounidenses de anexarse a ese rico territorio pródigo en gas y petróleo, y en recursos hidráulicos y forestales.
A mediados del siglo antepasado también, nos quitaron Texas, Arizona y lo que en aquel entonces se conocía como la alta California, poco más de 2.5 millones de kilómetros2, que, nada más como para darnos una idea de lo que representa esto, el territorio actual de nuestro país apenas roza los 2 millones de kilómetros2, así es que échele usted sino fue mucho lo que nos arrebataron o territorios que tuvimos que ceder a la fuerza, previo sangrientas guerras, la invasión y la toma hasta de Palacio Nacional, en donde el invasor se solazó al izar la bandera de las barras y las estrellas aquel año de 1847.
He aquí el testimonio del oficial invasor, el general J. A. Quitman, al presidente del Comité Senatorial de Asuntos Militares de su país rindiendo parte de aquel deshonroso hecho para el nuestro:
“Mi edecán eligió al capitán Roberts para colocar nuestra bandera en el palacio, quien de inmediato procedió a hacerlo y para ello utilizó una pequeña bandera Cuando este símbolo del dominio de nuestro país sobre la capital de nuestro enemigo fue elevado y cuando flotaba orgullosamente, toda la línea presentó sus armas, los oficiales mostraron el saludo y fueron inclinadas las insignias de los regimientos”. Lo leo y me da escalofrío, por eso es importante nunca olvidarse de la historia y siempre tenerla presente. Hay cosas en la vida de uno y en la de todo un país que jamás se deben de olvidar, y aquí hay que incluir la gloria y la infamia.
El próximo viernes 20 tomará posesión del gobierno de los Estados Unidos un hombre que en los hechos nos ha declarado la guerra. Desde su intensión de dinamitar las bases en las cuales se asienta nuestra relación de intercambio comercial con su país, hasta su manifiesta intención de terminar de construir un muro entre ambos países para evitar, según él y sus cálculos, el flujo migratorio de ilegales a los EUA y el trasiego de drogas, eso sin contar con las amenazas para deportar a más de 11 millones de mexicanos que trabajan de aquel lado y amenazar con impuestos especiales a las empresas estadounidenses que se instalen en México o que tengan planes de expandir sus inversiones.
Como decía Alan Riding en su ya clásico libro ‘Vecinos distantes’, los Estados Unidos siempre nos han visto por encima del hombro, con cierto desdén, asombrados de lo que, según él, consideran una cultura llena de cosas exóticas, o como plasmó Jeffrey Davidow, el ex embajador estadounidense la difícil relación entre ellos y nosotros, animalizada en las figuras de un oso torpe por naturaleza y un puercoespín, pequeño pero con púas que lo protegen, hoy como nunca nos habremos de enfrentar a un hombre que a muchos estadounidenses los tiene como en una película de terror, al borde la butaca, un hombre que no entiende de razones, irracional, que se guía por sus instintos cual animal.
Y no veo más límites a su beligerancia y belicosidad más que la ley y la fuerza de las instituciones estadounidenses. Nadie puede estar por encima de la ley y son una república en donde debe privar antes que nada el interés público y no la ceguera de un tipo al que Robert DeNiro no ha dudado en llamarlo ‘perro’. El servidor público o gobernante está obligado a hacer nada más lo que le permite la ley, y en los EUA hay una división de poderes públicos, verdaderos contrapesos.
Esa es mi confianza, pero con un loco megalómano como Trump nunca se sabe. Ojalá que la boca se me haga chicharrón.
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@marcogonzalezga