La invención de Morel
Un escritor se convierte en clásio porque su obra con el transcurso de los años se mantiene vigente, este es el caso del argentino Adolfo Bioy Casares (1914-1999), quien en el presente año está cumpliendo el centenario de su natalicio. Los centenarios sirven para conocer la vida, obra y pensamiento de los grandes escritores, pero también deben servir para encararlos y preguntarles cuál es su postura en los problemas que enfrenta el hombre en estos tiempos, que tal vez, no sean problemas exclusivos de nuestros tiempos, de nuestros hombres, si no de todos los tiempos y todos los hombres.
La obra más conocida y representativa de Adolfo Bioy Casares se titula La invención de Morel, publicada en el año de 1940. Jorge Luis Borges quien realizó el prólogo de la obra manifestó que no es exagerado decir que es una obra perfecta y con ella Bioy Casares cultivó la novela fantástica.
Antes de explicar brevemente la trama de La invención de Morel me permito iniciar con la siguiente reflexión que está dentro de la misma novela: “¿Insistiré en que todas las vidas, como los mandarines chinos, dependen de botones que seres desconocidos pueden apretar? Y ustedes mismos, cuántas veces habrán interrogado el destino de los hombres, habrán movido las viejas preguntas: ¿A dónde vamos? ¿En dónde yacemos, como en un disco músicas inauditas, hasta que Dios nos manda crecer?”
Las preguntas antes planteadas representan una problemática existencial sin tiempo. El hombre al nacer con el sentimiento trágico de la vida que es morir, mientras exista físicamente y piense de manera razonada, siempre se interrogará lo mismo. La fe religiosa nos da una posible solución que es la esperanza de un más allá, pero el fugitivo quien es el narrador de la historia La invención de Morel en un momento de angustia como los tenemos todos, llegó a expresar: “No espero nada. Esto es horrible. Después de resolverlo, he ganado tranquilidad.” ¿Será verdad?
Sobre La invención de Morel se han realizado grandes estudios y la interpretación es muy amplia, la historia central la cuenta a través de su diario un fugitivo quien se escondía en una isla abandonada, en esa isla llevaba una vida de soledad e incomodidades, existía una rara enfermedad que te iba devorando por dentro, la parte central de la isla se componía por el museo, la capilla, la pileta de natación. El fugitivo se preguntaba: “¿Quiénes eran los que, en 1924, más o menos, construyeron este edificio? ¿Por qué lo han abandonado?”
En el contexto anterior de soledad pero de relativa libertad, el fugitivo se sentía seguro. De pronto un grupo de turistas le quitaron la tranquilidad, ¿Qué venían hacer? ¿Se habían extraviado? Todo se fue convirtiendo en un misterio, poco a poco iba ubicando a los veraneantes: “En las rocas hay una mujer mirando las puestas del sol todas las tardes. Tiene un pañuelo de colores atado en la cabeza; las manos juntas, sobre una rodilla; soles prenatales han de haber dorado su piel; por los ojos, el pelo negro, el busto, parece una de esas bohemias o españolas de los cuadros más detestables.”
La mujer se llamaba Faustine, era hermosa, el fugitivo todos los días la observaba en la misma posición al sol, su corazón empezaba a latir. No olvidemos que las reflexiones del fugitivo previo a la llegada de Faustine era de desesperanza, vació, soledad y en general no esperaba nada de la vida, pero resulta que su visión estaba cambiando, ahora reflexionaba lo siguiente:
“Ahora la mujer del pañuelo me resulta imprescindible. Tal vez toda esa higiene de no esperar sea un poco ridícula. No esperar de la vida, para no arriesgarla; darse por muerto para no morir. De pronto esto me ha parecido un letargo espantoso, inquietísimo, quiero que se acabe. Después de la fuga, después de haber vivido no atendiendo a un cansancio que me destruía, logré la calma, mis decisiones tal vez me devuelvan a ese pasado o a los jueces; los prefiero a este largo purgatorio.” Mi apreciado lector, lógicamente el purgatorio era la terrible soledad.
La historia se sigue desarrollando, el fugitivo día a día observaba a Faustine de la cual ya se había enamorado, un día llegó dispuesto a hablarle, lo hizo pero ella ni se inmutó: “Señorita, quiero que me oiga- dije con la esperanza que accediera a mi ruego, pasaron otros minutos de silencio. Insistí, imploré, de un modo repulsivo. Al final estuve excepcionalmente ridículo: trémulo, casi a gritos, le pedí que me insultara, que me delatara, pero que no siguiera en silencio.”
El fugitivo sintió que había ofendido a Faustine y quería desagraviarla, por eso se pregunta: “¿Qué hace un hombre en estas ocasiones? Envía flores. Este es un proyecto ridículo… pero las cursilerías, cuando son humildes, tienen todo el gobierno del corazón.” El fugitivo arregló un bello jardín de flores para su amada Faustine, pero ella no sólo seguía indiferente, además últimamente tenía diálogos intensos con Morel. El fugitivo cuando los escucho hablar supo que eran franceses, Morel estaba enamorado de Faustine y constantemente le hacía propuestas, ella siempre le contestó: “No… ya sé lo que anda buscando…” y Morel insistía: “Es una desgracia no entendernos. El plazo es corto: tres días, y ya no importara.”
La realidad era que ni Faustine ni Morel percibían la presencia del fugitivo, llegó un momento que dudó de su existencia: “Seguían hablando con voz tranquila, como si no hubieran oído mis pasos, como si yo no estuviese.” Para ser más concreto ninguna de las personas que estaban en la isla podía percibir la presencia del fugitivo. ¿Era un fantasma? ¿El fugitivo estaba delirando de tanta soledad? ¿Los fantasmas eran ellos?
Que sorpresa tan grande se llevará cuando lea La invención de Morel, se asombrara en descubrir que el fugitivo era un personaje real, vacío pero vivo, de carne y hueso, me atrevo a afirmar que la duda de su existencia lo hacía plenamente humano, sin embargo, la existencia de todos los demás es producto de la invención de Morel, ¿En qué consiste la invención?, todos estaban muertos, pero al mismo tiempo vivos.
En La invención de Morel Adolfo Bioy Casares aborda los temas esenciales de la condición humana, vida, muerte, inmortalidad, etc. Pero hay un punto esencial que desde mi perspectiva deseo compartirles y es el siguiente. Nunca sabremos que hay después de la vida, los problemas existenciales son inherentes al hombre, pero lo que no es inherente es la soledad, el vacío, y el fugitivo antes de la llegada de Faustine a la isla, era un ser en medio de la nada, cuando conoció a Faustine simplemente declaró: “Ya no estoy muerto: estoy enamorado.” No obstante para amarla, tenía que morir. ¿Valdría la pena?
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