“El Llano en Llamas”.
Continuando con los festejos del Centenario de Juan Rulfo, presento otro cuento estelar que forma parte de los cuentos que integran el Llano en Llamas, titulado: “Es que somos muy pobres”. Los cuentos presentados en la primera parte de estos artículos describen el fracaso de la revolución, la farsa y burla del reparto agrario, todo ello como consecuencia traería pobreza, delincuencia, prostitución, gente solitaria, pueblos arrumbados sin educación, sin servicios médicos, pueblos fantasmas como Luvina, en los cuales ni se oyen ladrar a los perros.
El cuento, “Es que somos muy pobres” es cautivador, empieza la narrativa de la siguiente manera: “Aquí todo va de mal en peor”, había muerto la tía Jacinta y de pronto llovió tanto que el río comenzó a crecer, con los aguaceros tan fuertes de entrada ya se había echado a perder toda la cosecha de cebada que se estaba asoleando, el río empezó a desbordarse, en la casa de doña tambora rápido entró el agua, apuradamente le dio tiempo de sacar a las gallinas para que se salvaran, quien narra la historia es un joven que tiene una familia integrada por sus papás y tres hermanas, las dos más grandes se habían vuelto prostitutas: “según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas”.
Derivado de la experiencia que había tenido el papá con las dos hijas mayores, se preocupó por el futuro de su hija menor llamada Tacha, le había comprado una vaca pinta que la llamaban la Serpentina, para que su hija Tacha tuviera un capitalito y no fuera a irse de prostituta luego, luego. La mala noticia es que la creciente del río también se había llevado a la Serpentina y ahora Tacha lloraba y su papá estaba preocupado por el futuro de ella, de hecho el día de la creciente Tacha había cumplido doce años: “Y va como palo de acote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención”.
La única esperanza para que Tacha tuviera un mejor futuro es que el becerro de la Serpentina estuviera a salvo, si al pobre becerrito se lo había llevado el río junto a la mamá, el caso estaba perdido, seguro Tacha se volvería prostituta como las hermanas, por lo pronto Tacha lloraba: “Y sus dos pechitos crecían y crecían, como para empezar a trabajar por su perdición”, y lo peor es que todos ellos seguían siendo muy pobres.
Hasta esta parte de las dos artículos, llevamos tres cuentos y seguro estoy que quienes no han leído “El Llano en llamas” ya tienen ganas de acudir a la obra, porque la virtud de mis artículos si es que tienen alguna virtud, no es de quien escribe, sino lo que se escribe, por eso presento a Usted el cuento llamado “Luvina”, y es que después de leer “El Llano en llamas”, “Nos han dado la tierra” y “Es que somos muy pobres” con facilidad podré describir que Luvina es un pueblo triste, arrumbado, solitario, sin educación, para que tenga Usted una idea más clara de Luvina, no tiene ni una iglesia construida y como señalé, lo peor es que la educación a ese solitario pueblo no había llegado, quien narra la historia es un profesor que había sido enviado por el Gobierno a Luvina y que abandonó al pueblo por la miseria en que allí se vivía.
“Luvina” es un cuento que para muchos especialistas que han realizado estudios sobre la obra de Rulfo, San Juan de Luvina será el futuro pueblo de Cómala que inmortalizó Rulfo en su obra maestra “Pedro Páramo”, pueblos tan pobres, pero tan pobres, que lo único que tienen en abundancia son fantasmas llamados pobreza, marginación, abandono, olvido, etc.
En Luvina el tiempo se pierde: “los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza”, manifiesta el profesor que un día intento convencer a sus pobladores que abandonaran a ese pueblo, que buscaran mejor suerte y seguramente el Gobierno los ayudaría, fue la única vez que los viejos de Luvina se interesaron en la plática del profesor y le preguntaron que si él conocía al Gobierno, contestó el profesor que sí, los viejos de Luvina contestaron que ellos también, pero de lo que no sabían nada era de la madre del Gobierno, el profesor enfáticamente contestó que era la Patria, pero fue la única vez que el profesor vio reír a los viejos de Luvina y después de reír estos le contestaron que estaba equivocado.
Con el cuento con el que finalizamos este artículo se titula: “No oyes ladrar a los perros”. Juan Rulfo nos narra que un padre llevaba en sus hombros a su hijo herido, es verdad que el padre estaba avergonzado porque la herida había sido producto de su descarriada vida, pero era su hijo y lo llevaba con la ilusión de que llegando al pueblo encontraría a un médico quien le podría salvar la vida, caminaba y caminaba con su hijo herido a hombros y le preguntaba que si escuchaba ladrar a los perros, porque eso sería una señal de estar cerca del próximo pueblo, cuando estaba cerca de llegar al pueblo su hijo ya no contestó y naturalmente nunca más volvió a escuchar ladrar a los perros. ¿Qué país es éste, Agripina?
Festejemos el Centenario de Juan Rulfo leyendo: “El Llano en llamas” obra maestra de la Literatura Universal.
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