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DPA

Con más de 200 diferentes tipos de cadenas cortas de carbohidratos (azúcares), los seres humanos tienen la leche materna más compleja de todos los mamíferos, y es esa complejidad lo que dificulta a los expertos determinar con exactitud todos los efectos de la lactancia natural para los bebés.

Lo que sí está claro es que se trata de funciones que van mucho más allá de la alimentación del recién nacido. La lactancia materna reduce la tasa de mortalidad entre los bebés y los protege de enfermedades infecciosas, escriben los científicos suizos Thierry Hennet y Lubor Borsig, de la Universidad de Zúrich, en un estudio que se publica en la revista Trends in Biochemical Sciences.

La producción de leche comienza en la madre ya en la segunda mitad del embarazo. Es lo que se llama el calostro. Por eso incluso los niños prematuros pueden ser alimentados con leche materna tras su nacimiento.

En las primeras semanas después del parto cada pecho fabrica una media de 450 gramos de leche al día. Después de un año y medio pueden ser aún hasta 200 gramos diarios dependiendo de la intensidad de la lactancia, señalan los expertos.

Sin embargo, en los primeros días después del nacimiento la leche materna no aporta tanto a la alimentación como a poblar el intestino del recién nacido con bacterias. “Los bebés no tienen maquinaria para digerir esos carbohidratos, así que en realidad están destinados a las bacterias, como un sembrado en el que la leche materna es el fertilizante”, señala Hennet.

A lo largo de la lactancia se modifica la composición de la leche y por tanto también la de la flora intestinal -el microbioma-. Hoy se sabe que el microbioma no sólo es fundamental para la salud del intestino, sino para el metabolismo en general y el surgimiento de problemas como el sobrepeso o el asma.

 En las primeras semanas después del parto cada pecho fabrica una media de 450 gramos de leche al día. Foto: shutterstock

En las primeras semanas después del parto cada pecho fabrica

una media de 450 gramos de leche al día. Foto: shutterstock

La leche materna apoya además el desarrollo del sistema inmunitario infantil, confirman en detalle Hennet y Borsig. Inmediatamente después del nacimiento contiene un gran porcentaje de proteínas bioactivas, como anticuerpos, citoquinas, defensinas y lactoferrinas.

Estas frenan el avance de enfermedades y protegen al bebé hasta que su sistema inmunitario empieza a hacerse cargo de su defensa más o menos a partir del mes de vida. La cantidad de anticuerpos que pasa la madre a través de la leche cae entonces drásticamente en un 90 por ciento. También se reduce la variedad de carbohidratos mientras que aumenta la de grasas, lo que favorece el crecimiento del bebé.

A través de la leche no se transmiten sin embargo solamente sustancias protectoras, sino también tóxicas como metales pesados, pesticidas o sustancias con efectos similares a las hormonas que pueden dañar en ciertos casos la salud del lactante. Muchas de estas sustancias están prohibidas, como el pesticida DDT, pero otras siguen en uso, como los ftalatos, que se añaden a los plásticos para aumentar su flexibilidad.

Desde que existe la leche artificial también ha surgido un debate ideológico entre las dos opciones, porque pese a todos los efectos positivos de la leche materna, los niños crecen sanos también sin ella.

“Tenemos que ser muy cautos a la hora de dar recomendaciones”, reconoce Hennet al respecto. “Por un lado la leche materna es un producto de millones de años de evolución y posee con seguridad los nutrientes óptimos para un recién nacido; pero la pregunta es ¿durante cuánto tiempo la necesita un bebé? Creemos que son las familias las que deben responder a esto, no los científicos”.