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Notimex

Luego de 35 años al frente de la Arquidiócesis de La Habana y tras convertirse en una pieza clave en el “deshielo” entre Estados Unidos y Cuba, llegó la hora de la jubilación para el cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino.

Este día, El Vaticano anunció que el Papa aceptó la dimisión del purpurado, presentada hace más de cuatro años atrás, según lo que establece la ley fundamental de la Iglesia católica, el Código de Derecho Canónico.

Según esa normativa, todos los obispos deben poner obligatoriamente a disposición del pontífice su renuncia al cumplir los 75. En este caso, Francisco fue particularmente generoso con Ortega y Alamino, a quien lo mantuvo en el puesto hasta casi sus 80 años, que cumplirá en octubre próximo.

Esa generosidad tiene sus razones: el pontífice y el cardenal no sólo mantienen una cercana amistad, el segundo se convirtió en el mensajero secreto del primero, en la delicada negociación que involucró al Vaticano en el acercamiento entre la isla caribeña y Estados Unidos.

Entre julio y agosto de 2014, en pleno verano boreal, Ortega y Alamino entregó en mano al presidente estadunidense, Barack Obama, una carta autógrafa del papa Francisco, durante un encuentro reservado en la Casa Blanca.

Para lograrlo contó con la complicidad de los jesuitas de la Universidad de Georgetown, en Washington, quienes accedieron a organizar una conferencia que le permitiese –a modo de excusa- viajar a la capital estadunidense y escabullirse para su encuentro con el presidente.

Otro cardenal, el arzobispo emérito Theodore Mc Carrick, fungió de facilitador de esa reunión. Junto con el arzobispo de Boston, Sean O’Malley, custodiaban con celo la secreta petición del Papa: Ortega y Alamino debía entregar en mano ambas cartas.

Eran textos de puño y letra de Francisco. Decían lo mismo. Uno para Raúl Castro y el otro para Barack Obama. Entregar el del mandatario cubano fue fácil, sólo bastó un viaje en avión privado hasta la playa paradisiaca donde pasaba sus vacaciones.

La difícil fue la misión en Washington, el 18 de julio de 2014. Ese día Ortega y Alamino salió de Georgetown casi a hurtadillas, a bordo de un automóvil con destino a la Casa Blanca. Allí, en el jardín de las rosas, entregó a Obama su mensaje.

La entrega de esas cartas desbloqueó negociaciones que se encontraban empantanadas entre Estados Unidos y Cuba, poniendo a la Santa Sede como mediadora en el tramo final de un diálogo que llevó al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países.

Ortega y Alamino es recordado por otros episodios, uno de ellos vinculado directamente a la elección del papa Francisco. En marzo de 2013, en las reuniones previas al Cónclave, el cardenal cubano quedó impresionado por el discurso de su homólogo argentino, Jorge Mario Bergoglio.

Así, en una de las pausas de las congregaciones generales (como se conoce al pre-Cónclave), se acercó al arzobispo de Buenos Aires y le pidió una copia de su discurso, pero este le respondió que no tenía ningún texto escrito.

Al día siguiente Bergoglio se acercó a Ortega para entregarle un papel con una serie de anotaciones escritas a mano, se trataba de un resumen de su intervención escrita de su puño y letra.

Una vez elegido el nuevo Papa, el cardenal cubano pidió y obtuvo del autor el permiso para publicar aquel valioso apunte. Así todos los fieles católicos pudieron entrar, aunque sea indirectamente, a las discusiones que llevaron a la elección de Francisco.

Nacido el 18 de octubre de 1936 en la localidad de Jagüey Grande, provincia de Matanzas, Ortega y Alamino sintió desde muy pequeño la vocación religiosa e inició sus estudios en teología en el seminario San Alberto Magno.

Cursó también estudios eclesiásticos en el seminario de los Sacerdotes de las Misiones Extranjeras de Québec (Canadá) y recibió la ordenación sacerdotal el 2 de agosto de 1964.

Vivió de cerca la revolución cubana de 1968 y la padeció en carne propia al ser internado en una de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), que algunos observadores vinculan con “campos de reeducación”.

No obstante, nunca dejó la isla y en diciembre de 1978 fue designado como obispo de Pinar del Río. El 20 de noviembre de 1981 el Papa Juan Pablo II lo designó como arzobispo de San Cristóbal de La Habana.

Fue dos veces presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, entre 1988 y 1999. Participó en los cónclaves que eligieron primero a Benedicto XVI, en 2005, y después a Francisco, en 2013.

Es autor del libro “Te basta mi gracia”, doctor “honoris causa” por varias universidades y recibió la Orden de Isabel la Católica, que le concedió el gobierno de España en 2011.

Recibió en La Habana a Juan Pablo II durante su histórica visita apostólica de 1998, a Benedicto XVI en 2012 y a Francisco en septiembre de 2015, primero, y en febrero de 2016, después, para el inédito abrazo del pontífice con el patriarca ortodoxo ruso, Cirilo I.

Papa nombra a sucesor

El papa Francisco nombró como nuevo arzobispo metropolita de San Cristóbal de La Habana, en Cuba, a monseñor Juan de la Caridad García Rodríguez, hasta ahora arzobispo de Camagüey, informó hoy la Santa Sede en un comunicado.

Juan de la Caridad García nació en Camagüey el 11 de julio de 1948 y llevó a cabo estudios filosóficos y teológicos en el Seminario de San Basilio de El Cobre y en el Seminario Mayor San Carlos y Ambrosio de la capital cubana.

Fue nombrado sacerdote el 25 de enero de 1972, integrándose en primer lugar en la parroquia de Morón y de Ciego de Ávila.

También ha sido párroco de Jatibonico y de Morón, así como vicario para la pastoral de la por entonces vicaría de Ciego-Morón.

En 1989 fue nombrado párroco de Florida y fue fundador y director de la Escuela para misioneros de la diócesis de Camagüey.

El 15 de marzo de 1997 fue nombrado obispo titular de Gummi di Proconsolare y auxiliar de Camagüey, recibiendo la ordenación episcopal el 7 de junio sucesivo.

Era arzobispo de Camagüey desde el 10 de junio de 2002.

Por otro lado el papa Francisco ha aceptado la renuncia de monseñor Alfredo Víctor Petit Vergel como auxiliar de la diócesis de San Cristóbal de La Habana por superar los 75 años.