Ramón Durón Ruiz (+)
Hay una historia del afamado violinista Yitzjak Perlman, “quien en su infancia sufrió de polio, situación que lo lleva al uso de aparatos y muletas para caminar. Es impresionante ver como accesa lenta pero majestuosamente al escenario, hasta ubicarse en su lugar.
En uno de sus tantos conciertos, una de las cuerdas de su violín se rompió y se pudo escuchar el sonido de ella al destrozarse.
Un asistente al concierto describe de la siguiente manera lo que sucedió:
‘Supimos que tendría que levantarse, recoger sus muletas y salir cojeando del escenario para encontrar otro violín u otra cuerda… ¡pero no lo hizo!, esperó un momento, cerró los ojos y le dio la señal al director de iniciar de nuevo.
La orquesta comenzó y tocó a partir de donde se había quedado. Y tocó con tal pasión, tal fuerza y tal pureza… ¡tocó como nunca! Yo sé, y muchos saben, que es imposible tocar una obra sinfónica con sólo tres cuerdas, pero esa noche Yitzjak Perlman se negó a saberlo.
Uno podía verlo modulando, cambiando, recomponiendo la pieza en su mente, en cierto momento, parecía como que estaba volviendo a afinar las cuerdas para sacarles sonidos que nunca habían emitido.
Cuando terminó, había un impresionante silencio en la sala. Y luego la gente se levantó y hubo una exposición extraordinaria de aplausos desde todos los rincones del auditorio, todos estábamos de pie, gritando y aplaudiendo, haciendo todo lo posible para demostrar cuanto apreciábamos lo que había hecho.
El sonrío, se limpió el sudor de la frente, alzó su arco para hacernos callar y entonces dijo (no presumiendo, sino con un tono bajo, pensativo, reverente):
— Saben, a veces la tarea del artista es descubrir cuanta música se puede hacer, con lo que a uno le queda’”1
La moraleja es profunda, ¿Cuánta música, cuántas tareas espectaculares, puedes hacer con lo que te queda de vida? El secreto es simple, como dice el Filósofo de Güémez: “sólo hay que principiar por el principio.”
Y el principio es saber que “El ciclo del amor empieza por ti mismo, en cuanto te quieres y te gustas, puedes querer y gustar a todos los demás”
Deja de ir a la carrera, de andar con prisas, que al atraer el estrés y generar los químicos del cortisol, sólo sirven para que te atropelle el tiempo, para que no disfrutes el paisaje, para que maten tu entusiasmo… y se te vaya la vida.
Nadie sabe el tiempo que nos queda para vivir, así que, con lo que te queda de tiempo y de vida, no postergues el encuentro con tu grandeza, has HOY de tu vida una obra maestra, –no dejes nada para mañana– entiende que todo está hecho para que seas feliz.
“Hablar de nuestros problemas, es una gran adicción… ¡Rompe el hábito!, habla de tus alegrías”, porque la alegría es una expresión de sabiduría, que te ayuda a descubrir el entretejido de la vida, a disfrutarla, potencia tu creatividad, detona tu ingenio, descarga tus emociones tóxicas, te encuentra con tu maestro interior, relaja tu mente, te hace sentir merecedor del milagro del nuevo amanecer.
HOY, descubre que estas hecho para la grandeza, y que si te encuentras con ella por el camino de la alegría, se te facilita relacionarte, te ayuda a eliminar los miedos, a dejar de preocuparte por pequeñeces, a viajar saludable y ligero de equipaje.
Descubre que la alegría desdramatiza las tragedias que la vida trae consigo, posee la magia de ser tan sencilla, pero profundamente seria, es más importante que el poder y el dinero, es un ejercicio vital para tu salud, una manifestación elevada de un espíritu evolucionado, que se sorprende con el racimo de milagros del nuevo amanecer.
La sana alegría te conduce al desapego, a tener una perspectiva diferente ante el dolor y la adversidad.
A propósito de alegría, fiel al humor del mexicano el viejo Filósofo dice: “Cuando un pela’o le abre la puerta del carro a una mujer, tres cosas son seguras: 1.- El carro es nuevo; 2.- Es recién casa’o; o 3.- ¡No es su vieja!
1 Texto extraído del libro Aprendiendo a decir adiós, de Marcelo Rittner. Ed. Urano