En el corto y mediano plazos, pienso que tampoco en el largo, no existe nada que pueda frenar la migración de los centroamericanos de los países del Triángulo del Norte (El Salvador, Honduras y Guatemala) hacia los Estados Unidos.

La condición económica y social de los tres países va a mejorar, en el mejor de los casos, en las próximas tres o cuatro décadas. Los niveles de violencia en esa región son estructurales y revertir la actual situación ahora se ve imposible.

Los políticos y los académicos centroamericanos, también la gente, saben que las condiciones no van a cambiar y que la migración va a continuar en los actuales niveles e incluso crecer. No hay y no habrá pronto incentivos que la puedan frenar.

En el actual estado de cosas son bienvenidas todas las iniciativas internacionales, se requiere mucho dinero, que puedan colaborar al desarrollo de esa región y que, en el tiempo, contribuyan al abatimiento de los niveles de pobreza y de la violencia.

La caravana de migrantes hondureños, que ya ha pasado por Guatemala y pretende cruzar por México hacia Estados Unidos, ha generado una crisis coyuntural y provocado todo tipo de reacciones xenófobas y racistas del presidente Trump, ya metido en la campaña electoral de su país.

El actual gobierno de México, ante la presión de Trump, ha endurecido su posición para intentar evitar que los migrantes hondureños crucen la frontera sur e inicien su camino hacia el vecino del norte, pero siempre en el marco de un discurso políticamente correcto.

La realidad centroamericana y la presión de Trump plantean al nuevo gobierno, éste ya se va, nuevos problemas y retos que implican definiciones claras y puntuales sobre la política hacia los migrantes centroamericanos en la conciencia de que el flujo migratorio no va a detenerse.

Se calcula que en los últimos años asciende a 400,000 el número anual de los centroamericanos que cruzan por México e intentan ingresar a Estados Unidos y quedarse ahí. Muchos no lo logran, pero otros sí.

Para México, en los hechos y por ahora, sólo hay dos posibilidades: permitir que los migrantes pasen por el territorio y que sea el gobierno de Estados Unidos quien impida su entrada o los deporte, que ha sido el modelo, con algunas variantes, desde los años 80.

La otra, intentar, para satisfacer a Trump, sellar la frontera sur, en el esfuerzo de que se “cuelen” muy pocos migrantes y así se reduzca de manera dramática el número de los que arriben a la frontera norte. Ésta sería una nueva estrategia. Hay indicios de que ya inició.

La frontera sur de México tiene 1,158 kilómetros (965,000 km con Guatemala y 193,000 km con Belice). ¿Es posible sellar la frontera? ¿México va a construir un muro con Guatemala y Belice? ¿Se van a destinar los recursos que requiere esa estrategia? El tema no es fácil y con la administración Trump se ha complicado.

Muy pronto el nuevo gobierno va a tener que definir su posición y luego ponerla en práctica. No siempre la mejor política exterior es la interior. Esta última tiene su propia dinámica y no hay manera de evadirla.

Twitter: @RubenAguilar

El Economista