Andrés Manuel López Obrador tiene de candidato a la presidencia 18 años. Inicia en el 2000 cuando asume la regencia del gobierno del Distrito Federal, ahora Ciudad de México, en el año que Fox gana la presidencia de la República. Ha participado en dos elecciones presidenciales y ahora va por la tercera.

La narrativa del discurso de López Obrador es elemental y muy didáctica. La ha ido perfeccionando con los años. Se articula a partir de la afirmación de que él es bueno y todos los demás son malos. Es una posición maniquea.

A los malos los identifica de dos maneras: como el PRIAN, el PRI y el PAN para él son la misma cosa o como la mafia del poder, que incluye a los anteriores, pero también a otros partidos, a algunos empresarios, intelectuales y líderes sindicales.

Ese discurso le permite recoger el rechazo y el malestar de un grupo de la sociedad mexicana en contra del establecimiento político y social. En las dos anteriores elecciones eso no le alcanzó para ganar, pero hay que ver si la tercera es la vencida o una vez más es derrotado.

Frente a sus enemigos, que son los malos, se autodefine como la persona que va a resolver todos los problemas que tiene el país. Eso va a ocurrir sólo porque él lo dice. No hay más argumento y tampoco se necesitan más pruebas que su propia palabra. Sus simpatizantes lo creen.

Estos dos elementos de su discurso político son muy bien aceptados por los suyos que ahora, según las encuestas, llegan a poco más de 30% de los electores.

Hoy eso lo mantiene en todas las encuestas como el candidato que está en primer lugar.

En esta elección al núcleo central de su narrativa ha añadido un nuevo elemento que no es discurso y sí una acción que se vuelve poderoso texto. Pues incorpora a todo tipo de personajes de otros partidos a su causa.

Los que antes eran parte de la mafia del poder dejan de serlo, sin cambiar su forma de vida, sólo porque ahora reconocen el liderazgo del bueno. Él se asigna para sí la capacidad de absolver todas las culpas pasadas a esos que ahora se le acercan.

Ayer esos personajes eran enemigos y ahora son parte de su grupo e incluso con privilegios especiales como candidaturas aseguradas. Sus bases no cuestionan eso, aunque puedan no estar de acuerdo. Sólo lo aceptan. Ellos, bajo cualquier circunstancia, van a seguir votando por su líder.

Este nuevo elemento tiene dos propósitos: conseguir los votos que esos personajes traen consigo, habrá que ver si es cierto que los aportan, y dar la idea de que los otros partidos se están desfondando porque están seguros de que López Obrador ya ganó.

El discurso de hace 18 años, ahora más claro y conciso, lo mantiene muy presente en los medios. Su cobertura es muy superior a la de sus adversarios. Lo que este 1 de julio queda por ver es si esa presencia mediática, que es indudable, se traduce en los votos que lo hagan ganar.

Twitter: @RubenAguilar