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Fuente:
Arquidiócesis de Xalapa

El evangelio que se proclama en este tercer domingo de cuaresma (Lc 13, 1-9)
en la liturgia de la Iglesia católica, aborda dos temas importantes para la vida
cristiana, el tema de la conversión y el de la misericordia divina. Es necesario
convertirse para producir los frutos que Dios espera de nosotros y salvar
la propia vida.
En este periodo de preparación para la pascua escuchamos frecuentemente la
invitación al arrepentimiento y a la conversión. Arrepentirse y convertirse no es
sólo fruto del esfuerzo humano, sucede también gracias a la presencia de Dios
en nuestra vida. Dios está dentro de nosotros y su gracia nos mueve siempre a
buscar el bien, aunque no siempre uno esté dispuesto.
El arrepentimiento llega cuando uno se da cuenta de que algo no está bien en
su manera de vivir o de actuar, cuando toma conciencia de que lo que hizo
lastimó a alguien, afectó a los demás, provocó algún daño o causó algún
malestar. Sucede también cuando nos damos cuenta de que el rumbo de
nuestra vida o algunas cosas que estamos haciendo no nos están conduciendo
al bien que esperábamos o que prometimos. Por eso es bueno detenerse,
observarse, escuchar a los demás, evaluarse y recomponer el camino.
El arrepentimiento no llega cuando uno se dedica a negar la realidad, se
justifica de todo y sólo se echa la culpa a los demás. Uno debe hacerse
responsable de sus actos y de las implicaciones que estos tienen. Quien
escoge el camino de la justificación y la negación de la realidad nunca aceptará
sus propios errores y por lo tanto será muy difícil que se corrija.
El arrepentimiento se complementa cuando pasa a la conversión. Convertirse
significa cambiar la mente, cambiar el modo de ver y juzgar las cosas y por lo
tanto cambiar la conducta y el modo de proceder. Si uno nada más se
arrepiente pero no busca la conversión, una vez que pasa ese sentimiento de
culpa, casi será seguro que vuelva a caer en lo mismo; con la conversión uno
toma la firme decisión de separarse de las cosas que ha hecho mal y busca
ponerse en paz con Dios y con sus hermanos.
En la cuaresma Dios nos invita a corregir algo de nosotros. Puede ser el modo
de vivir nuestra fe cristiana, las formas de orar, de trabajar o de vivir las
relaciones con los demás. Por ello, la Cuaresma es un tiempo de gracia, un
tiempo para componer nuestra relación con Dios y con los hermanos; es tiempo
de reconciliación y de vuelta a Dios.
La invitación a la conversión tiene una motivación, es la misericordia divina.
Dios siempre tiene caminos de salvación y quiere que todos nos salvemos, por
eso nos envió a su hijo y nos invita continuamente a la conversión. Dios no se
complace en la muerte del pecador; Dios desea que todos sus hijos tengan
vida en abundancia.
La parábola de la higuera que escucharemos este domingo, en la liturgia
católica, hace referencia a la misericordia de Dios que da tiempo al ser
humano para la conversión. El hecho de que se marque un tiempo límite en la
parábola, significa la urgencia de la conversión. “Si no se convierten
perecerán”, dice Jesús en el evangelio. Esto significa también que el tiempo
para convertirse tiene un límite y por ello hay que hacer caso a la llamada que
Dios nos hace pues podríamos perder la oportunidad para siempre.
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Director
Oficina Comunicación Social

Arquidiócesis de Xalapa

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