Uriel Flores Aguayo

Con motivo de las actividades que se realizan para celebrar el cumplimiento de treinta años de vida en el Movimiento Popular Independiente de Veracruz (MOPI-VER), se ha estado reflexionando sobre su origen, desarrollo y actualidad. Se habla un poco sobre el contexto en que surgió, las condiciones en que sorteó 30 años y la indispensable adecuación a los tiempos actuales. Esta organización viene de la militancia social, una definición emparentada con el activismo, la lucha, la gestoría y el voluntariado sociales, entre otros nombres que se utilizan para señalar a quienes asumen acciones y compromisos colectivos ante la sociedad. Me identifico con la palabra militancia social en lugar de activismo porque la veo con significados más amplios; es una línea de actividades con mayor permanencia y de plazo mediano y largo. La militancia social implica ideas más definidas, pueden ser en un sentido o en otro del abanico ideológico y simpatizar o no con proyectos políticos. En nuestro caso la orientación, sustentada en el tiempo, es de posturas libertarias, democráticas, progresistas y de izquierda. El militante social tiene conciencia y vocación sociales, se mueve con ideales, no es individualista, es desprendido de lo material, actúa colectivamente, fortalece la resistencia, es consecuente ante coyunturas e intereses y persevera en el tiempo con su estilo de vida y compromiso social.

Del México autoritario y casi dictatorial al de las alternancias y progresistas de hoy transcurrieron un poco más de cincuenta años. Se vino dando un proceso liberador en la sociedad y en sus sectores y capas. Se dieron movilizaciones en los sindicatos y en el campo, los estudiantes en el 68 cimbraron al sistema político, hubo profundas crisis económicas, el partido de Estado se partió en el 88, se vivieron alternancias y pluralidad en las Entidades federativas y los municipios, el otrora partido invencible perdió la mayoría en el 97, se ejercieron en plenitud las libertades democráticas, se concretó la alternancia federal en el 2000 y llegamos a un gobierno actual con una orientación popular y rasgos progresistas. El cambio de hoy es producto de ese proceso. Sería confundir el que se quiera atribuir a una figura, a un partido o algunos actos el cambio político de nuestro país. No tiene sentido, puede ser un exceso de ingenuidad o demagogia, pretender que las transformaciones se explican por lo ocurrido hace tres o cinco años. Asumirlo en sentido histórico dará claridad para un buen gobierno, pero también apertura y solidez para el futuro.

En todo caso, quienes ahora tengan responsabilidades gubernamentales o legislativas y no provengan de esos tiempos más que inventarse un perfil deben asumirse como parte reciente de algo nuevo e intentar adquirir una identidad propia. Hacerlo con sinceridad, no simular para no hacer que desmerezca su papel. Tienen la gran oportunidad de crear algo nuevo, figuras inéditas que den sentido y sustento a un nuevo tipo de político: honesto, capaz y con ideas. Venir de muy lejos en esta lucha no garantiza del todo un buen papel, pero da experiencia, trae conocimiento y orienta sobre lo que debe hacerse. Quienes actúen con sectarismo o, peor, con patrimonialismo, creyendo que son poseedores de todos los méritos y que, al fin, les «hizo justicia la revolución», estarán conspirando contra los cambios y lo nuevo. Son herederos de luchas de al menos medio siglo, con momentos claves pero también de actos sencillos de ciudadanos anónimos: el sindicalista que se arriesgó al desafiar a los líderes «charros», el estudiante que increpó al autoritarismo, los movimientos de reivindicaciones sociales que enfrentaron represiones armadas, los jóvenes que tomaron el camino guerrillero, los comunistas y socialistas que irrumpieron en el escenario electoral, los nacionalistas que se apartaron de la ruta neoliberal, los Cardenistas que convulsionaron al sistema y de la persistencia de millones de ciudadanos y líderes que creyeron en un país mejor, que persistieron y llegaron a esta meta.

Entre esos herederos hay de todo, por obviedad, es la naturaleza de los cambios que se anuncian profundos. Hay quienes tienen toda su vida en el campo de lucha por la democracia y la igualdad social. Con méritos suficientes para encabezar las áreas que se requieran. Pero los hay nuevos en estas ideas, que llegaron coyunturalmente; seguramente en su mayoría tienen las mejores intenciones. Es bueno que sepan de la historia del proceso que nos colocó en estos cambios y que son herederos de una lucha de al menos medio siglo. Sería lamentable que ellos se sintieran beneficiarios de los cambios y que se comportaran en forma excluyente. Nuestra actualidad exige comportamientos a la altura de las transformaciones anunciadas.

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