*Se derraman más lágrimas por plegarias atendidas que por las no atendidas. Santa Teresa. Camelot.

14 FEBRERO/AMOR Y AMISTAD

¿Qué es primero?, el amor o la amistad. El 14 de febrero se celebra mundialmente el día de San Valentín. El San Valentín más reciente data de 1840, cuando Esther A. Howland comenzó a vender en las primeras tarjetas postales masivas de enamorados, conocidas como «valentines», con símbolos como la forma del corazón o de Cupido. No hablaré de amores perdidos ni de encuentros furtivos, porque el amor, como lo dijo Plutarco: “Quien en zarzas y amores se metiere, entrará cuando quiera, mas no saldrá cuando quisiere”. Dedico estas líneas a un sector de gente nuestra, mexicanos y mexicanas que deambulan por la ciudad en busca del sustento que no han podido tener en condiciones normales. Hacen la tarea diaria, en la calle, no importa si hay lluvia o sol que quema, si sopla surada o hace frio. En fin de año caminé la calle Madero y les encontré. Son los vendedores de alimentos, que buscan no rendirse. Lo titulé ‘Los que no se rinden’, y son, al igual que los músicos urbanos, que en esa calle tan peatonal, como lo hacen en los Metro del mundo, dan su arte por unas monedas, el anciano con guitarra sentado en el borde de la banqueta, o el organillero. El padre que toca un flautín y el hijo que a su lado toca unos timbales y pide las monedas, el ejemplo del padre en el trabajo que hereda al hijo. La madre, al otro lado de la calle, pidiendo monedas. Como aquella frase de Francisco de Icaza, cuando encontró un ciego afuera de la Puerta de la Justicia, en Granada, y dijo: “Dale una moneda, mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada”.

LOS QUE NO SE RINDEN

Mañana de viernes 30. Víspera de Fin de Año. 8:45 de la mañana, camino la orizabeña calle de Sur 2. Rumbo a mi primer café. Delante de mí, dos pasos, camina un hombre de campo con su atuendo clásico: huaraches y suéter moderno y pantalón normal. Tiene un sombrero que, en estos casos, le sirve para dos cosas, taparse del sol o la lluvia o pedir una ayuda, una limosna, pues. De repente se detuvo. Se quitó el sombrero y se persignó, eso llamó mi atención porque ahí no hay iglesia. Sacó su armónica y se puso a tocar. Regresé unos pasos y le di 20 pesos, que en mucho le servirán. Luego, más adelante, en la congestionada calle Madero, apareció Agripina, mujer de 79 años, indígena pura que vende camotes extranjeros, que ella cosecha. Es de Atzacan, y sus apellidos son indígenas: Netzahuela Zoyohua. Ante el temor de las preguntas, decía que había votado por el PAN y que solo quería trabajar, que si éramos del Ayuntamiento. Le di la calma y le pedí posara en una foto para un reportaje que llamo “LOS QUE NO SE RINDEN”. Sonrió y nos bendijo. Junto estaba Javier Sánchez, un hombre sin piernas, de cuarentitantos años, que viene a que le ayuden. Hubo más, en un caminar de tres cuadras encontré a un matrimonio que todas las mañanas salen con las cubetas con los antojitos y los jugos y la leche, que ofertan a la gente de la calle y a las empleadas y empleados de los comercios. Por último, a la señora de las gelatinas. Que a 7 pesos vende cada una y que jura que las termina, sonrió en la foto. Son esos mexicanos y mexicanas, muchos indígenas, que no saben del aumento de la gasolina de Peña Nieto, ni conocen de Trump. Que buscan un pedacito de la calle donde vender para alimentarse. Donde llegar a su casa con los 50 pesos, como Agripina, que ese es el valor de su cubeta llena. 50 pesos que le hará salir del día sin el problema de la comida. Son esa gente que NO SE RINDEN. Ellos, al igual que millones en el país, salen a las calles a buscar unas monedas, o unos pesos para su supervivencia. A ellos, seguro Dios les ilumina. A ellos, seguro Dios les bendice su caminar y su esfuerzo, y no los deja rendirse. Es un homenaje a cualquiera de ellos que, en la calle, buscan la forma digna de vivir. Dales fuerza, Señor, para que jamás se rindan, en un mundo tan injusto. Que Dios les cuide y los proteja.

ESO TE VA A CURAR

Hace algunos años, en los paraolímpicos infantiles de Seattle, nueve concursantes, todos con alguna discapacidad física o mental, se reunieron en la línea de salida para correr los 100 metros planos. Al sonido del disparo todos salieron con gran entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar. Todos, es decir, menos uno, que tropezó en el asfalto, dio dos maromas y empezó a llorar. Los otros ocho oyeron al niño llorar, disminuyeron la velocidad y voltearon hacia atrás. Todos dieron la vuelta y regresaron,… todos. Una niña con Síndrome de Down se agachó, le dio un beso en la herida y le dijo “Eso te lo va a curar”. Entonces, los nueve se agarraron de las manos y juntos caminaron hasta la meta.

ROSA MONTERO

Como en el cuento del mercader árabe que entró en una ciudad un día de mercado y le dio a un mendigo dos monedas de cobre. Al irse, horas más tarde, se lo volvió a cruzar, y le preguntó qué había hecho con el dinero. Y el hombre contestó: “Con una moneda compré un pan, para tener con qué vivir, y con la otra una rosa, para tener por qué vivir”. Pues eso.

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