Veinte años después de la grave crisis que obligó a Rusia a declararse en suspensión de pagos y devaluar drásticamente su moneda, su economía vuelve a verse amenazada, esta vez por las crecientes sanciones con que Occidente penaliza al Kremlin.
El 17 agosto de 1998 el Gobierno y el Banco Central de Rusia anunciaron la suspensión de pagos por 90 días a no residentes y cancelaron las operaciones con la obligaciones estatales a corto plazo (GKO, por sus siglas en ruso) que vencían antes del 31 de diciembre de 1999.
Para entonces las GKO, con una rentabilidad de cerca del 50 por ciento, eran una de las principales fuentes de ingresos de las arcas rusas, aunque ya desde hace muchos economistas venían advirtiendo de que estos instrumentos se habían convertido en una pirámide financiera insostenible en el tiempo.
El primer ministro de la época, Serguéi Kirienko, admitió que solo el servicio de la deuda le suponía al Estado pagos semanales de entre 4 mil y 5 mil millones de dólares.
Como consecuencia de la suspensión de pagos, el rublo llegó a perder casi dos tercios de su valor y los rusos vieron cautivas sus cuentas en divisas.
“No habrá devaluación del rublo. Lo digo firme y claramente”, había declarado tres días antes del anuncio de la suspensión de pagos el entonces presidente de Rusia, Borís Yeltsin, quien para darle más peso a su palabras agregó: “Está todo calculado. La situación está absolutamente bajo control”.
La recuperación del colapso de 1998 fue lenta y dolorosa, pero Rusia remontó gracias a la gran subida en los años siguientes de los precios del petróleo, su principal producto de exportación, que también le permitió afrontar la crisis financiera mundial de 2008 sin grandes pérdidas.
Para comienzos de 2014 el precio del barril de crudo superaba los 100 dólares, el optimismo era la tónica predominante entre los actores económicos del país, hasta que en marzo de ese año Rusia se anexionó la península ucraniana de Crimea, tras un referéndum cuya legalidad no fue reconocida por la comunidad internacional.
La Unión Europea, Estados Unidos y otros países reaccionaron imponiendo sanciones a Rusia, a las que Moscú respondió con contramedidas, como la prohibición de la importación de productos agrícolas de los países de la UE.
La “guerra de sanciones” entre Occidente y Rusia se agravó con las denuncias sobre la supuesta intromisión de Rusia en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 y su presunta implicación en el envenenamiento en el Reino Unido del ex espía ruso Serguéi Skripal y su hija Yulia.
Esta semana, Estados Unidos sancionó a la compañía rusa Profinet y su director Vasili Kolchanov tras acusarlos de vínculos con Corea del Norte.
“Debemos partir de la base de la inevitabilidad de la ampliación permanente de las listas de sancionados por Estados Unidos”, declaró el número dos de la diplomacia rusa, Serguéi Riabkov, al comentar esa decisión.
Entretanto, el Senado estadounidense estudia un proyecto de ley para aumentar las sanciones a Rusia, “en respuesta a la interferencia continua” del Kremlin en las elecciones estadounidenses, su papel en Siria y la “agresión” a Crimea.
En el Kremlin sostienen que las sanciones, que afectan a sectores clave como el metalúrgico, petrolero o gasístico, no tienen un gran impacto en la economía del país, pese a que en los últimos cuatro años los ingresos de la población no han hecho más que disminuir.
Además, el incremento de la inflación, la depreciación del rublo, que en las últimas semana ha perdido casi el 10 por ciento de su valor, el aumento del IVA y la elevación de la edad de jubilación que estudia el Parlamento auguran un panorama para nada auspicioso.
Algunos expertos pronostican que la moneda rusa podría perder más de la mitad de su valor actual en caso de que se apruebe el nuevo paquete sanciones que estudia el Senado de EU.
“En efecto, hay cierta volatilidad. Pero repito, y quisiera recordarles las declaraciones de los responsables de las áreas económica y financiera: el sistema económico del país es absolutamente estable”, afirmó hoy al respecto el portavoz de la Presidencia de Rusia, Dmitri Peskov.