Todo pueblo tiene su atractivo. La Santísima Trinidad es un pueblo enclavado en la serranía que tiene un gran encanto: la Cueva de las Estrellas. Supimos de la Cueva de las Estrellas por don Lorenzo. Hay dos cosas fantásticas en la Cueva de las Estrellas: el Cielo de las Estrellas y el Fantasma de la Chorrera. El misterio de la Cueva sin duda guarda un encantador atractivo. La Cueva de las Estrellas es algo tan bello que, pasados los años, nunca olvidaríamos semejante maravilla natural. Tal pareciera que ya dentro de la Cueva, estuviera uno afuera. Tenía que hacer buen tiempo y cielo estrellado para admirar el misterio de la Cueva. Cuando entramos a la Cueva, ya apareciendo la noche, logramos ver dos cielos: uno falso y uno verdadero. Al voltear hacia arriba, ya dentro, tuvimos la impresión de que las estrellas estaban pegadas en el techo de la Cueva. Pero en realidad el techo de la Cueva estaba recortado, era una oquedad, y lo que veíamos era el cielo natural estrellado. Alumbrando con candiles pudimos ver las paredes de la Cueva llenas de crisálidas, parecía un cementerio de mariposas en proceso de evolución larvario. Las crisálidas estaban atrapadas en las gomosas paredes de la Cueva. Dice don Arturo que cuando llegan los fríos, los murciélagos se guarecen en la Cueva y limpian el ambiente de todo bicho que interrumpa su sueño. El primer viernes de Marzo que fuimos a la Cueva, nos dijeron que es el mejor día para admirar la belleza de la Cueva, y así fue. Fuimos a la Cueva en “bola”, chicos y grandes. Para el viaje llevamos café con leche en tecomates de pipiana mora, enchiladas, y unos frijoles con “halahán” para chuparse los dedos. Caminamos una hora. Luego entramos al brazo de terraplén que nos llevó directamente a la Cueva. Pero al entrar a la Cueva había un aguachal con lodo y lleno ese tramo del camino de floripondios blancos y “yerba tinta”. Sentíamos el charpaleo del agua lodosa en los pies y en las valencianas del pantalón. Pero el misterio de la Cueva era más atractivo que las incomodidades y el peligro. Don Modesto “peló” la moruna por si había algo que matar para defender al grupo. Pero cuando vimos hacia arriba ese manto de estrellas titilantes en el techo de la Cueva como en una rueda de luz, hasta el miedo se nos quitó. Y aunque no era el techo de la Cueva, daba la impresión de serlo. Y logramos ver lo que llamaban el Fantasma de la Chorrera: al pegar la luz de la luna y de las estrellas sobre una parte del hueco de arriba en el que se deslizaba la maleza húmeda, parecía que bajaba una cortina de agua como si fuera una cascada escarchada con cientos de estrellas de colores. Al mover el aire la vegetación colgante parecía que la supuesta agua bajaba convertida en una gran chorrera. Pero todo fue un instante, un viento negro nubló el cielo y se acabó ese divino momento. La Cueva de las Estrellas nos había ofrecido ver y disfrutar la extraordinaria magia de sus entrañas.