En política, como en el campo de la administración pública, previo –a priori- a la toma de decisiones, es importante realizar –o al menos tratar- una lectura de una situación dada en un contexto determinado para tener muy en claro qué es lo que se tiene que hacer o, en su defecto, cómo se va a proceder de acuerdo con esa lectura previa que hagamos del terreno que estamos pisando.
En el proceso de la administración en general, pero más en los procesos permanente cambiantes referidos a la Administración Pública, entendida ésta como “el conjunto de acciones necesarias para llevar a cabo el propósito o la voluntad del gobierno”, dicho esto desde la perspectiva de la abstracción. Cualquier tarea gubernamental, quehacer público y/o proceso administrativo público requiere un conocimiento racional anticipado producto de la experiencia misma (empirismo) o de los principios y fundamentos en que está basado el conocimiento humano. No hay un ramo de la Administración Pública que se pueda disociar de esas condiciones necesarias: salud, educación, gobierno, trabajo y empleo, desarrollo económico, finanzas públicas, etc.
El diagnóstico, compuesto de tres variables principales: fortalezas, debilidades y amenazas, conforman un marco suficiente como para emitir qué posibilidades se tienen de lograr un fin u objetivo de manera exitosa. El tema de la seguridad pública, sobre todo por las condiciones prevalecientes en el país en esa materia en específico, requiere de un diagnóstico cuidadoso del tema porque cualquier mala lectura o mala interpretación de los síntomas de la enfermedad, socialmente hablando, nos puede llevar a tomar decisiones equivocadas respecto a cómo debemos tratar dicho padecimiento.
Esa mala lectura, pero todavía más, ese mal diagnóstico y peor receta para tratar de aliviar a esa enfermedad es lo que tiene más que agobiado al país. Es lo que nos ha llevado a la situación gravísima en la que nos encontramos, casi casi apocalíptica, y no quisiera sonar con esto exagerado, pero se nos dijo al principio del gobierno federal actual que, para contrastar con la gestión de Felipe Calderón, esta administración iba a poner especial énfasis en la coordinación con los gobiernos de las entidades de la República, y bueno, miren cómo nos tienen, estamos ahogados de delincuencia. Una más que nos va a quedar a deber EPN, ni hablar.
Para mí lo que está claro que hay un claro desafío del crimen organizado al Estado Mexicano. Lo que está pasando en Guerrero es el más claro ejemplo. Aquí no hay aquello de que hay crimen porque no hay justicia social –que es claramente insuficiente e imperfecta-, y que porque la riqueza está mal repartida, o porque hay mucha pobreza, necesidades sociales, marginación económica y falta de empleo. Por supuesto que todo esto no se puede negar. Pero no nos equivoquemos en el diagnóstico. No es cierto que el trasiego de substancias ilícitas se va a acabar cuando sea permitido el consumo lúdico de estupefacientes y que si este se permitiera se daría un golpe a los grupos del crimen organizado que se dedican al tráfico ilegal porque entonces ya se venderían legalmente.
Sí, hay gente que delinque por necesidad primaria. Va a un súper y se roba algún producto para cubrir una necesidad. Pero también hay delincuentes de barrio que han hecho del robo, asalto a mano armada o con un arma blanca o son carteristas de poca monta, ese es su modo de vivir, es su modus operandi y de eso viven al margen de la legalidad –miserablemente-, como alguien podría vivir del sexo servicio, es decir, de comerciar con el cuerpo, lo cual no necesariamente es ilegal.
No, aquí el incremento de la incidencia delictiva va más allá. Es un tipo de criminalidad que ya se está metiendo con la población civil. Es un tipo de crimen que ya va más allá de disputas entre bandas. Es un tipo de crimen peligroso como un cáncer maligno que está desafiando a la autoridad. Entonces no nos equivoquemos con el diagnóstico. Esto no se va a resolver necesariamente cuando haya justicia social, equidad económica y todos tengan garantizado el acceso por igual a satisfactores económicos. ¡Ojalá! El crimen organizado no delinque por necesidad.
Son otras las causas, desgraciadamente. Ahí hay algo de descomposición social, falta de educación y cultura, y una proclividad por el delito.