La señora Portilla nació en 1915. La señora Portilla tiene una razón de vida, su hijo. Su memoria de corto plazo es excelente. Su memoria de largo plazo es un libro abierto. Cuando desarrolló su niñez, era época de contrastes sociales. Eran tiempos de revolución. La gente buscaba un rayo de luz en la oscuridad para aferrarse y seguir viviendo. Esa vez vio la señora Portilla como corría la sangre sobre la calzada de la calle. Tres cadáveres en la esquina testimoniaban la crueldad de un movimiento armado. Los muertos “sólo” eran indefensos civiles. Recuerda la señora Portilla cuando Guadalupe Sánchez tomó la plaza Xalapa en todo un día de balazos. Fueron nueve hermanos: Esther, Piedad, Teresa, Virginia, Juana, Eloy, Raymundo y Benjamín. Su padre, don Juan Portilla Cruz, era un comerciante venido de Puebla. Su madre, Felícitas del Moral Ladrón de Guevara, era oriunda de Almolonga. Recuerda la señora Portilla el atentado al gobernador Adalberto Tejeda Olivares cuando le dieron un balazo en el hombro. Recuerda la señora Portilla las luchas obreras de la fábrica de San Bruno. Las mujeres obreras salían con una banda roja colocada en la frente a protestar en las calles de Xalapa por mejores condiciones de vida laboral. Parte de la familia de la señora Portilla trabajaba en la fábrica, incluyendo a su esposo Lauro Rodríguez González. Tiene muy presente la señora Portilla la imponente figura de Manuel Parra, aquel cacique dueño de la hacienda de Almolonga que llenó páginas de sangre en la historia de Veracruz y de México. Pero en ese contraste, también eran tiempos de romanticismo. Los suntuosos bailes eran momentos únicos para “asomarse” más allá de la ventana de la casa. Había muy pocas oportunidades para las mujeres. La emancipación de la mujer estaba en sus inicios. Se bailaba al ritmo de las grandes orquestas de Manolo Vicuña, Pablo Beltrán Ruiz, Dámaso Pérez Prado, y la gran orquesta de la Facultad de Ingeniería. No era extraño recibir serenatas con las canciones de Agustín Lara, o las canciones que cantaban Los Panchos, Los Tecolines, Los Tres Ases, Los Diamantes o Celia Cruz. Y por supuesto los poemas hechos canciones de Consuelito Velázquez. Claudio Estrada algunas veces iba a tocar la guitarra a la casa de las muchachas Portilla. Se usaban vestidos vaporosos de telas importadas. Buenos perfumes, encajes, peinetas, media de “popotillo”, peinados sofisticados. Ya en el baile, recuerda la señora Portilla: empezaba la música. Y como que el tiempo detenía ese gran momento. Las parejas iban al centro del salón. El caballero llevaba a la dama tomada del brazo. Y los dos quedaban de frente mirándose a los ojos. El caballero rodeaba el talle de la cintura de la dama con su mano derecha. Y con la mano izquierda el caballero afianzaba la mano derecha de la dama. Ambos sentían, por la cercanía, vibraciones en todo su cuerpo. Empezaba el movimiento corporal y espiritual al ritmo de la música. Y se flotaba como entre nubes en un mágico instante de romanticismo puro. Y se coreaban calladamente las estrofas de esa bella canción: “Noche de Luna en Xalapa”. Y se vivía intensamente ese espacio repleto de amor. Y recorre la señora Portilla con los ojos cerrados aquel Xalapa antiguo maravilloso: el hermoso “relojote” de la joyería La Perla, la zopilotera, el tren el “Piojito”, las tenerías, los lavaderos, el Río Carneros, la Represa del Carmen, la Casa de los Leones, el Cine Lerdo, el derruido Cine Victoria, las tiendas: La Bruja, El Gallo de Oro, La Favorita, La Isla, La Roca de Oro, La Castellana, El Café de Chinos. Recuerda la señora Portilla la “fiesta” de los burros en la calle Balderas. Las “Palomas”, como centro de “cultura”. Las actividades de los carboneros. El “Fotingo”, primer carro en Xalapa. El uso elegante del “Maquinoff”. Y seguimos… Gracias señora Portilla por permitirme ver a través de sus ojos algunos paisajes en el libro abierto de su vida. Es época de disfrutar de un pasado con olor de buen café, de sabor a pan caliente, de regocijo, y de gusto por el recuerdo. Doy fe.