Después de escuchar la alegría que causó la declaración de González Iñarritú, he pensado mucho en lo que dijo. Y la verdad es que le pido a Dios que no le haga mucho caso. Pensé de inmediato en los mexicanos que contaminan la cuenca del Río Blanco, y lo convierten en un drenaje de sustancias tóxicas estéril. Pensé en los mexicanos que día con día tiran la basura en la calle. Me acordé de esos mexicanos que tienen una fuga de agua en su escusado y no la componen, ni en tiempos de secas.
Trataba yo de definir qué tipo de país merece aquél que secuestra y tortura. Aquél que mata. Aquél mexicano que sigue sin hacer nada ante la guerra civil soterrada que vive el país. Una guerra que ha dejado más de cien mil muertos en una década. Y quizá hasta medio millón, pues nadie confía en las cifras oficiales. ¿Qué país merecen los mexicanos?, una y otra vez la misma pregunta.
No me imagino que país merezca un funcionario de renombre que invita a un amigo a hacer negocios y le dice que ganará un millón de pesos diario, libre de lo que le tendrá que entregar a su socio el funcionario… Sobre todo cuando hay tantos millones de mexicanos viviendo en condiciones tan tristes, de tanta pobreza, de tantas necesidades…
Ya entrado en reflexiones, pensaba en el país que merece el profesor de la Ceteg que acepta que sus líderes lo manipulen y hasta lista le pasen en las manifestaciones, dejando sin estudiar a los niños que supuestamente son el motivo de su vocación… O en el que merece el líder, que medra con el hambre y la necesidad del maestro, para usarlo y bloquear carreteras, paralizar la economía de un estado, hacer marchas en el DF y obtener beneficios económicos por terminar la protesta del día… Y el país que merece el funcionario que prefiere en lugar de aplicar la ley a rajatabla, ofrecerle un dinero al líder de tal o cual movimiento, para que deje libre el monumento a la revolución, o el lugar que usted desee, y con esa actitud a la vez, promueve que muy pronto regresen los chacales ávidos de dinero público a continuar con su trabajo en la industria de la protesta, que tanto daño le hace a México.
Me pregunto qué país merece un pueblo que presume de católico en un 80% o más, y de seguidor de las enseñanzas de Cristo en un 98% y sin embargo, todos los días hace algo que daña al prójimo. México está lleno de personas que ¨tragan santos y cagan diablos¨, como dice la conseja popular.
El país que merece un entorno corrupto y podrido. Una población cuya preocupación es lo que le va a exigir al gobierno, pero para su propio beneficio, ya sea subsidios de Sedesol, seguridad, salud, trabajo, comida, etc., lo que guste usted, pero que no toma en cuenta exigir lo más importante: Salir de la crisis política, económica y social, para no depender de las ¨ayudas¨ del gobierno para continuar una vida miserable.
En una de las últimas encuestas de Parametría, encontramos que al pueblo de México no le importa mucho la corrupción e impunidad. Está en el séptimo lugar de las prioridades del ciudadano, y eso porque había que enumera del 1 al 8 y el encuestador la metió. ¿Qué gobierno merece un pueblo que pide que los funcionarios hagan obras aunque roben, pero si roba, que sea poquito, para que también hagan algo por sus gobernados.
Pienso en el gobierno que le entregaría a quien permite que lo roben, que abusen de él, y cuando puede, roba y abusa de los demás. No puedo sacar de mi mente las imágenes de saqueo de vehículos accidentados, o incluso, la provocación de los accidentes como se hace por la zona de la caseta de Cuhitláhuac poniendo piedras en el pavimento, o aventándolas desde los puentes, para lograr que se medio maten, o se maten de verdad los automovilistas, para robarles el reloj y doscientos pesos que traigan en la cartera.
Un pueblo que si es pobre, considera que tiene derecho a todo, aunque le niegan todos sus derechos, y si es rico, sabe que tiene derecho a todo, y lo toma sin ningún escrúpulo. Un pueblo en dónde las iglesias en su mayoría están más preocupadas por el diezmo y la limosna que por la salud espiritual de sus fieles. Un pueblo en dónde miembros de élite del ejército, una vez terminado su entrenamiento, se convierten en sicarios.
Un pueblo dónde la policía federal sabe que hay un accidente grave que tardará doce horas en ser resuelto, y sin embargo no evita que los vehículos se sigan acumulando en la carretera. Permite que se formen filas interminables para lograr un poco más de cobro en la caseta, en lugar de pensar primero en los seres humanos, esos que supuestamente sirven y protegen.
Un pueblo que se molesta con su presidente por una casa que huele a corrupción, pero que cuando hay elecciones, vota mayoritariamente por el partido en el poder, y lo hace porque sabe que todos son iguales. Un pueblo que vende su voto y su futuro, por una lámina, una despensa, unos cuantos pesos, porque sabe que gane quien gane, seguirá en las mismas condiciones, salvo muy honrosas excepciones, de funcionarios de elección popular que llegaron a servir y funcionaron bien.
Un pueblo en dónde la libertad de expresión es un mito, dónde los medios de comunicación son negocios particulares, que se usan para ganar dinero, y para fines más aviesos aún de sus propietarios. La tolerancia un valor que nadie practica. La no discriminación por peso, talla, color, origen, preferencia sexual, género, etc., es algo que se presume pero que no se practica en la vida real. Donde la ignorancia es la reina y el conocimiento es tan raro, que muy pocos tienen acceso a él, y muchos menos aprovechan ese acceso.
Después de todas estas reflexiones, pensé que Dios sabedor del pasado, el presente y el futuro, ya le había concedido a González Iñarritú, pues estoy seguro de que México tiene el gobierno que se merece.
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