Uriel Flores Aguayo

Pasaran los tiempos, ciclos, épocas, años y generaciones pero siempre habrá o debe haber códigos y un decoro básico en las relaciones sociales y la convivencia entre la gente. Siempre será indispensable que tales reglas y comportamientos sean de alto nivel en el trato de las autoridades y la ciudadanía. Existirán en el papel como imperativo legal y también ético, a la vez que práctica cotidiana. Los códigos están en las leyes, son normas obligatorias, y costumbres de correcta conducta. En tanto sustento de comportamientos humanos sufren desgaste y adecuaciones. Aunque mantienen una esencia en lo mínimo. No importa tanto las orientaciones ideológicas o políticas de la sociedad, más bien sus capas, ni de los gobernantes. El color partidista no cambia al código ni sustituye al decoro. Habrá quien lo piense así, por voluntarismo o ignorancia; el discurso político, al menos en México, está lleno de demagogia y eufemismo, hace que se estiren al máximo explicaciones fantasiosas y ocurrentes. Confunden, cierto tipo de políticos, la realidad con sus proclamas y sus intereses concretos, que no asumen, con los afanes de la colectividad. El poder cambia a sus detentores y los visibiliza en su condición humana; creen que pueden inventar sus propios códigos y hacer del decoro algo decorativo y hueco. En ciertas actividades sociales suele ocurrir algo similar.

Poniendo a salvo la esencia de los códigos es normal que se ajusten en sus aspectos amplios y complementarios. Será un avance cultural que se sostengan en su núcleo principal y que sus cambios sean positivos. El problema llega en forma de abuso de poder, autoritarismo, infamia y violencia. La autoridad que actúa arbitrariamente viola códigos, el comunicador que difama se olvida de la ética y el delincuente que no respeta a la familia se coloca en la barbarie. Es indispensable apelar a los códigos y al decoro como basamento de una relación civilizada y democrática entre la ciudadanía y de ésta con los gobernantes. No es exagerado poner el acento en las reglas y el buen trato. Su deficiente práctica u omisión es fuente de abusos y atrasos. Si es para mejorar la convivencia social y la relación ciudadanía-autoridades, bienvenidos los cambios y reformas a los códigos. La ruta del derecho y el desarrollo cultural son las plataformas fundamentales para reinstalar o reforzar los códigos entre la ciudadanía y ciertos grupos dedicados a actividades ilícitas.

En estos tiempos de cambios políticos que apuntan a ser de fondo, se tiene una grandiosa oportunidad para garantizar la aplicación de los códigos pero mejorándolos sustancialmente. Sería una pérdida de impulsos transformadores si a los operadores de los cambios, los herederos de la transición democrática y beneficiarios de luchas históricas les gana su condición humana y déficit cultural. Fallarán si ejercen el poder en plan de autoconsumo, para carreras políticas, intereses grupales o facciosos, inmediatismo y atropellando a quienes vean como enemigos. Ya están gobernando, por tanto es posible irlos evaluando. Ya están ante la responsabilidad concreta del servicio público. Pueden echar discursos y repetir las consignas partidistas para aparentar. Sin embargo, son sujetos de crítica natural y obligada. En los hechos a la vista se puede conocer si están haciendo bien y mejor las cosas respecto del pasado inmediato; si respetan códigos, si los enriquecen; si ayudan a que la sociedad haga lo propio. De un nivel general, con cierta abstracción conceptual, se puede incluir el decoro como un elemento de códigos.Está ahí, como comportamiento responsable, como imagen definida y trato amable, al menos. De pronto algún funcionario falta al elemental decoro en cierta declaración o en un acto. Si rompe con eso, debe irse, es mal referente y desanima a los ciudadanos, que pueden seguir su mal ejemplo. Similar situación podría ocurrir en la sociedad, donde la sanción moral y la inhibición práctica vía participación ciudadana es condición indispensable para limitar o evitar actos sin decoro.

El caso a comentar, analizar y poner sobre la mesa es la vigencia de ciertos códigos y el indispensable decoro en las conductas oficiales y ciudadanas. Igual sus cambios para bien. Sin eso sobrevienen el abuso y las imposiciones.

Recadito: los viejos textoservidores tenían ciertos códigos, no se metían con la familia.

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