De un tiempo a esta parte se percibe desde Silicon Valley una corriente de innovación que apuesta por la tecnología al servicio de la salud y el bienestar del ser humano.
Se trata del “bio-hacking” y uno de sus precursores es el emprendedor tecnológico Bryan Johnson, que está diseñando un microchip que puede instalarse en el cerebro para corregir daños neuronales provocados por enfermedades como el Alzheimer.
Es un proyecto nuevo de su startup Kernel, compañía de ‘”Human Intelligence” con la que pretende mejorar el potencial del cerebro para aproximarlo a la “perfección” de las máquinas.
Este nuevo proyecto permite instalar estos chips, llamados también neuroprótesis, en cerebros que presenten daños neuronales causados por accidentes cerebrovasculares, el Alzheimer o conmociones cerebrales. La idea es que también puedan aumentar la inteligencia, la memoria y otras funciones cognitiva.
Estos chips implantados intentan replicar la forma en que las células del cerebro se comunican entre sí. Un cerebro sano convierte las situaciones presentes desde la memoria a corto plazo a la memoria a largo plazo a través de señales eléctricas. Éstas disparan un código específico único para cada persona, asemejándose a un comando de software.
Se basa en los avances del ingeniero biomédico Theodore Berger, quien durante 20 años ha estado trabajando en la construcción de una neuroprótesis para ayudar a las personas con demencia senil, contusiones y lesiones cerebrales y pacientes con Alzheimer.
El “bio-hacking”, a medio camino entre la ciencia tradicional y la ciencia ficción, se sustenta en la idea de que es posible diseñar y programar el cuerpo humano como lo haríamos con un software. Son varias las startups que están encabezando este movimiento, como por ejemplo Thync, una empresa que diseña auriculares que mandan impulsos eléctricos que alteran el estado anímico cerebral, o Nootrobox, dedicada a la producción de componentes que mejoran la capacidad cognitiva combinando cafeína con ingrediente activos del té.
Un motivo que explicaría esta inclinación del emprendimiento tecnológico estadounidense hacia la ciencia es el recorte que ha sufrido la financiación público en investigación científica. Además, es una evidencia que hasta hace nada había muchos problemas biológicos y de salud que representaban un reto y que ahora, gracias a la computación y el Big Data, es posible resolver en mucho menos tiempo.
El sueño mayor, casi inalcanzable, de esta corriente tecno-científca es lograr desafiar a la muerte y la decadencia del hombre cuando éste llega a sus últimos años de vida. Aunque más allá de quimeras, habrá que ver si los grandes fondos de capital riesgo e inversores apuestan por startups que ofrecen soluciones para el gran público o que sólo puedan permitirse unos pocos.
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