Cuando un gobierno municipal hace y entrega obras públicas – calles, escuelas, redes de agua o drenaje, banquetas, alumbrado público, parques recreativos, etc – decimos que cumple con una de sus obligaciones ( Art. 115 Constitucional) que es servir al bien común a través de mejorar las condiciones de vida de la sociedad.

La administración y el gobierno, tienen sentido y significado si a esa causa sirven, de lo contrario, solo son el lastre de un cuerpo anémico al que todos los ingresos que le llegan, se “los come” en el pago de su nómina, eso sí, con salarios y prestaciones lujosas.

De un paciente cuya médula enferma no produce los glóbulos rojos que el cuerpo necesita para sus defensas, se dice que por mas transfusiones de sangre que le apliquen, perderá la batalla por la vida. Lamentablemente así tenemos muchos ayuntamientos en Veracruz.

En cuanto a las obras, de acuerdo a su tamaño, costo y función pueden recaer en los ayuntamientos, en los gobiernos estatales o en el gobierno federal.

Cuando así conviene a la política de gasto de un Ayuntamiento, la optimización de los recursos disponibles y dado que así lo prevén las normas y/o las capacidades financieras requeridas por ciertas obras, hay ocasiones, y cada vez son más, en que la inversión pública municipal se realiza en forma asociada con los otros órdenes de gobierno o bien mixta con participación social o de empresas privadas.

Esta política pública varía mucho dependiendo de la mentalidad y capacidades del Alcalde de que se trate y de la unidad política de la Comuna que lo acompaña. Por ejemplo hay alcaldes que se limitan a administrar los escasos recursos de sus ingresos propios y los que les llegan de la federación y solo eso. Estos alcaldes pueden ser honestos o no pero son pusilánimes, miedosos, ignorantes de la realidad, de las oportunidades de financiamiento, de las potencialidades de su municipio. O bien son egoístas, individualistas, pobres de espíritu y prefieren lucir solos la autoría de una obra aunque hagan nada mas una,(eso sí espectacular) bajo el supuesto de que eso es lo que mejor abona a su proyecto personal. Al final suelen derramarse en “razones” de tipo presupuestal para tratar de justificar por qué dejaron de hacer muchas obras demandadas y que quizá formaron parte de sus promesas de campaña. No se midieron para repartir esperanzas, total no se firman ni llevan fecha.

En otra variedad, los hay pedigüeños y endeudadores que desconocen las opor-tunidades y solo piensan en créditos bancarios. También los hay que les tiemblan las piernas ante marchas, plantones de grupos de presión – que obviamente quie-ren una parte del presupuesto con lo que quizá cobran su factura de electores que aportaron. Inseguro e incapaz de incrementar rápidamente el capital político de arribo; éste tipo de alcaldes carecen de la visión y capacidad de negociación para que esas mismas presiones sean parte de su peso y de su fuerza política y presencia ante instancias estatales o federales en donde podría encontrar eco y mejor respuesta. Prefiere vivir solo y a la defensiva su mandato. Hay de todo.

Muy aparte están los visionarios, y de gran capacidad de gestión politica, financiera y asociativa y de alianzas estratégicas. Desgraciadamente, son los menos, estos son los alcaldes promotores, movilizadores de capacidades, audaces sabuesos de fondos financieros, estén donde estén, donde pueda encontrarlos sea en organismos internacionales, nacionales, regionales, Fundaciones o en la misma capacidad participativa de la comunidad. Pueden tener la mejor oficina de Palacio pero no se atan a la silla y lo mismo vuelan al extranjero por un intercambio, donación o fondo que a la última colonia de la periferia cuyos habitantes están dispuestos a sumarse en una obra con participación comunitaria. Tienen vista táctica y estratégica. Luz larga y luz corta y aunque se sacan fotos que lucen no pierden de vista lo sustancial del papel promotor e incluyente que tienen a su cargo. Eso sí, dado el canibalismo de la clase política veracruzana este tipo de alcaldes están expuestos a la política mediocre que acude a toda clase de franco tiradores y “fuego amigo”. Sin embargo, cuando tienen profundas raíces y convicciones, ni eso los distrae. ¿Cuántos alcaldes así hay entre los 212? Creo que al contarlos sobrarían dedos de una mano, desgraciadamente.

Muchos o pocos, lo cierto es que la magnitud del crecimiento metropolitano y las necesidades que tiene y de todo género, exige alcaldes ( y también gobernadores pero que sean de verdad transparentes) con este tipo perfil audaz y asociativo de recursos financieros y esfuerzos de muy diversa índole aunque también de capa-cidades de diálogo intermunicipal, negociación y concertación de acuerdos con organizaciones de la sociedad o de la pluralidad partidista. Y tiene que ser así para construir soluciones regionales porque hay necesidades de servicios y de infraestructura que comparten y es ineficaz abordar por separado lo que geográfica y socialmente no lo está.

Como podemos ver gobernar municipios de ciudades medias en acelerada expansión como Coatzacoalcos, Córdoba, Orizaba, Boca del Rio, Xalapa, Poza Rica o Tuxpan no son enchiladas que estén al alcance de cualquier ganoso, o político a la carrera. Hay criterios que fueron olvidados por promotores de jóvenes políticos hechos “al vapor” o en el micro como la sopa maruchan.