“La casa que arde de noche”.

En el presente año se están recordando los veinte años de la muerte del escritor y periodista hidalguense Ricardo Garibay, quien es uno de los prolíferos escritores mexicanos del siglo XX. Garibay incursionó en varios géneros literarios como el cuento, la novela, ensayos, crónicas, escribió guiones cinematográficos que hoy son considerados un clásico del cine nacional, recibió prestigiados reconocimientos entre los que destacan el premio nacional de periodismo, fue conductor de televisión, un hombre polifacético, culto, directo, su narrativa es impecable e implacable, puntual, concisa, y precisamente en el presente mes del amor y la amistad recordaremos a Ricardo Garibay conociendo parte de su narrativa donde el tema central es el amor, iniciando con la obra publicada en 1971 titulada: “La casa que arde de noche.”
Esta pequeña obra fue reconocida en Francia como el mejor libro extranjero en el año 1976. La narrativa de Garibay se distingue por presentarnos descripciones realistas, costumbristas, hechos narrados de una manera tan clara y sencilla tal como suceden en la vida real día con día, y es que temas como el amor, la soledad, el vacio, la tristeza, la violencia, el machismo, la prostitución, el alcoholismo, la drogadicción, la pasión, etc. son temas de todas las épocas, de todos los tiempos, de todos los humanos.
Desde el momento en que nacemos queramos o no, la felicidad, la melancolía, las perdidas, dichas y angustias, son inherentes a nosotros, el cómo abordemos esos sentimientos depende de una educación-aprendizaje, pero no hay ni habrá un catálogo infalible que nos enseñe a querer y amar equilibradamente, todos por fuertes, prácticos y razonables que seamos, somos imperfectos, vulnerables ante tantas circunstancias que por naturaleza iremos viviendo, por supuesto que las formas variarán y determinarán muchas cosas, pero orteguianamente recordemos que sea cual sea las circunstancias que nos toquen vivir, tenemos que salvarlas, para poder salvarnos nosotros.
En “La casa que arde de noche” nos encontraremos en una casona en la frontera de México-Estados Unidos, esta casa llamada “El Charco” es un prostíbulo que está de servicio al público con bellas damas dispuestas a conceder placer y amor por unos cuantos pesos: “Cinco kilómetros al norte está la frontera con Estados Unidos; cinco kilómetros al sur está El Chapúl, pueblo de ganaderos. Y de la frontera y del Chapúl y de muchos pueblos allá de la frontera y del Chapúl vienen los hombres. Empiezan a llegar a las seis de la tarde. A las siete se encienden focos en la sala grande, en los portales, en los corredores y en los ventanucos. Y desde esta hora hasta las seis de la mañana del día siguiente El Charco esplende en la soledad del desierto, lo cimbra el estrépito de más de un centenar de hombres y mujeres todas magnificas. El laberinto se preña de sombras febriles, risotadas, gemidos, y de riñas ciegas, encajonadas, naturalmente mortales.”
La dueña de “El Charco” es la Alazana, todas las damas que allí trabajan le tienen respeto y obedecen puntualmente sus órdenes, cada linda mujer tiene su propio cuarto señalado con su nombre, en esas recamaras pasan momentos de agrado y desagrado según sea su suerte del día. La única dama que vive en una recamara y no trabaja porque se encuentra enferma se llama Esperia. Esta linda mujer había sido la dueña de la casa y el negocio, pero la Alazana llegó y le quitó su antigua posición de matrona. Mientras vamos conociendo la vida al interior de “El Charco”, pronto aparecerá en el lupanar un personaje clave en toda la historia llamado Eleazar, éste hombre que no pasa de los treinta años tenía siete años de estar fuera de “El Charco”, es descrito como un joven rubio y muy guapo, antiguo amante y regenteador de Esperia, cuando Eleazar llega al prostíbulo la Alazana se postra ante él, al inicio ella piensa que viene a vengar el estado en que se encuentra Esperia, le ofrece todo su dinero y la Alazana está tan obsesionada con él, que llega a decirle que si él así lo desea ella pasará a ser una dama más de la casa y él el único dueño y administrador de la casona.
