El libro de piel humana si existe, estuvo en esa biblioteca antigua. Hay quienes afirman que lo vieron. Hay quienes dicen haberlo tocado. Siempre despertaba morbo el libro de piel humana. El bibliotecario lo escondía para protegerlo. Se rumoraba entre los intelectuales de la época que las páginas, de la 86 a la 94, no eran aptas para mentes débiles o maleadas. El libro guardaba un secreto sin duda. Las letras de estas páginas estaban como borroneadas con intención, se decía. Lorenzo fue quien insistía en ir a la biblioteca para ver el libro. Cuando llegamos a la biblioteca antigua la luz era tenue, casi entre sombras. Con cierto miedo, pasando por los libros viejos y olor a polilla y humedad, cruzamos el recinto hasta llegar a donde un viejecito dijo ser el encargado de la biblioteca. El aspecto del bibliotecario no era para nada halagador: portaba una corbata de moño con puntitos blancos y fondo oscuro, una camisa que tiempo atrás debió ser blanca, y un abrigo negro. Toda esta imagen del bibliotecario y el contexto del recinto daban el punto fino para determinar que efectivamente estábamos en una biblioteca histórica antigua. Cuando le preguntamos por el libro de piel humana al bibliotecario pareciera que nos ignoró, apoyó los codos en el viejo escritorio, entrelazó los flacos y largos dedos, se nos quedó viendo con un aspecto cadavérico que nunca olvidaremos, frotó su escasa barba blanca y descuidada con sus manos, sonrió con dificultad, y nos dijo con voz cavernosa que salía de entre sus dientes amarillentos: vengan en tres días, el libro no está aquí, se lo llevaron en calidad de préstamo a domicilio. Volvió a sonreír el bibliotecario, ahora con sorna. Y mientras nosotros salíamos del lugar, pudimos ver que movía la cabeza incrédulo. En tres días llegó el domingo, y ahí nos dimos cuenta de la trampa que nos tendió, ya ni regresamos por otra burla. Se dice que el libro, para conservarlo, cada seis meses se tallaba con lanolina o grasa de borrego. Hay versiones de que el libro fue encontrado en una tienda de antigüedades, y que fue un buscador de sonetos literarios quien lo adquirió. Se dice que años después un joven lo encontró en un basurero. Pero en éste paso de mano en mano, quienes lo tuvieron, ni siquiera imaginaron que el forro guardara un secreto en el tejido de su pasta. Dicen que en realidad fue hasta el año de 1800 que un monje, Melideo de Zayas, buscando datos se encontró con el libro y pudo descifrar el misterio de su pasta. Alguien contaba que pudo ver el libro de lejos, que se veía del grueso normal de cualquier libro de la biblioteca. Mencionó otra persona en aquellos tiempos, que el libro de piel humana se veía amarillento y con manchas ligeramente oscuras, y como acartonado. Hubo también mención que tenía palabras de color sepia en la pasta. Otra persona precisó aun más, dijo: las palabras eran en latín. Hubo quien afirmó que el contenido del libro era el proceso jurídico eclesiástico seguido a un individuo por herejía, y que el forro del libro se hizo de la piel del ejecutado. Se rumoraba también que el libro fue un obsequio venido de Italia para un residente francés en Xalapa. Que llegó ése libro en las manos de un desertor del tribunal de la Inquisición. Se decía también que el libro de piel humana contenía tres historias que deberían ser ocultadas. Pero otro misterio era que las historias estaban contadas en una estructura de silogismo, que es un instrumento de comprobación de la verdad. Y que en esas páginas, de la 86 a la 94, se tenían tres claves para poder comprender el texto. Y que de comprender el fondo de la lectura, se conocerían misterios inexplicables del pasado. No sabemos más. Pero lo que si sabemos es que hay libros de piel humana, de piel de cebolla, y hasta de cáscara de tejocote. Pero sea como sea que esté forrado un libro, los mexicanos nos interesamos más por la pasta, que por leer el libro.