Lugar:
Fuente:
El Demócrata

«En una ocasión llegó un señor con una camisa que tenía dos manchas de sangre en el puño y me pidió que se las tatuara exactamente a la misma altura, se las hice y poco después me dijo que su hijo se le acababa de morir en los brazos y que esas dos gotas de sangre eran lo único que le había quedado”.

“Yo jamás me haría algo que me hiciera recordar algo tan traumático, pero a veces las personas ven en el tatuaje una manera de redención”, narra Xavier, quien ha plasmado cientos de historias como tatuador.

El joven de 34 años detiene por un momento el cráneo que diseña en la espalda de un cliente, se quita los guantes y cuenta que los tatuadores en México cada vez son más reconocidos.

“Por el boom que ha tenido el tatuaje en los últimos años, a los tatuadores ya hasta se nos ve como rockstars, pero obviamente es mucha responsabilidad el que te den un pedazo de piel para que les hagas algo que les quedará para siempre».

Xavier y su compañero «Fids», ambos tatuadores en Evolution Tattoo en la Ciudad de México, terminaron sus carreras profesionales, el primero Artes Plásticas y el segundo Diseño Gráfico.

«Una de las mayores satisfacciones de hacer tatuaje es que es una práctica que empiezas y que tienes que terminar”, dice Fids, “además me permite hacer lo que me gusta que es dibujar, poder vivir de ello y recibir el reconocimiento de los clientes cuando haces buen trabajo».

Con 37 años «Tirado», un tatuador que puso su propio estudio al cumplir la mayoría de edad, platica que esta actividad tiene poco tiempo de tradición, pues en México apenas existen dos generaciones de tatuadores: la de padres e hijos.

“A lo mucho hay abuelos y quizá por eso es que todavía no hay guías para ser tatuador, eso lo aprendes en la práctica, empiezas con tus amigos, en tu casa y así”.

Sin embargo, cuenta que la evolución de las máquinas para tatuar sí ha cambiado, “antes tú mismo las diseñabas, existían las llamadas ´hechizas´ o que se hacían en casa, ahora ya no, ahora son rotativas, no hacen tanto ruido, son especializadas, más ergonómicas, más rápidas, menos pesadas”.

Pero con la introducción de nuevos materiales, así como la profesionalización de los tatuadores también subieron los precios, explica Vegano, otro tatuador de la Ciudad de México en el estudio Indestructibles.

«El mínimo aquí está en 800 pesos y desde ahí se incrementa como el que estoy haciendo a espalda completa, serán seis sesiones de dos mil 500 pesos cada una, en total serán 15 mil pesos”.

“La gente cree que son caros pero en realidad lo que pagas es el buen trabajo del tatuador y el servicio, o sea la calidad del material, el que sea desechable, la higiene y la garantía de que todo saldrá bien”.

Los entrevistados coinciden en que los precios son equivalentes a su talento y a la inversión que realizan, pues para poder tatuar requieren de una licencia que otorga la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris).

“La obtienes tendiendo un currículum como tal de tatuador, comprobando que tienes todas las vacunas, que sabes de primeros auxilios, que tienes diversos cursos. La primera vez te cuesta casi cinco mil pesos y después hay que pagar más de tres mil para renovarla cada dos años”.

“Tatuarte ahora es un lujo” continúa Vegano, “pero tú decides si te lo haces en un establecimiento certificado o si te lo haces en la calle o con alguien que ni licencia tiene y te quede un pésimo trabajo o peor que ya te contagiaste de algo”.

Requisitos para establecimientos

Karem Martínez, socia de EvolutionTattoo, uno de los estudios con mayor prestigio en México y con 17 años de experiencia, aseguró que además de profesionalismo y ética, un establecimiento requiere permisos como el del uso del suelo ante la delegación, el de salubridad local y otro federal ante la Cofepris.

“Cofepris verifica que el establecimiento cuente con cinco áreas separadas: recepción, espera, tatuajes, área de esterilizado y además un baño.En cuanto al equipo se necesita que sean máquinas especiales para tatuar, equipo desechable, agujas de un solo uso y que nuestros tatuadores cuenten con su licencia”.

Indicó que la Cofepris exige que estos establecimientos mantengan contratado un servicio recolector de Residuos Peligrosos Biológico-Infecciosos (RPBI), el mismo que se emplea en los hospitales para recoger los desechos.

“Porque es basura que tiene fluidos corporales como sangre, agujas, y si estos materiales no están depositados en contenedores especiales pues no sólo estaríamos poniendo en riesgo a la gente de aquí sino a la de fuera”.

Los establecimientos también están obligados a ofrecer una hoja de consentimiento o responsiva, donde se le informa al cliente sobre los riesgos y los cuidados que debe de llevar.

Asimismo, recalca que no se puede tatuar a personas con problemas de cicatrización, con diabetes o cáncer a menos de contar con el consentimiento del médico tratante.

La también investigadora de modificaciones corporales, aseguró que tampoco se tatúa a gente con padecimientos mentales, bajo el influjo de sustancias psicotrópicas ni a menores de edad, a menos que vayan acompañados de sus padres.

Dijo que al tratarse de leyes federales los reglamentos deberían aplicarse en cada parte del país “creo que además de regresar siempre a los mismos estudios a verificar faltaría mayor atención en otros establecimientos o en lugares como las vías públicas y tianguis donde todos sabemos que se hacen tatuajes y que nadie les dice nada».

Karem Martínez aseguró que el resultado de un buen tatuaje es una responsabilidad compartida de establecimientos, tatuadores y clientes.

“A veces se preguntan por qué en un estudio como estos te sale más caro que con el amigo o afuera del metro. Pues para empezar no son los mismos materiales, la misma profesionalización de los tatuadores, ni la misma ética e higiene del establecimiento”.

«Entonces, así como mucha gente dice ‘hoy tengo el valor para hacerme un tatuaje’ yo también les recomendaría que tuvieran valor para investigar sobre los lugares seguros».