La semana pasada, Donald Trump se proyectó como un líder lo suficientemente «loco» como para hacer estallar el comercio global si no se le complacía. Estaba dispuesto a todo. Y esa jugada surtió efectos, Varias naciones acudieron, nerviosas, a su puerta para negociar. Pero el guion no funcionó con China. Con ello, la batalla queda claramente delimitada: el conflicto central ya no es Estados Unidos y el mundo, sino entre Estados Unidos y China. Lo escribe Enrique Quintana, director de «El Financiero».