“Cambiar todo que debe ser cambiado”. La frase fue extraída de un discurso de Fidel Castro del día del trabajo del año 2000, fue su “principio de Revolución”, decía, y hace casi un año, en ocasión de la muerte del comandante y líder del último bastión socialista del mundo, millones de cubanos la convirtieron en el juramento para despedirlo en su recorrido de una semana por toda la isla. “Cambiar todo que debe ser cambiado”. Ese debería ser también el principio de un gobierno. Porque en nuestro país parece que nada cambia y sí empeora. Hace siete años, en ocasión de las celebraciones del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, el Gobierno Federal lanzó un spot con el lema de “cumples 200 años de ser orgullosamente mexicano y eso hay que celebrarlo” (un tanto similar al de ahora de “lo bueno casi no se cuenta pero también cuenta” o el eslogan presumido de: “Lo bueno también cuenta y queremos seguir contando”). Por ese motivo publiqué un texto que reseñaba un poco lo que entonces estaba sucediendo en medio de esa guerra fatua y vana (nada cambia y si empeora, insisto) que todavía hace todos nuestros días aciagos y nos hace temblar de miedo en el ir y venir cotidiano. Por ello me permito reproducir aquel texto que decía así: México es la Casa tomada, como la del cuento de Cortázar, y tú eres el ruido del extraño ser que se cuela entre las tuberías y espanta a sus habitantes. Eres el machete que le cercenó la cabeza al muerto número cien mil de la guerra entre el gobierno y el narco, pero al mismo tiempo eres el huérfano de uno de esos muertos. Eres los noventa grains de plomo de la bala que mató al niño al atravesarle el corazón cuando iba en el carro con sus padres, también asesinados, en un “fuego cruzado” y asumido cínicamente por el gobierno como “daño colateral”. Eres el susto de los jóvenes en un antro que saltas de repente cuando unos enmascarados con uniformes oficiales irrumpen metralleta en mano y arrojan a la pista seis cabezas humanas y cuyas extremidades son encontradas hasta el otro día lejos del lugar, pero también eres la mala ortografía de ese mensaje amenazante del cartón que dejaron los asesinos clavado con un puñal en uno de los troncos de los descuartizados. Eres la cinta canela que ata la boca, las manos y los pies del secuestrado y al mismo tiempo eres el profundo miedo que se le extiende por todo el cuerpo ante la idea de la muerte y que se le adhiere al cerebro como percebe, como el único pensamiento que le taladra los sesos. Eres el tableteo de la Kalashnikov con la que la delincuencia organizada ha impuesto su ley de la vida no vale nada en ese país que eres tú, también espantando a sus habitantes y haciéndolos huir. Pero además eres el flamígero dedo índice de la madre de uno de los miles de jóvenes acribillados a mansalva, que con coraje señala al Presidente y le reclama justicia, y con valentía le espeta que no es bienvenido a la ciudad convertida en emblema del campo de batalla contra el narco y de lucha encarnizada de una “ridícula minoría” por la plaza. Eres el folio del legajo de mil fojas sobre la investigación de un crimen que nunca se aclarará y archivado en el cajón del olvido, durmiendo el sueño de los (in)justos, junto a otros miles de crímenes ordenados por número de averiguación, previa, esos sí, pero del mismo modo eres el “caso cerrado” gracias a la corrupción de los impartidores de justicia y al soborno, que también eres. Eres el fiel de la balanza de la imagen de la justicia cuando los jueces y magistrados juzgan a discreción y de igual manera eres la suela del zapato que pisa con discriminación a los indígenas. En los hospitales públicos eres cama, suero, aguja y medicamento que dejaron morir a un enfermo de una enfermedad curable porque no te habían surtido. Eres el trozo de palo que la adolescente se metió en la vagina para sacarse el producto de la violación y que murió desangrada por no ir a un hospital para no parar en la cárcel, porque el aborto está prohibido por la ley, que también eres, así como el dedo de Dios con el que el cardenal señala la defensa de esa ley que él llama celestial, pero al mismo tiempo eres el trauma con el que creciste