EL SUEÑO QUE CREÓ LA MODERNIDAD. (I)
“Reglas para la dirección del espíritu.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
La modernidad en la filosofía nació con René Descartes, ser moderno implica pensar por sí mismo, dirigir nuestras vidas y resolver nuestros conflictos a través de la razón, con la modernidad apareció el método científico y con ello el desarrollo de la ciencia, es indudable que en el pensamiento de occidente existe un antes y un después del cartesianismo, sin embargo, en sus inicios Descartes no estuvo ligado a la filosofía, su vida estaba destinada al ejercito y su familia quería se convirtiera en un hombre de leyes, empero, un diez de noviembre de hace cuatrocientos años, Descartes tuvo tres sueños y el último de ellos cambió el rumbo de su vida y de automático cambió la de nosotros, les platicaré el contenido de los sueños.
Encontrándose Descartes en el ejército en una noche helada en noviembre de 1619, tuvo tres sueños que para él representaron revelaciones, en el primer sueño Descartes se topaba con un fuerte viento y este no le permitió llegar a la Iglesia, el resto de la gente caminaba como si nada, pero él simplemente no pudo, el viento lo arrojó en la pared y allí un viejo conocido se le acercó y le regaló un melón. En el segundo sueño Descartes despertó espantando por el enorme ruido de un trueno, creyó ver chispas de fuego en su habitación, al final cansado se volvió a dormir, y tuvo el tercer gran e histórico sueño donde el entonces joven de veintitrés años, soñó que estaba en un estudio con la compañía de dos libros, un diccionario y una antología de poemas, abrió la antología y se encontró con la pregunta: ¿Qué camino debería de tomar en mi vida? Paró de leer y vio a un hombre desconocido el cual le dio un papel que decía “Si…No…” Descartes se puso a pensar esa misma noche en los tres sueños, y tuvo absoluta seguridad que el tercero era un llamado a dedicar su vida a la búsqueda de la verdad a través de la filosofía.
A partir de entonces Descartes dedicará su vida a la filosofía, con el filósofo francés nacieron muchas cosas, de entrada, mediante la famosa duda metódica pondrá en entredicho todo lo que en su época se creía. Descartes en un periodo de treinta años escribió tratados donde presentaba su método, critica, planteamiento y pensamiento filosófico moderno, su primer libro escrito se titula: “Reglas para la dirección del espíritu”, y si bien esta obra la escribió en 1628, su publicación se realizó hasta 1701, cuando Descartes ya estaba muerto, pero la importancia de este tratado radica en ser el primer esbozo del pensamiento cartesiano, una introducción que nos guiarán en la lectura y comprensión de las siguientes obras escritas por el filosofo racionalista, por tal motivo, vayamos a conocer parte de lo razonado y presentado en la obra.
Estudios especializados nos enseñan que el proyecto original de Descartes era componer un tratado integrado por treinta y seis reglas, divido en tres partes de doce reglas cada una. Al final lo que se publicó es un tratado de XXI reglas, desarrolladas sólo la primera parte de manera completa, de la segunda parte se encuentran nueve reglas, y la tercera como ya podrán haber observado no existe hasta hoy nada, no obstante, la primera parte es la más importante y trascendental debido a que son reglas y principios universales que se pueden aplicar a todo género de conocimiento, por ello transcribiré algunas partes esenciales de las reglas.
La regla primera lleva el título: “Dirigir el espíritu de manera que forme juicios sólidos y verdaderos de todo lo que se le presenta: Tal debe ser el fin de los estudios.” Aquí Descartes afirma que el hombre no puede aprender todas las artes a la vez, y que el que cultiva una sola es más fácilmente un gran artista o un excelente artesano, por ello lo más racional es dedicarse a una sola arte y así poder alcanzar la especialización, precisión y certeza.
En la regla II, ya aparecen unos de los principios elementales del pensamiento cartesiano que expondrá en toda su obra y que será el punto de partida de su método, el titulo de la reglas es: “Debemos ocuparnos solamente de aquellos objetos que pueden ser conocidos por nuestro espíritu de un modo cierto e indudable:” y en el desarrollo de la regla puntualmente expresa: “Por esta regla rechazamos los conocimientos probables y establecemos el principio de que sólo debemos aceptar los conocimientos ciertos y que no dejen lugar a la más pequeña duda.”
La regla III es contundente, porque en el planteamiento de la regla realiza la siguiente critica contra el inmovilismo filosófico que le tocó vivir en su época: “Nunca seremos matemáticos, aunque sepamos de memoria las demostraciones inventadas por los demás, si nuestro espíritu no es capaz de resolver por sí mismo toda clase de problemas; nunca seremos filósofos, aunque hayamos leído todos los razonamientos de Platón y Aristóteles, si no podemos formar un juicio sólido sobre cualquier proposición; porque eso sería aprender historia, pero no ciencias.” Además, en esta misma regla Descartes enseña las herramientas que poseemos para conocer la verdad: “Para no caer en el mismo error, vamos a enumerar aquí todos los actos de nuestra inteligencia por los cuales podemos llegar al conocimiento de las cosas, sin temor al error. No admitimos más que dos: la intuición y la deducción.”
La regla IV nos enseña que el método es indispensable para llegar al conocimiento e incluso Descartes manifiesta que: “Mejor que buscar la verdad sin método es no pensar nunca en ella, porque los estudios desordenados y las meditaciones obscuras turban las luces naturales de la razón y ciegan la inteligencia.”
Y así, reglas tras reglas, que implican principios universales para alcanzar el saber, nos va guiando René Descartes en sus: “Reglas para la dirección del espíritu”, un tratado que nos muestra que la razón es capaz de conocerlo casi todo, pero equilibradamente también nos enseña que lo primero que habrá que saber es lo siguiente: “Todos los que aspiren a la sabiduría –sabrá, por las reglas que hemos dado que nada podemos conocer antes de conocer nuestra inteligencia porque el conocimiento de todas las cosas depende de la inteligencia y no la inteligencia del conocimiento.”
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