Eleazar es originario de El Chapúl, allí vivió su infancia junto a Sara y David, Eleazar quedó huérfano siendo muy niño, sin embargo, debido a su belleza en muchas casas siempre fue muy bien recibido y atendido. Sara y Eleazar se enamoraron desde pequeños, cuando ella tenía once años de edad se le entregó completamente a Eleazar, él le prometió que se iría del pueblo, pero regresaría para casarse con ella, ella no tan sólo lo aceptó, sino que prometió esperarlo toda su vida y ahora que después de diez años Eleazar había regresado a Chapúl, Sara luego de esperar, esperar y esperar, su corazón latió de alegría.
Sara salió para encontrase con Eleazar, él guardaba un absoluto silencio, su rostro reflejaba un largo cansancio, se percibe como si estuviera mentalmente ido en la nada, poco o nada le dijo Eleazar a Sara, él regresó a “El Charco”. Sara desilusionada, desesperada, sintiéndose burlada, se vistió y decidió ir al prostíbulo para ver a Eleazar, en la casa había muchos hombres de El Chapúl, cuando vieron entrar a Sara fue un enorme alborozo, después de una fuerte riña David rescató de la casona a Sara y la llevó a vivir sola en una casa vieja y abandonada en El Chapúl. Eleazar era amante y padrote de la Alazana, más nunca dejó de ir a visitar a Sara, en una ocasión él le pide a Sara que le platique como había sido su vida, Sara le cuenta su niñez, su infancia, le recuerda que se conocen desde siempre y que se amaron profundamente e hicieron el amor, Eleazar parece ir reflexionando profundamente todo lo narrado por Sara, él le pregunta que si se vuelve a ir ella lo esperaría o qué pasaría:
“–Me esperaste diez años, Sara. –Sí. –Diez años y no… toda la vida. –Sí –dice ella, riendo todavía –, igual. – Digo… vamos a suponer que… yo me voy otra vez… -Igual, yo te espero – dice ella, riendo siempre. –Sara, no te rías. –No… no me río –dice Sara recuperándose instantáneamente su paz, como descendiendo hacia sí misma, como agua sosegándose de golpe, reflejando ya el paso lento del cielo. –Qué voy a reírme, Eleazar. –¿Vas a esperarme otra vez? –Sí. –¿Cuánto vas a esperarme? –Sara… de verdad. –De verdad otra vez diez años. Eres idiota y malo.”
Al poco tiempo Esperia murió, el día del entierro “El Charco” no abrió, Eleazar le dijo a la Alazana que se arreglara que le daría el dinero para que se comprara su casa, ella se vistió y lloraba porque sabía que era el final: “–Tú me conoces bien. Tú sabes como soy yo. Lo sabes. Tú y yo sabemos que lo sabes… No me sigas. No me busques nunca. No me mandes a nadie. Nunca. Se lo dice con dulzura, o así parece; como quien da un consejo, de tan vehemente, casi desmayado. Y baja los escalones del portal del Charco y se va por el camino de arena. A sus espaldas crepitan llamas. La Alazana se abraza a su caja de cartón y sale corriendo hacia el chaparral, como quien va hacia la frontera, lejos de Eleazar, por rumbo opuesto.”
Mientras “El Charco” ardía y poco a poco se consumía, Esperia quien simboliza el pasado de Eleazar y que no lo dejaba caminar hacia adelante estaba sepultada, la Alazana avanza hacia el norte sin un rumbo definido, inestable, siendo un presente vació, Eleazar se dirigía hacia el sur retornando a sus orígenes en el Chapúl, al reencuentro con su pasado, y, sobre todo, a vivir su presente y futuro, porque Sara siempre ha representado ser la consciencia corintiamente del amor que todo lo soporta, que todo lo sufre, el amor que nunca deja de ser, el amor que todo lo espera.
En esta fascinante historia cada protagonista personifica una forma muy particular de amar producto de una educación y diversas circunstancias, con estas realidades vivimos, nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos, al final, siempre andamos tras el amor, es decir, el constante ir y venir en busca de un buen amor.

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