RUSIA Y SU LITERATURA MUNDIAL (IV).

En la primera mitad del siglo XX la literatura rusa se enfocó en describir y difundir el realismo socialista, la revolución rusa de 1917 tuvo un impacto mundial, ilusionó a las masas e influyó en los escritores rusos, al final, como todos los grandes movimientos revolucionarios, la revolución terminó convirtiéndose en una dictadura cruel, sangrienta, autoritaria e intolerante, encabezada por el líder ruso Iósif Stalin.
Por lo antes mencionado, en la segunda mitad del siglo XX una vez muerto Stalin, la literatura rusa al obtener mayor independencia nos enseñará el valor de vivir en libertad y democracia (por frágil que sea), comprenderemos el horror de ser víctimas de una dictadura, adquiriremos consciencia que a ningún hombre por bueno o carismático que parezca, se le debe permitir obtener el poder absoluto, porque siempre terminará abusando del poder, reprimiendo al pueblo y violando todos los derechos que en sus inicios predicó defender, este no es un tema de hoy, es un tema de toda la historia de la humanidad desde que se ha ejercido el poder.
Uno de los grandes escritores rusos que sufrió la dictadura y la describió de manera perfecta fue Alexander Solzhenitsin. En el año 1962 salió publicada su novela titulada: “Un día de Iván Denisovich”, en esta magistral novela Solzhenitsin narra las crueldades, bajezas, y tratos inhumanos que se vivieron en los campos de concentración de trabajos forzados en Siberia. Y es que si bien estamos frente a una obra de arte, resulta evidente que el personaje ficticio llamado Iván Denisovich es alter ego de Solzhenitsin. Iván al igual que su creador vivirá un periodo de once años en los campos de concentración de Siberia, y tanto la voz narrativa del escritor como la voz del protagonista, nos contarán todas las tribulaciones y miserias vividas en la dictadura de Stalin.
Cuando se inicia la lectura desde ese momento se empieza a tener mayor consciencia del valor de la tolerancia, la pluralidad, la libertad de expresión, de credos, etc. Y sobre todo el enorme peligro que representan los fanatismos. El personaje Iván Denisovich Shújov, narra cómo es la vida en un día cualquiera en los campos de concentración:
“A las cinco de la mañana sonó como siempre el toque de diana: consistía en unos cuantos martillazos sobre un trozo de riel que colgaba cerca de la barraca del Estado Mayor. El sonido entrecortado penetró débilmente a través de los cristales (cubiertos con una capa de hielo) y al rato se apagó; hacia frio, y el celador no tenía ganas de estarse allí tocando mucho tiempo. Shújov siempre se levantaba en cuanto oía el toque de diana, pero aquel día no lo hizo. Desde la víspera se encontraba mal: sentía fiebre y dolores en todo el cuerpo. No había podido entrar en calor en toda la noche. ¿Cómo podía haber entrado en calor si la ventana estaba enteramente cubierta de hielo y, a lo largo de la barraca –¡una barraca inmensa! –, la escarcha parece una tela de araña blanca en la juntura de los muros y techos?”
Iván amaneció enfermo, pero sabía que el trabajo no se suspendía si el frio no rebasaba los 41 grados bajo ceros, calculó que estarían máximo como a 40 grados bajo ceros, y aunque decidió ir a ver al médico recordó que ni en el hospital los dejaban descansar, si estaban enfermos los medicaban, sin embargo, aun así los empleaban en otros menesteres diferentes a los usuales. Iván llevaba ocho años de estar en el campo de concentración, en muchas ocasiones más que añorar o pensar en la libertad, su verdadero pensamiento y objetivo era trabajar muy duro para obtener unos gramos más de pan y comida:
“De los pescados por lo general no encontraba más que las espinas. La carne reconocida se había desprendido de ellas, deshaciéndose, y solo quedaban algunas briznas en la cabeza y en la cola. Cuando no había dejado ni una escama, ni un átomo de nada en el esqueleto, Shújov trituraba entre sus dientes y chupaba los huesos. Fuera el pescado que fuera, era capaz de comérselo todo: las agallas, la cola, los ojos si estaban en su sitio.”
El contexto de la novela está situado en el año de 1951 y todo lo narrado sucede en un día a partir de las cinco de la mañana a las once de la noche que los dejaban dormir, trabajaban de lunes a domingo, raras veces les permitían descansar los domingos, no tenían nombres, todos eran conocidos por su número de prisionero, en el caso de Iván era el SCH 854.
La novela en momentos es desgarradora, deprimente, Denisovich es el protagonista central pero también conoceremos el comportamiento de muchos compañeros que vivían en la misma situación, en los campos siberianos había rusos, ucranianos, rumanos, letonianos, húngaros, y entre más pasaban los años y más sufrían, pocas esperanzas tenían de recuperar su libertad y volver a ver a sus familias.
Realmente las dictaduras sean de izquierdas o de derechas, todas son invivibles, atroces e insoportables, y lo más lamentable es que siempre han llegado los dictadores por nuestra propia voluntad y cerrazón, hemos vivido bajo una servidumbre voluntaria, por eso Iván Denisovich cuando discutía con sus compañeros en desgracia les decía: “– ¡Si que les va hacer caso el viejo de los bigotes! ¡Ese no tiene piedad ni de su padre! Y menos de ustedes. Pero ¿Cómo se le puede explicar algo a una persona cuando no entiende?”
El entender, comprender, prever y tratar de evitar la catástrofe es lo natural en el ser humano pensante, reflexivo, critico, analítico, cuando nos alejamos de la crítica y la autocritica nos acercamos peligrosamente a formas de convivencias dogmaticas, donde no tan sólo dejamos de pensar por nosotros mismos, sino que casi por decreto nos imponen la forma de pensar, creer, sentir y percibir la realidad, y una vez ciego se llega a la creencia absoluta que la única verdad es la que se posee, el ejemplo lo encontramos en la siguiente anécdota que vivió Denisovich:
“Seguro que las doce – afirmó también Shújov –. El sol está en lo más alto. –Si está en lo más alto replicó el Capitán, no son las doce sino la una. – ¿Cómo puede ser eso? –preguntó Shújov, hasta nuestros abuelos sabían que cuando más alto está el sol es el mediodía. – ¡Eso era para los abuelos! Le dijo el Capitán de marina, pero desde entonces salió un decreto, y cuando más alto está el sol son la una del día. – ¿Y de quien es ese decreto? – ¡Del poder soviético!”
El pasado por lejano que parezca nos debe servir para conocer la condición humana y a partir de allí seguirnos construyendo y reconstruyendo, al leer: “Un día de Iván Denisovich” recordaremos las bajezas que puede cometer el ser humano si no le limitamos el poder, hoy a cien años del natalicio del extraordinario escritor Premio Nobel de Literatura Alexander Solzhenitsin, leamos sus novelas para que historias similares no vuelvan a repetirse jamás.
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