A principios de 1950 eran muy pocos los países en el mundo que tenían gobiernos emanados de elecciones populares. Cuarenta años después, casi todo el mundo de una u otra manera elegía mediante el voto a sus gobernantes o había adoptado el sistema representativo. Ahora la fiebre electoral-representativa significativamente ha disminuido.
Son diversos los factores que explican esto:
1. La crisis económica del período de entreguerras hacía especular a los economistas sobre una futura catástrofe permanente del capitalismo; además predicha en la economía política. La incorporación de la planeación y el inicio del Estado de bienestar en los Estados Unidos, junto con el crecimiento tecnológico, industrial, comercial que exportaron al mundo en consecuencia, sobre todo, de la investigación militar; así como su sistema político-electoral, fueron una bocanada de aire fresco frente a la depresión económica mundial, que generó grandes expectativas a la democracia. Ahora ese crecimiento tanto económico como tecnológico o político está en duda, y no está en manos exclusivamente de los Estados Unidos, ni sabemos a ciencia cierta dónde se encuentra el centro económico y de desarrollo tecnológico. O por lo menos, dudamos de cuál es el centro político mundial ahora: ¿los BRICS, la UE, los EUA?
2. A pesar de que las crisis siguen siendo recurrentes durante este período, claramente podemos distinguir el crecimiento exponencial, más o menos durante los primero 20 años (1950-1970) después de la guerra. Es lo que un historiador inglés ha denominado como “los años dorados” que ya no volverán: “Existen varias razones por las que se tardó en reconocer el carácter excepcional de la época. Para los Estados Unidos, que dominaron la economía mundial, no fue tan revolucionaria […] No sufrieron daño alguno, su PNB aumentó en dos tercios y acabaron la guerra con casi dos tercios de la producción industrial del mundo”.
3. “Pese a todo, la edad de oro fue un fenómeno de ámbito mundial, aunque la generalización de la opulencia quedara lejos del alcance de la mayoría de la población mundial: los habitantes de países para cuya pobreza y atraso los especialistas de la ONU intentaban encontrar eufemismos diplomáticos” (Hobsbawm en ambas citas).
Desde esta perspectiva, el mercado se convirtió en un logro del desarrollo, y al volverse mundial y accesible a clases sociales más bajas, además de involucrarse con la parte electoral, le dio confianza a un sistema político democrático. Esa confianza ahora se ha perdido.
En México a ambos movimientos del ciclo les llamamos el milagro mexicano y el período de sustitución de importaciones, que en términos prácticos comienza con el cardenismo, explota durante el gobierno de Ávila Camacho, pero no termina sino hasta la década de los ochenta, donde de nueva cuenta dio un giro nuestra economía acorde a los cambios mundiales, que desde la década de los 70 dejaron sentir la presencia del neoliberalismo, consecuencia, entre otras cosas, del estancamiento del Estado de bienestar… Qué difícil es escribir con un poco de congruencia sobre los rusos y el cardenismo…
Para nuestros días, los gobiernos en México estarán dominados por un creciente descontento social, originado por la incapacidad del Estado para mejorar las condiciones de vida de la población en general, disminuir la brecha entre la desigualdad nacional y promover el crecimiento personal de sus habitantes ya sea en su educación, alimentación, cultura o deporte.
Esto ha generado, por ejemplo, un aumento en la violencia y la proliferación del narco-estado. Aunque el gobierno mantenga un discurso triunfalista, esto es consecuencia de la geografía-política, que nos explica que los intereses superiores de los Estados Unidos dominarán mientras sea posible a los intereses secundarios que pudieran existir hacia el sur de sus fronteras.
Así, despierten los ánimos que despierten, las elecciones del próximo año a gobernador no podrán generar por sí mismas ningún cambio, ni el gobierno podrá transformarse en mayor medida. Pero quizá con que lo haga en menor medida sería suficiente para lo que nos acontece en la aldea, como diría Manuel Rossete.
La sociedad seguirá aumentando su participación en actividades políticas extra estatales o antisistémicas, dado el creciente descontento, pero sobre todo, por la incapacidad del Estado en todos sus ámbitos, pero con mayor razón, debido también a la necesidad de las grandes corporaciones transnacionales de mantener estados pequeños que no se entrometan con sus asuntos.
Seguiremos pues, siendo testigos del creciente descontento hacia el sistema electoral, auspiciado incluso por el capitalismo, que necesita gobiernos libres de sus gobernados para tomar las decisiones que sean necesarias. Aun está fresca la memoria del fascismo y cualquier nacionalismo apesta. Definitivamente el futuro -presente- revolucionario está en aquellas ideologías igualitarias, participativas, que no privilegian a los intereses personales ni transnacionales.
Más de lo mismo sólo provocará la furia, como ahora lo están demostrando algunos grupos anarquista-violentos.

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