*De Juan Rulfo: “Cuando se trata de narrar, solo cuentan los hechos: cuando no sucede nada, viene un silencio, como la vida, y solo se guardan ciertas épocas, un tiempo constante, un presente constante”. Camelot.

EL GOLF DEL PRESIDENTE

Suele el golf ser un juego de pasión. Presidentes ha habido que lo practican. Desde los grandes americanos como Eisenhower, hasta los más modestos pueblerinos, o de países del Tercer Mundo. Algunos políticos dicen que es el deporte que más les gusta, porque gana quien menos golpes pega. Como si eso fuera cierto y los políticos no se dan hasta con la cubeta. Mentía. El presidente Gerald Ford aseguraba que sabía cuando jugaba mejor, al darles menos pelotazos a los asistentes. El reverendo Billy Graham, que era predicador de los buenos, como el Arzobispo Hipólito, al jugar decía: “En realidad, el Señor contesta mis oraciones en todos los lugares excepto en el campo de golf”. Sucede que el senador Emilio Gamboa Patrón trepó a un helicóptero oficial en el Campo Marte y le llovió en su milpa. Los funcionarios no pueden ocupar vehículos oficiales, menos en domingo cuando no laboran. El presidente sí. El y su familia pueden disponerlos a todas horas, aún en vacaciones. Gamboa, cuando lo tundieron se escudó en el presidente, dijo que lo había invitado a jugar golf y se le había adelantado, y lo alcanzó. Que hablarían de la renuncia del Procurador, como si fuera su Pepe Córdoba Montoya. Para eso tiene a Osorio y a Videgaray y a Meade, este no es de su equipo principal. Eso no era lo más delicado, el país está inmerso aun en un duelo, por aquellas familias que perdieron sus casas, y algunos las vidas. La gente en Ciudad de México duerme en las calles, en las plazoletas, en las banquetas con casas de campaña que apenas les cubren, del frio y de las lluvias, para que este cínico Senador ande por allí pavoneándose como un rico, cuando ese helicóptero es del pueblo, pues con su dinero se compró. En fin. Gustavo Díaz Ordaz contaba con mofa, que cuando invitaba a su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, llegaba cuatro horas antes al campo. Ya no rió cuando le atrapó la presidencia y a los pocos días guardó un minuto de silencio por los caídos en Tlatelolco, lo que lo enfureció y acabó odiándolo. Aquí en Orizaba hay un bello campo de golf, el Santa Gertrudis, data desde que los escoceses llegaron a esta zona y nos enseñaron a jugar fútbol y golf y a chambear en las textileras. Por eso Orizaba es llamada Cuna del Fútbol Mexicano, aunque le duela a Pachuca, allá llegaron mineros, aquí textileros. El primer campo de golf del país se instaló aquí, en 1894. El diseño y la construcción el campo lo ejecutan dichos escoceses destacando entre ellos el Sr. Percy Clifford, que a la postre formaría parte del equipo de Fútbol Orizaba, A.C. «Primer Campeón del Futbol Nacional en 1902″. El hijo de tan célebre personaje nacido ya en Orizaba, el arquitecto Percy J. Clifford Jr., se convierte en el diseñador de un importante número de Campos de Golf en México de esos tiempos. Breviario cultural de Wikipedia y mío.

EN EL GOLF LA VIDA ES MÁS SABROSA

En el golf se hacen negocios, se arman candidaturas, se desilusionan a algunos. Cuenta la historia que el presidente Coolidge estaba jugando un torneo de golf, y luego se fueron a una granja de gallinas allí cerca. Esto pasó.

“Resulta que el matrimonio Coolidge realizó una visita oficial a una granja experimental de gallinas y les mostraban por separado las diferentes áreas de aquellas instalaciones. En una de esas salas se encontraban varios gallos manteniendo relaciones sexuales sin parar, algo que llamó la atención de la señora Coolidge quien preguntó al encargado de la visita por la frecuencia de los apareamientos entre los gallos y las gallinas, siendo contestada que eran de una docena de veces al día aproximadamente. Sorprendida por la respuesta, la Primera Dama dijo:

«Cuénteselo al presidente cuando pase por aquí»

Cuando llegó el turno de Calvin Coolidge de pasar por aquella sala y tras explicarle la frecuencia con la que los gallos se apareaban, el presidente preguntó si esa docena de veces lo hacían con la misma gallina todo el rato y la respuesta de la persona que le estaba atendiendo fue que evidentemente no, que lo hacía con diferentes gallinas, a lo que Coolidge dijo categóricamente:

«Pues entonces cuénteselo a la señora Coolidge».

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