Al ser éste el último artículo que escribo en el rojizo mes de febrero, aprovecho para terminar con una atonal miríada de reflexiones que andan demasiado alborotadas en mi cabecita tratando de salir. Para evitarme un innecesario derroche neuronal, me tomo la libertad de comenzar con una frase de Cicerón que valientemente compartió un amigo en su red social: «En primer lugar, ¿Cómo puede haber “una vida llena de vida”, como dice Enio, que no descanse en el mutuo afecto de un amigo? ¿Qué puede ser más dulce que tener a alguien con quien atreverse a hablar de todo como con uno mismo? ¿Qué frutos habría en las situaciones prósperas si no hubiera alguien que se alegrara de ellos como uno mismo? Igual de difícil seria sobrellevar las adversidades sin alguien que las llevara incluso peor que uno mismo…» (¡Ay Janitzio! hasta chinito me puse).

Tómese en cuenta que el fastidioso mes del Amor y la amistad está enormemente consagrado a tirar miel y a reventar a los pobres asalariados mexicanos que cobramos por quincena. Poco, muy poco se le dedica a la amistad que viene siendo el +Uno de las invitaciones perfectamente lacradas de las celebraciones popof, y que indican la cantidad convidada: Sr. Calderón más uno; Sr. Nepomuceno Almonte más uno. El más uno indica indiferencia, abulia, falto, corto y escaso.

Pues bien, hoy quiero hablar de los amigos que he encontrado en la vida, pero sobre todo, de los que a lo largo de estos siete años que tiene de vida esta calumnia, me han cobijado (¡Cómo pasa el tiempo!). Todos los proyectos son, salvo rarísimas excepciones, temporales y finitos. La permanencia inagotable no es para todos, ni es para todo.

“¿Qué puede ser más dulce que tener a alguien con quien atreverse a hablar de todo como con uno mismo?”. Con ustedes, mis amigos, he podido hablar conmigo mismo y me he explayado en mis mensadas. Algunas veces hablé en serio, pero fueron las menos, porque con mis amigos bromeo, soy alegre, a mis amigos les dedico una sincera sonrisa y aquí les he dejado muchos guiños.

Pero siete años me parecen suficientes. Es momento de iniciar otros proyectos periodísticos y explorar otras vertientes diferentes al “yoísmo”. Baste mencionar que de marzo del año pasado al día de hoy, he entregado 122 columnas y perdí la cuenta de cuántas fueron en los siete años pero tiene que ser un número mayor a las quinientas. Tengo en el escritorio fojas útiles e inútiles de otros escritos, de cuentos y de garabatos que quisieran ser novela, de información política que no he podido aterrizar porque lo que falta en esta vida es tiempo.

Seguiré escribiendo porque no sé hacer otra cosa, aunque ahora deje reposar este Diario Íntimo. Comencé desde muy joven en el periodismo. En el Diario de Xalapa junto a Omar Alemán y Óscar Olvera. Mis primeros arañazos me los di como reportero sin paga y terminé escribiendo la columna Economía Juvenil… tenía apenas 18 años. Después tuve por algunos años la columna Ingeniería Urbana en el mismo medio, y, ahora, anexaré a mis haberes la columna Diario Íntimo.

Dentro de poco, si así me lo permite, volveré a entregar otra columna con otro nombre, diferente enfoque y distinta intención. Espero seguir contando con el favor de su amistad y su lectura. Me llevo los frutos de siete años de trabajo, que se traducen principalmente en usted, bien querido lector lectora, bien querido amigo amiga, pero sobre todo, en tener una vida ¡llena de vida!

Nos leemos pronto.

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