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El Financiero

Imaginemos el peor de los escenarios: tras varios meses de jaloneo, el gobierno de Donald Trump decide que no hay condiciones para renegociar el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica y hacia la mitad de 2017 anuncia que Estados Unidos se retirará del acuerdo.

El proceso, por la redacción del acuerdo, requiere de un lapso de seis meses, por lo que, a partir del año 2018, las exportaciones mexicanas a Estados Unidos dejan de contar con un arancel cero y deben pagar lo que corresponde a una nación que es parte de la OMC y tiene el tratamiento de ‘nación más favorecida’.

Diversas instituciones han hecho análisis de cuál sería el impacto arancelario derivado de perder las ventajas del TLCAN y recibir el tratamiento de otros integrantes de la OMC.

Por ejemplo, un análisis de BBVA Bancomer reporta que el incremento promedio sería de 3.0 por ciento en las tasas arancelarias.

Desde luego que habría sectores y productos más afectados, pero ese sería el gran promedio.

¿Perderían las exportaciones mexicanas competitividad por este cambio?

Apenas un poquito de la que han ganado con la depreciación del peso frente al dólar, que ayer por la noche era de 17.4 por ciento en este año.

Entonces, ¿cuál es el fondo de los temores a una renegociación o cancelación del Tratado de Libre Comercio de la región?

El fondo no está en la pérdida de las ventajas arancelarias del Tratado. El tema es la pérdida de un marco institucional que le dio dirección al crecimiento del país en los últimos 22 años.

La organización productiva de México en ese lapso se dio en buena medida en función del Tratado.

La industria manufacturera creció en buena medida por lo que representaba tener cerca al mercado más grande del mundo.

Las áreas del sector agropecuario que crecieron en este lapso también lo hicieron por el gran impulso exportador.

Una parte relevante de la inversión, extranjera y nacional, también dependió de ese arreglo institucional.

El TLCAN dio dirección y certidumbre. Las exportaciones no petroleras crecieron entre 1993 y 2015 a una tasa media de 9.5 por ciento anual.

El PIB en dólares (para uniformar la comparación) lo hizo a un ritmo promedio de 3.7 por ciento.

Es decir, la dinámica del sector exportador más que duplicó al promedio de la economía.

Quitar el TLCAN implicaría eliminar esa ‘hoja de ruta’ que permitió el crecimiento de las últimas dos décadas.

Y, sobre todo, el riesgo es que podría abrirse una era de incertidumbre respecto al futuro del país.

Ese contexto sería una invitación a la construcción de un movimiento social equiparable al que estuvo detrás del Brexit, que responsabilice de las insuficiencias de nuestro desarrollo a un modelo económico que ha sido uno de los bastiones del poco crecimiento que hemos tenido.

Perder el asidero que representa el TLCAN implicaría pensar en la posibilidad de un esquema que considere que el proteccionismo es la mejor de las herramientas para crecer con base en nuestra demanda interna, es decir, el regreso a una visión de hace medio siglo.

¿Quién cree usted que se alegraría de que Trump tomara la determinación de que Estados Unidos dejara el TLCAN?