Pocas ciudades son tan prototípicamente inglesas como Windsor, la bucólica localidad ribereña donde el príncipe Enrique y la actriz estadounidense Meghan Markle se casarán el 19 de mayo.
Y pocas ciudades son tan agradables cuando un cálido sol primaveral seca el rocío de la mañana. Hasta los rollizos cisnes blancos en el río Támesis parecen aliviados por el final del invierno.
La mayoría de los cisnes le pertenecen a la reina Isabel II y deben ser contados cada año por el marcador de cisnes de su Alteza Real, un ritual que refleja el papel dominante de los Windsor en la ciudad, cuyo nombre fue adoptado como apellido por la familia real hace un siglo.
Todas las calles parecen llevar al Castillo de Windsor, una espléndida fortaleza asentada en lo alto de una colina coronada por el Estandarte Real cuando la reina está en las instalaciones. Es ahí – un patio real predilecto desde que Guillermo el Conquistador construyó la primera estructura en 1070 – que será la boda real.
Enrique, uno de los miembros de la realeza menos tradicionales, ha elegido el más tradicional de los sitios.
Los emocionantes preparativos están en marcha.
Muchas calles han sido repavimentadas, las señales de tránsito vueltas a pintar, las vitrinas de las tiendas decoradas con imágenes en tamaño real de Enrique y Meghan y los vendedores ofrecen todo tipo de souvenirs.
Windsor está recibiendo una nueva imagen, así como la monarquía, con el foco de atención en una nueva generación de príncipes mientras la reina de 92 años va reduciendo de a poco sus deberes públicos.
Todo está en su lugar, estamos 99.9 por ciento listos», dijo el concejal Phillip Bicknell, quien espera a más de 100 mil personas el día de la boda si el clima es favorable. «Creemos que va a ser la cifra más grande de personas en Windsor para cualquier evento. Estaremos bastante apretados, pero la atmósfera será eléctrica».
El ambiente es de fiesta en Windsor desde mucho antes del verdadero festejo.
Turistas de todo el mundo llegan a diario en tren y recorren la galería comercial real hasta el castillo. Nadie, al parecer, puede resistirse al impulso de tomarse una selfie frente a éste.
La boda real en sí será una fiesta de gran escala, con 600 invitados a la ceremonia en la Capilla de San Jorge, otros 2 mil 640 invitados a los alrededores del castillo, y decenas de miles de personas más que se espera abarroten las angostas calles de la ciudad con la esperanza de ver a los recién casados.
Se están colocando barreras de seguridad y se ha programado un elaborado despliegue policial. Es bastante fácil establecer un perímetro seguro alrededor del área del castillo, y una zona de exclusión aérea será reforzada para mantener libre el espacio. Aun así, Enrique y Meghan están determinados a salir del castillo en un carruaje con caballos, lo que requiere mayores medidas de protección.