Jerry Lewis fue uno de mis grandes héroes de la pantalla cinematográfica a finales de los años 60. Es que su forma de hacer humorismo era propio para un chamaco que andaba rondando los 7, 8, 9, hasta 10 años, tal vez. A partir de los 11, sus gags se me empezaron a hacer francamente insufribles. Era muy lógico, comenzaba el tránsito de la niñez a la pre adolescencia y la visión del mundo, mi mundo, también empezaba a sufrir cambios, mutaciones, exigía en la pantalla cosas más elaboradas, el pastelazo me empezaba a cansar.
Y lo mismo que pasó con Jerry Lewis (Jerome Levitch, marzo 1926-agosto 2017), ocurrió también con ‘El gordo y el flaco’, ‘Los tres chiflados’, y aquí ‘Viruta y Capulina’, y ‘El chavo del 8’, fundamentalmente. Llegó un momento en que los deponía. Ya ese humor, no necesariamente inteligente, que privilegiaba el pastelazo, la cachetada, el porrazo, el recurso fácil para provocar risas, risotadas, carcajadas, o un gesto inmutable, mi caso, ya no era nada agradable.
‘El profesor chiflado’ (1963) materialmente me mató de risa, lo mismo ‘El botones’ (1960), ‘The Patsy’ (1964), que quiere decir algo así como el tonto, también, para un chiquillo eran hilarantes, la gestualidad al exceso, la teatralidad al límite, las muecas, las caídas tontas, la voz atiplada, chirriona, como de idiota –perdón, pero no hay otro calificativo-, los movimientos torpes, patosos, recargados, con su típica indumentaria: pantalones arriba del tobillo, corbata de moño, lentes de pasta, despeinado, dientes de conejo salidos, payasada y media, la trompetilla como recurso antiestético, etc., estaban muy bien, pero todo tenía un límite.
Yo no sé quién fue primero, si nuestros Tin Tan, Resortes, Viruta y Capulina o Jerry Lewis. A la hora de la hora no sé quién o quiénes imitaron a quien. He visto películas de Jerry Lewis con escenas que juraría que primero se las vi a Resortes, es más, recuerdo haber visto a Jerry bailando ‘El mambo número 8’ de Pérez Prado y apostaría que le copio la coreografía y los pasos al ‘resortín de la resortera’ –casi como el coreógrafo de Michael Jackson le copió el pasito ‘moonwalk’-, y hay muchas otras coreografías de Lewis que, creo, primero se las vi al de Tepito. Claro que no es lo mismo el cine de Hollywood que el cine que se hacía en los Estudios Churubusco o en los América, y no es lo mismo tener un show en Las Vegas que actuar en cualquier carpa de mala muerte del país que, por desgracia, era el caso del gran bailarín y cómico mexicano, famoso entre otras cosas por la expresión: ¡Ay mamacita!
Jerry Lewis sin duda fue un puntal del espectáculo en Norteamérica, que dejó escuela, corriente que todavía perdura hasta la fecha. No sé qué tan buena o mala. Ahí está su ‘hijo’ más reconocido, Jim Carrey, un auténtico gesticulador, probablemente sus más excelsas películas sean ‘La máscara’, ‘Irene, yo y mi otro yo’ y ‘Mentiroso mentiroso’, en donde lleva al límite en cuanto a gestos y contorsiones. Lo vamos a recordar como parte de ese cine inocente en esa primera etapa de la vida en donde el más mínimo movimiento o gesto en exceso era suficiente para hacernos reír hasta el delirio. Y en México, más recientemente, el que le copiaba, a tiro por viaje, era Mauricio Herrera, por cierto veracruzano y que, a sus 83 años, está como sin nada.
De todos modos la muerte de Jerry Lewis nos remontó, por momentos, a aquellos lejanos años en que nos reíamos hasta porque volaba una mosca.
Cosas de la vida.