El mundo nunca ha tenido tantas inversiones en México y, por esto, México nunca había representado una mayor amenaza potencial para el mundo.
Con poco más de seis semanas antes de que Donald Trump tome el poder con una agenda que podría apalear a la segunda economía más grande de América Latina, México ya muestra señales de estrés. La inflación crece y los operadores apuestan a que empeorará; el peso ha caído a niveles récord, e importantes analistas predicen más dolor; el gobierno disminuyó su pronóstico de crecimiento para cuatro años consecutivos, y México está al borde de un recorte de su calificación de crédito mientras Agustín Carstens se prepara para dejar el banco central tras siete años al timón.
Aunque aún nadie habla de una crisis en toda la extensión de la palabra, hay una gran preocupación de que los rendimientos vayan a ser deficientes durante meses o incluso años, mientras la volatilidad del peso crece. Si se tratara de una nación en desarrollo más pequeña probablemente no afectaría a la gente de otros países. Ni siquiera Brasil –la economía más grande de la región– está tan integrado con los mercados internacionales.
Pero inversionistas extranjeros como Janus Capital Group Inc. y Pimco tienen en sus manos 140 mil millones de dólares de la deuda del gobierno mexicano en moneda local, la cifra más alta para cualquier mercado emergente con base en datos del Banco Mundial, y el peso es una de las monedas más usadas en el mundo.
“La situación es un poquito delicada en este momento”, dijo Alvise Marino, un estratega de divisas extranjeras en la firma Credit Suisse Group AG que tiene el pronóstico más pesimista para el peso para el año próximo, prediciendo que caerá un 16 por ciento para fines de septiembre, tras desplomarse un 15 por ciento este año. “Todos están hablando del riesgo del peso”.
Durante las dos últimas décadas, mientras el país se recuperaba de la crisis económica de 1994 y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) convertía al país en una potencia exportadora, el gobierno atrajo exitosamente a los inversionistas extranjeros.
Sus miles de millones de dólares han sido un gran beneficio para México – y los administradores de fondos que se embolsaron enormes rendimientos con relativamente poca volatilidad – pero toda esa integración equivale a un riesgo aún mayor si las cosas salen mal. Y esa es precisamente la preocupación en este momento.
“Una amplia estabilidad del peso es un bien público global”, afirmó Alberto Ramos, principal economista para Latinoamérica en Goldman Sachs Group en Nueva York. “Tiene repercusiones e implicaciones por todo el sistema financiero e incluso áreas del sistema financiero que no están relacionadas directamente con México”.
La inflación es una de las principales preocupaciones para los inversionistas, especialmente ahora que Carstens planea dejar el banco central en julio para unirse al Banco de Pagos Internacionales.
La tasa de equilibrio a cinco años, una medida del mercado de bonos para las expectativas del costo de vida, ha subido del 3.2 antes de las elecciones estadounidenses al 4 por ciento. La lectura de noviembre fue la más alta en casi dos años, y Citigroup espera que los precios suban 4.8 por ciento el año próximo, el nivel más alto desde el 2008.
Incluso si México logra controlar la inflación y ninguna de las amenazas de Trump se materializa, todavía existe el riesgo de que los inversionistas en pesos sean castigados por una mayor preocupación sobre los mercados emergentes. La moneda se usa desde hace tiempo para cubrir riesgos en mercados menos líquidos, según Gabriel Casillas, director de investigación para Grupo Financiero Banorte en la Ciudad de México.
“La parte no tan buena es que ahora el peso necesita absorber golpes que quizá no tengan nada que ver con México”, explicó.