EL COLEGIO NACIONAL: 75 AÑOS. “LA LIBERTAD POR EL SABER.” (I)
En el año 1943 se fundó El Colegio Nacional que con el paso de los años se convirtió en una de las grandes instituciones educativas de éste país, desde su creación El Colegio ha contribuido enormemente al desarrollo de las ciencias y las artes, los miembros fundadores fueron: “Mariano Azuela, Alfonso Caso, Antonio Caso, Carlos Chávez, Ezequiel A. Chávez, Ignacio Chávez, Enrique González Martínez, Isaac Ochoterena, Ezequiel Ordoñez, José Clemente Orozco, Alfonso Reyes, Diego Rivera, Manuel Sandoval Vallarta, Manuel Uribe Troncoso, José Vasconcelos.” Con el tiempo fueron ingresando al Colegio hombres ilustres como Samuel Ramos, Jaime Torres Bodet, Eduardo García Máynez, Miguel León Portilla, los cordobeses Rubén Bonifaz Nuño y Fernando Salmerón Roiz, Ramón Xirau, Octavio Paz, todos nombres que no necesitan mayor presentación. Por lo antes mencionado el presente mes será dedicado a festejar el 75 aniversario de El Colegio e iniciamos leyendo a uno de sus miembros fundadores el novelista Mariano Azuela.
En las primeras décadas del siglo XX Mariano Azuela ocupó un lugar prominente en las letras mexicanas, su obra más leída y pionera del género de la Novela de la Revolución se titula: “Los de Abajo”. El escritor jalisciense fue evolucionando en su prosa y técnicas narrativas, en el año 1923 salió publicada una pequeña novela experimental, singular, titulada: “La Malhora”. Si bien la obra va a continuar realizando una crítica social, y el punto de inspiración es la realidad que se vive día a día, la técnica narrativa es totalmente innovadora, ya sea por la terminología utilizada o por la forma en momentos tan oscurecida de contarnos la historia.
Otra característica importante en la obra es que desde un análisis personal encuentro dos protagonistas centrales, por una parte la ciudad de México y concretamente el Barrio de Tepito, y por otra parte el personaje llamado Altagracia apodada “La Malhora”. Esta joven es una prostituta que buscará en diferentes etapas de su vida redimirse, vivir fuera del alcohol y las drogas, pero al final la misma sociedad siempre la empujará para que regrese a sus orígenes. Altagracia nació en un hogar de padres alcohólicos, siendo adolescente se fue a trabajar a una pulquería donde era explotada en todos los sentidos ya sea por la dueña llamada “La Tapatía” o cualquiera de los visitantes, Marcelo se percibe en la historia como el amante de “La Tapatía”, en este ambiente de la mala vida “La Malhora” será testigo de la muerte de su padre:
“– ¡Mi padre!… Sus labios lívidos tocan unas mejillas ríspidas y más frías que la noche. Grita con toda su fuerza: -¡Padrecito de mi alma!… ¿Padrecito, dime siquiera quien fue?”
Por el hecho sangriento Altagracia quedará inconsciente y cuando logra reaccionar no quiere contestar a las interrogaciones del Juez, y aunque al final de los hechos ella sabía quién era el asesino de su padre, decide no confesarlo porque sabe que la justicia gubernamental no hará justicia real, por ello el juez ordena a su escribiente que consigne en el expediente que es una: “Alcohólica y marihuana – apunta insidioso el escribiente, rascándose una oreja.”
El asesinato del padre de Altagracia ocurre en la primera parte de la novela, y salvo algunas excepciones hasta aquí la historia la encuentro lineal, pero conforme se sigue en la lectura la técnica con la que se va contando la historia exige al lector mayor detenimiento, la voz narrativa en momentos será una voz omnisciente, a veces contará sus desdichas directamente la propia Altagracia, y así hasta el final conoceremos detalles que nos ayudarán a comprender la historia de forma completa donde Altagracia es víctima de la sociedad y las circunstancias que le tocó vivir, esto implica que nació en un ambiente pobre, alcoholizado, desde joven se prostituyó, cuando asesinaron a su padre intentó vengarlo por la falta de justicia, pero no obtuvo buenos resultados, trabajó de sirvienta para un médico, después en la casa de unas hermanas súper religiosas, y en todas partes siempre fue despreciada, condenada y humillada por su pasado y por ser parte de esa sociedad clasista, machista y cruel en la que se desenvolvía, al final la pobre Altagracia:
“Descendiendo, descendiendo, habíase reducido a cosa, a cosa de pulquería, a una cosa que estorba y a lo que hay que resignarse o acostumbrarse. Señor practicante, adiós. Me voy llorando mi mal sin remedio y las esperanzas que dejo aquí enterradas… El primer día todos me oyen; pero al siguiente unos me tuercen la cara y otros ni hablar me dejan. Adiós, señor practicante, y que Dios lo bendiga por su buen corazón, porque sólo usted tuvo paciencia para oírme, para oírme tanto… ¡Ah! Si no me hubiese preguntado también tanto! Que cuantos hombre he tenido; Qué a quien quise más de todos, Que si hicimos esto o lo otro, Que si lo hicimos…Qué si cuando cortábamos la hebra corrió el gallo…Dios de misericordia, lo que usted se habrá figurado de mí.. También es cierto que no se expresarme como la gente, que soy tonta… pero esta es mi falda de cuatro meses y ésta no es mi cintura de hace cuatro meses… ”
Con una vida así ¡que le quedaba por vivir a “La Malhora”!, que esperanza, que ilusión, que futuro, cuando regresó al mundo bajo, al mundo que le tocó vivir y nunca pudo salir de él, se encontró al “Flaco”, un compañero cantante de la antigua pulquería: “Flaco, préstame tu navaja. Y me Salí a espiarlo, una noche. Andaba allá por Tenoxtitlán; la Tapatía le daba volatín. ¡Toma hijo de la…Desarmada y estupefacta, en vez de cuchillo, la Malhora sacó devotamente el rosario de su cuello y lo puso en manos de su rival: -¡Reza, reza que es lo que te queda en la vida!… y con las muelas de la Tapatía y el abdomen de Marcelo, La Malhora talló dos cristales que corrigieran su astigmatismo mental.”
Correo electrónico: miguel_naranjo@nullhotmail.com