“La corrección política es enemiga de la libertad.”
–Mario Vargas Llosa, febrero de 2018.

Revisando la más reciente entrevista que Mario Vargas Llosa concedió al periódico español ‘El País’, me parece que uno de los titulares más interesantes que dejó, fue aquel en el que hace referencia a la tan de moda ‘corrección política’.

Él señala que, “la corrección política es enemiga de la libertad porque rechaza la honestidad”, a lo cual me suscribo totalmente. Dicha postura, pareciera, va ganando terreno, entre más y más seguidores concentra, generando un clima de confusión, tabúes y autocensura dentro la sociedad.

Es un concepto que, como algunos antecedentes históricos indican, se dice que tuvo su origen en Estados Unidos en el año 1792, cuando la Suprema Corte de Justicia de ese país la utilizó por primera vez para describir un caso determinado. Actualmente, tiene dos objetivos específicos: la inclusión y ofender lo menos posible a diversos grupos de personas que mal interpreten una declaración de intenciones o una simple expresión de ideas.

Sin embargo, pareciera que hoy en día estamos llegando a un punto en el que el sentido común puede volverse difuso. Recordemos que en días pasados, por motivos de la presentación de su más reciente obra titulada ‘La llamada de la tribu’, el reconocido autor peruano, al ser cuestionado sobre la situación político-electoral que vive actualmente México, se metió, involuntariamente, en “problemas” con algunos de los miembros más destacados de esa estirpe moral de la mal llamada izquierda mexicana; por decir, con razón, que para él, el proyecto que López Obrador ofrece para México es “populista y significaría un retroceso para la democracia mexicana”.

La respuesta de los iluminados defensores de su candidato no se hizo esperar y, a través de sus múltiples plataformas afines, iniciaron una feroz persecución y una campaña en contra del ex candidato a la presidencia de Perú; proponiendo -el horror-, asistir a quemas de sus libros en plazas públicas, por el simple hecho de expresar lo que pensaba. ¿Acaso existe un peor ejemplo de intolerancia en una sociedad moderna? Quizás, en Venezuela.

Tal parece que se olvidaron por completo de la admiración que hace no muchos años le profesaban al nobel de literatura cuando tiempo atrás había señalado que el PRI era la dictadura perfecta. Creo recordar que incluso fue slogan de algún spot de la oposición en aquél entonces. Como bien dicen, del amor al odio, un paso.

Por lo anterior, es preocupante que estos personajes, de los cuales se rodea el candidato de MORENA, sean el día de mañana los encargados de dirigir el país con ese tipo de reacciones histéricas e incendiarias. Se desconoce si se ofenden por la ausencia de corrección política o por el exceso de la misma.

Uno se pregunta el grado de las consecuencias que se podrían llegar a alcanzar por criticar una presidencia de López Obrador; sobre todo, si tienes delante a gente como Fernández Noroña (pese a sus exabruptos, buen orador) o al doctor doctor, John Ackerman. Intolerantes donde los haya.

Los Debates.

Ayer, por ejemplo, AMLO no defraudó, una vez más, a sus detractores con sus reacciones contradictorias. Al rechazar airadamente la posibilidad de debatir con sus contrincantes durante el famoso periodo de intercampañas, se dijo ser víctima de machismo por parte de sus rivales. Lo que faltaba por escuchar. Viniendo de la persona con menor corrección política de los últimos 30 años, me parece infantil que apele a un mantra impropio de él. Hubiera preferido que dijera que tenía gripe.

Porque debemos ser francos: desde su campaña no se contempla, por lo menos no ahora, ni remotamente la posibilidad de enfrentarse cara a cara a sus opositores, ante los cuales, dialécticamente, me parece, no tiene ninguna posibilidad de competir. En el pasado, nos ha demostrado a los mexicanos que es escaso de ideas, vago en sus señalamientos y bastante desinformado.

Claramente su estrategia es apostarle, principalmente, a no repetir los mismos errores de los últimos doce años y cuidar su ventaja. Siguiendo los ejemplos de un par de personajes, mismos con los cuales siempre le he visto demasiadas similitudes, como lo son Pablo Iglesias, o Donald Trump (y como el mismo presidente de los Estados Unidos en su campaña un día dijo), él sabe bien que, si quisiera, podría pararse en el centro histórico de la Ciudad de México, un lunes, a plena luz del día y, ante miles de testigos, empezar dispararle a una persona de la tercera edad y no perdería un solo voto. Él, junto con sus seguidores, nos explicarían que el supuesto acto fue producto de la defensa legítima y que esa persona fue enviada por la mafia del poder para provocarlo. Y habría quien lo creería.

¿Y cómo fue que estos tres políticos alcanzaron ese grado de credibilidad? Aprovechando el enojo y el hartazgo generalizado de las personas en contra de lo que llaman en Estados Unidos ‘establishment’ del gobierno. Lo que significa, esencialmente, corrección política.

Por eso, amable lector, como advertía atinadamente el pasado 26 de febrero en su columna, “Bitácora del director”, el periodista Pascal Beltrán del Río, razone su voto. No conviene pensar con el estómago. Tenga en cuenta el panorama real que implicaría el decidir enojado quién quiere que lo gobierne durante los próximos seis años. O doce.

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