No me referiré hoy a las empresas extranjeras que detentan (el verbo queda perfecto, si me hacen el favor de consultar su significado) el manejo de los dineros, los ahorros y los créditos en nuestro país. No hablaré mal aquí, aunque ganas no me faltan, de los programitas de promoción y cobranza que tienen los mentados bancos a través de servicios telefónicos con telefonistas que se la pasan llamando a nuestras casas y a deshoras para importunarnos por un retraso en un pago o con la promesa de una tarjeta de crédito.
Y no me faltan ganas, porque recordarán la memoriosa lectora y el acordante lector que escribí hace algunos días en contra del Banco Santander (el mismo que le hizo perdedizos 7 millones de pesos al Ayuntamiento de Cardel) debido a que me tenían alrevesado el hígado con inoportunas llamadas en las que me ofrecían una tarjeta de crédito.
Bueno, ¿creerán que volví a recibir otra llamada con lo mismo? Me van a disculpar, pero de plano le contesté al tunante con un insulto. Eso sí: no en contra de él, sino de la empresa para la que trabaja el pobre.
Al poner “la banca”, por hoy me refiero a ese lugar metafísico aunque poco atractivo en el que se colocan quienes se han quedado sin empleo u ocupación, sobre todo en el ámbito político.
Esa banca la traigo hoy a cuento porque está llena en estos tiempos por una gran cantidad de desempleados o desocupados que, aunque no lo necesiten, buscan un puesto o una posición desde la cual puedan ejercer lo que ellos consideran el poder político y desde la cual puedan abusar a conveniencia de los dineros públicos.