La libertad de expresión es un pilar de nuestra democracia que ha sido protagonista en el desarrollo social y político de la nación, contribuyendo a la coexistencia pacifica de ideas y corrientes plurales, además de ser un derecho humano consagrado en el artículo sexto de nuestra carta magna.
Como todo derecho, no es absoluto y se limita en caso de que ataque la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito o perturbe el orden público; sin embargo muchos parecen no entenderlo, ni acatarlo, valiéndose de éste para denostar directamente a alguien o hacerlo de manera indirecta, como es el caso de algunos medios de comunicación mediante la proyección y reproducción de estereotipos que naturalizan la violencia de género.
Este tipo de violencia resulta más común de lo que se cree y lamentablemente se encuentra presente en todos lados, desde programas de televisión, columnas periodísticas y también escudada en perfiles falsos en las redes sociales constituyendo lo que conocemos como violencia digital de género.
En esta era de las tecnologías de la información y la comunicación, los medios han adquirido un rol fundamental, pueden informar objetivamente o distorsionar, erigiéndose como jueces no sólo de la vida pública, también de la esfera privada, desfigurando realidades y dibujando escenarios para contribuir al linchamiento mediático de acuerdo a intereses personales.
Comúnmente y de manera lamentable nos hemos convertido en testigos del ejercicio de este tipo de violencia basada en supuestos, en donde algunos periodistas se convierten en jueces inquisidores, realizando juicios sumarios y ofreciendo como pruebas los estereotipos de género y la rumorología social.
Si bien es cierto que el linchamiento mediático no se presenta exclusivamente en contra de las mujeres y que en muchas ocasiones los hombres también son víctimas, se hace énfasis en el género debido a la forma reiterativa, lasciva y denigrante en la que se ejerce la violencia, cosificando a la mujer y refiriéndose a ella como objeto, vinculando en todo momento la intimidad con el éxito obtenido.
Como sociedad no debemos ser tolerantes ante este tipo de conductas, ni replicar información carente de sustento o que involucre la vida privada de las personas, aun cuando se trate de figuras públicas; la libertad de expresión no debe atentar contra la dignidad humana.
Tanto mujeres como hombres, desde la trinchera en que nos encontremos tenemos la obligación de contribuir a erradicar del imaginario colectivo los estereotipos, para encaminarnos a una sociedad libre de violencia de género.