Las puertas se abren. Y cada tanto, los jugadores del América salen de las instalaciones de Coapa, a bordo de sus automóviles.
La velocidad varía, porque algunos de ellos, como Marchesín, Edson Álvarez y Paolo Goltz, detienen su marcha para repartir fotos y firmas a decenas de aficionados. La mayoría, sin embargo, pisa el acelerador y hace rugir los motores, por más cámaras y micrófonos que encuentren a su paso.
No hay declaraciones. El único que dice algo es el lateral paraguayo Miguel Samudio, antes de irse: «No podemos dar notas». Y bajo ese argumento, todo termina en cuestión de segundos. Los semblantes son serios, como después de una derrota.
Directivos y cuerpo técnico evitan hablar, con los vidrios polarizados arriba y marcando rumbo hacia la avenida. Un grupo de americanistas sigue afuera, deseando tener suerte y hacer valer las horas de espera. Pero pocos lo logran.
El segundo portero del equipo, Óscar Jiménez, es quien termina pasando más tiempo con ellos, aunque también mete primera y luego se va.
Al tiempo que esto ocurre, el vicepresidente deportivo del Toluca, Francisco Suinaga, ofrece una conferencia de prensa en las instalaciones de los Diablos, en la que respalda al argentino Enrique Triverio, tras ser inhabilitado un año de las canchas.
En Coapa, las formas son otras. Todo es silencio y hermetismo, mientras Ricardo Peláez, presidente del equipo, celebra su cumpleaños con pastelazo incluido.
Después de charlar con él, Pablo Aguilar se va del entrenamiento; es el primero en hacerlo, luego de conocer su castigo de un año sin jugar.
Aunque el plantel lo respalda, no hay posturas oficiales ni reacciones de por medio. Han pasado tres horas. Para entonces, las puertas se cierran en Coapa, sin que nadie aclare nada.