En el presente mes de septiembre el escritor mexicano Juan Villoro cumplirá sesenta años de vida. Villoro es considerado como uno de los grandes herederos de las crónicas de la ciudad de México, sin dejar de mencionar su enorme afición al futbol y al Rock. Podría decirse que Juan Villoro es de todo un poco, pero considero que ante todo es un hombre de letras, un escritor prolífico de novelas, cuentos, crónicas, además, un destacado periodista, y es precisamente con la obra periodística titulada: Domingo Breve, como festejaremos al reconocido escritor.
Domingo Breve fue el título de una columna que publicó Villoro en el suplemento cultural del periódico La Jornada en el año 1999, Villoro había sido el Director del suplemento antes mencionado entre los años 1995-1998, el libro Domingo Breve integra columnas de las dos etapas señaladas, la obra fue publicada en el año 2000 por la Colección Biblioteca del ISSSTE.
Una de las características especiales que tienen las columnas publicadas en: Domingo Breve, es que son pequeños ensayos donde la ficción tiene gran relevancia. Villoro en esta obra aborda temas sencillos y breves, las costumbres de lo que vivimos día a día están agradablemente desarrolladas en la obra, el libro se integra por treinta y tres columnas, temas como la impuntualidad del mexicano, la tristeza, las fiestas, la alegría fingida, el machismo, la corrupción, son tratados en Domingo Breve.
Las columnas no sólo se referirán a las costumbres y temas sobre los mexicanos, también abordarán temas de interés universal e incluso en algunas columnas la voz narrativa estará describiendo costumbres, conductas y problemas de otros países como Alemania, España y Estados Unidos. En el presente artículo trataré desde un gusto personal presentar extractos reflexivos de algunas columnas que considero interesantes.
En la columna: “Extrañas cortesías”, Villoro aborda el tema de ciertas conductas que a muchos nos incomodan y lo peor es que muchas veces nos quedamos callados, porque no sabemos si la conducta es por cortesía o por joder, el ejemplo que pone Villoro es el siguiente: “No es éste el sitio para inventar los amables recursos con que los mexicanos logramos dar lata. Baste mencionar uno. Vivimos en el único país donde se considera refinado que el mesero te arrebate los guisos y las bebidas antes de que te los acabes. Muchas cosas pueden decirse de nuestras costumbres pero no que sean rápidas. Curiosamente, nuestra nación, convencida de que verse el ombligo es un pasatiempo inagotable, se acelera ante una mesa puesta. Los hombres de filipinas son veloces a destiempo. Sería bastante ruin suponer que nos quitan medias pechugas para devorarlas en la cocina”.
En la misma columna: “Extrañas cortesías”, Villoro nos hace viajar en un tren de Madrid a Segovia, y nos cuenta que una anciana le dijo que se acababa de anunciar en España que se iba a suprimir el pan, se comerían otras cosas, menos pan: “Pero usted joven y extranjero – metió la mano en su bolso, un bolso enorme, agrario, hecho de remiendos –. Tenga. Es mi último pan. Tal vez sea el último pan de España. En la estación de Segovia fui a un Kiosco de periódicos y leí la noticia que alarmó a la anciana. Alguna oficina de Gobierno había decidido subir el precio del pan.”
Otra columna muy interesante por vigente se titula: “Sí y no: los implantes de Pamela.”, Juan Villoro relata que: “La ALDEA global ha encontrado un nuevo tema para entusiasmarse: la rubia Pamela Anderson, conocida por sus senos aerostáticos, ¡¡¡ decidió retirarse los implantes!!! En la degradación noticiosa que vivimos, el tema fue tratado como si se hablara de enderezar la Torre de Pisa. Los noticieros pasan el bombardeo en Belgrado al proceso deflacionario de Pamela como si se tratara de sucesos de trascendencia paralela. Por desgracia, en nuestra enferma comunidad nos basta conocer que apenas nos interesan, hay que tomar partido al respecto. En otras palabras: ¿Usted está a favor de los nuevos o (antiguos) senos de Pamela?”
Por cuestiones de espacio decidí comentar tres columnas que integran: Domingo Breve, pero la tercera tendrá una característica especial, ocuparé el título de la columna así como la temática planteada por Juan Villoro, para desarrollar mi propia historia vivida con dos amigos recientemente en la ciudad de México, el título es: “El hombre de los lavabos”, y para proteger la identidad de mis amigos uno se llamará “El Caras” y otro “El Brócoli”.
Un viernes llegamos a un conocido Restaurant-bar llamado “La soldadera” ubicado frente al Monumento a la Revolución, desde que te estacionas en el lobby del lugar las atenciones son de primer nivel, pero lo mejor del bar es que hay como veinte chicas de muchas nacionalidades todas con una cintura y bustos impresionantes, pedimos cervezas, sabrosos cortes de carnes, en general todo estaba de lujo y más porque las cervezas estaban asentando al estómago de la terrible cruda, en el estómago de “El Caras” algo cayó mal y tuvo que ir de urgencia al baño, en ese contexto fue cuando se encontró con ¡¡¡El hombre de los lavabos!!!, y en esta parte de mi relato utilizaré las preguntas que hace Juan Villoro en el suyo: “¿Quién inventó a ese incierto testigo de nuestra vida privada? ¿En qué momento la gastronomía mexicana consideró que era de lujo tener un mendigo uniformado en los unitarios? En los cubiles sanitarios, ver y oír resulta tan desagradable como ser visto y ser oído.”
Al final con nuestro amigo “El Caras” todo salió bien, no tanto para “El hombre de los lavabos”, porque tuvo que escuchar a fuerza toda la canción de la Sonora Matancera: “Sonaron los cañonazos”, a ritmo de miserables veinte pesos, mientras esto sucedía, “El Brócoli” y el escribidor reían y reían. Esta fue la historia de una columna breve.
Correo electrónico: miguel_naranjo@hotmail