al ser víctima de la pederastia de ese cardenal cuando todavía era cura y de niño ibas a confesarle tus pecados. Eres la esperanza muerta de los millones de pobres que se ahogó en las inundaciones junto con todo lo poco que tenían y hasta lo que añoraban tener, así como el alambre enrollado en la punta del palo de los sin nada del desierto que utilizan para cazar víboras de cascabel y vender su carne como medicina contra el cáncer a la orilla de la carretera para tratar de sobrevivir con unos cuantos pesos. Eres el páramo que acompaña al campesino abandonado en sus tierras yermas, pero también eres el Hidalgo, el Zaragoza, la Frida, el Rivera, el Carranza, el Juárez, la Sor Juana y el Morelos (¡Vivan los héroes q1ue nos dieron patria!) de los cientos de miles de millones de billetes que le asignan a una dependencia del gobierno para atenderlos. Eres la puerta que toca el médico recién egresado y que a falta de una fuente de trabajo vende enciclopedias casa por casa, pero también eres el clavo que sostiene la lámina de cartón del techo de la escuela de adobe donde el niño con la panza vacía y sentado sobre unos ladrillos y con el cuaderno sobre sus piernas intenta aprender a escribir y leer para no ser analfabeta como sus padres. Eres la ventanilla a donde cada mes acude el jubilado a recoger sus tres pesos y eres la misma ventanilla pero pintada de otro color donde pagas el teléfono y con tu pago engordas las arcas del hombre más rico del mundo. Eres, arriba de la tribuna, el “es cuanto” de los diputados y senadores en los alegatos de sus intereses personales y partidistas, pero también eres el “les prometo” de los discursos de los políticos, ora como candidatos, ora como gobernantes, ora como dirigentes sindicales. Eres el último buche de agua con el que se ahogó el padre que a falta de empleo decidió abandonar a su familia para cruzar el río que separa al país más rico del mundo del que con orgullo perteneces y al que cada año le gritas ¡vivas! hasta desgañitarte, ondeando una banderita tricolor y de la que también eres el nopal, el águila y la serpiente devorada. Pero también eres el pincel con el que Jorge González Camarena pintó a La patria, esa portada del libro de texto gratuito. Eres el libro faltante en la biblioteca, de hecho, eres la biblioteca que hace falta, porque también eres el gusto por la cultura y las letras, por los cuentos, como aquel de Yadira, quien asaltó un banco de una plaza comercial de la ciudad de México y fue aprehendida. Le tomó media hora decidirse, mientras daba vueltas y vueltas. Entró al banco y como cualquier cliente sacó su ficha de espera, que estrujaba con la mano en la bolsa de su chamarra, mientras con la otra, también guardada en su chamarra, jugaba nerviosa con un cúter. Llegó su turno y le tocó la caja 3. La robusta mujer de 29 años jaló del cabello a la cajera y la amenazó con el cúter, exigiéndole que le entregara el dinero que tenía en la caja. Con el dinero en sus manos (29 billetes de 500 pesos y 15 de 100), salió del banco pero a unos metros fue detenida por dos policías. Trató de defenderse, primero con el cúter, pero se lo quitaron, y luego con los dientes, que le clavó en el brazo izquierdo a uno de los agentes. “No sé cómo le hizo, pero hasta me atravesó la chamarra y la camisa”, relató sorprendido el uniformado. Ya ante el Ministerio Público la mujer declaró: “Quería completar para el uniforme de mi hija, de 6 años, y pagar unas boletas de empeño que ya se me habían vencido. Me vi muy desesperada y mi desesperación me llevó a esto”, dijo la madre soltera, a quien en agosto le había ido muy mal en la venta de calzado por catálogo. Tú eres ese catálogo pero también el filo del cúter de Yadira. En fin, como dice el spot con el que el Gobierno Federal celebra el Bicentenario de tu Independencia: “Eres tantas cosas, porque tú eres México. Felicidades. Cumples 200 años de ser orgullosamente mexicano. Y eso hay que celebrarlo”. Por cierto, vale la pena conocer el párrafo completo del texto de Fidel Castro que me permito reproducir: “Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender los valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas”.