Los algoritmos. Por Pedro Chavarría. 27 IX 23.
Esta palabra se ha venido popularizando de uno años a la fecha y con frecuencia no tenemos una idea clara de lo que significa. Nos da idea de algo muy moderno y relacionado con las computadoras. No y sí. No es nueva y sí tiene algo que ver con las computadoras, aunque no exclusivamente, ni en forma predominante. Seguramente que hay varias definiciones, y al parecer, ninguna definitiva, pues el asunto es un poco más complejo de lo que parece a primera vista.
El concepto base es rastreable hasta los tiempos de Euclides y su famosa geometría, que a muchos nos dio dolores de cabeza en secundaria y preparatoria. Pero para ponerlo claro: algoritmo es un conjunto de instrucciones. De modo que una receta de cocina es un algoritmo, lo mismo que las instrucciones para armar un mueble o encender y manipular con provecho un aparato electrónico, sea televisión, celular o computadora. Pero también el manual de un automóvil y hasta las instrucciones para cambiar una llanta. Pero igual esos cursos de “guitarra fácil”, o complicada. Instrucciones.
Con las instrucciones se pretende guiar a alguien para que resuelva un problema. Cada quien podría aprender solo, a base de ensayo y error, y terminar “como el burro que tocó la flauta”, que no supo lo que hizo, ni cómo lo hizo. Para eso están los algoritmos. Una serie de instrucciones con varias características que todos hemos experimentado, pero acaso no hemos reflexionado en ellas. Primero, es un asunto secuencial, es decir, un paso tras otro, sin saltarse ninguno. En este sentido son rígidos: se ha de proceder en el orden que se dice, o ya pagaremos las consecuencias.
Segundo: las instrucciones deben ser claras, sin posibilidad de ambigüedades, para que nadie se equivoque. El objetivo es conseguir siempre el mismo resultado, sea un guiso, un aparato o una solución matemática. Instrucciones claras y sencillas, lo cual suele hacerlo muy difícil para el que crea el algoritmo. Pasos pequeños y simples llevan a un todo complejo, que a simple vista puede resultar incomprensible, igual que las instrucciones la primera vez que se leen. Aquí esta, justamente, la magia: descomponer un todo complejo en sus partes y lograr ensamblarlo paso a paso. Instrucciones secuenciales, una a la vez, claras y sencillas. Ya solo repetir esto nos va dando una idea de dos trabajos muy diferentes: creación y seguimiento. Una vez creado (gran dificultad), solo hay que seguirlo (gran facilidad).
Teóricamente debe haber un objetivo y siempre que se sigan las indicaciones tendremos el mismo resultado. Se supone que debe haber un paso final, pero en algunos casos especiales, matemáticos, podría seguir indefinidamente, como una regla para calcular números primos, pero esto es poco frecuente, generalmente hay un paso final, con el que se logra el objetivo. Decíamos que las instrucciones deben ser claras y sencillas, pero a veces esto es difícil de lograr, en especial en el lenguaje común. Me viene a la mente el siguiente caso: “El fin de la vida es la muerte” ¿Quieres decir que vivimos para morir, o que, efectivamente, la vida se acaba cuando llega la muerte? Para evitar estas complicaciones del lenguaje se ha recurrido a la matematización, de modo que se eliminen las ambigüedades; se supone que las matemáticas son u lenguaje más simple, aunque, una vez más, hacer las cosas fáciles o simples suele ser muy difícil.
Ya con instrucciones secuenciales, simples y claras hemos ganado mucho. Para obtener el premio final hay que seguir las instrucciones al pie de la letra, siempre y cuando hayamos contado con los insumos básicos, sean conocimientos, artefactos o medios para manipular los datos u objetos. Si variamos la entrada, no esperemos que la salida sea la misma. Pero esto también se especifica en el algoritmo. Así, tenemos tres componentes básicos: entrada (materia prima), proceso (modificaciones especificadas en las instrucciones) y producto final o resultado. ¿Qué podría salir mal?
Penemos en culturas primitivas, veamos al hijo sentado al lado del padre, mirando atentamente los que este hace y tratando de imitarlo. Un algoritmo muy primitivo. Pero ya en Sumeria hay registrado en una tablilla de barro el procedimiento para repartir de manera equitativa el alimento entre los miembros de una comunidad. Así que los algoritmos son cosa bastante antigua. Poco a poco se han venido formalizando, es decir, apuntando con precisión los requerimientos. Sea como fuere, la idea es transmitir de manera precisa cómo hacer algo. El aprendizaje común permite la participación armónica en tareas complejas o pesadas para una sola persona. Es decir, la idea es lograr la cooperación y con ello la supervivencia.
Los algoritmos sirven al progreso. Enseñan, uniforman, conjuntan. Pero ha habido un cambio importante. Los algoritmos, si bien son entes abstractos, no andan por ahí, flotando en el espacio. Necesitan un asidero. El primero fueron las personas, padres en lo general, capaces de identificar y construir procesos de transformación que fueron arraigados a instrucciones detalladas y relativamente rígidas. Con el tiempo y la complejización de los grupos humanos y el trabajo mismo, hubo que separar parcialmente los algoritmos de las personas que los crearon y mantenían. Aparecieron tablillas de arcilla, papiros, códices y a la postre, libros.
Los libros ya tenían vida propia y ya no se necesitaba la presencia y acción del inventor de la secuencia de transformaciones. Un libro, o su equivalente, puede sr leído y de ello obtener conocimiento. En una siguiente etapa, muy posterior ,aparecieron grabaciones, sobre todo de imágenes: fotografías y películas, que hasta la fecha aún vemos y tienen un gran valor, igual que los libros. Sin embargo, nos falta la última etapa, hasta la fecha. Los algoritmos aparecen ahora ligados a las redes sociales. Podría parecer que es lo mismo que el cine y la televisión, sin embargo hay una gran diferencia.
Los algoritmos han adquirido notablemente un nueva capacidad, que antes era muy menor o inexistente: aprenden de nosotros. Han adquirido la capacidad de manejar estadísticas y llevar registro de qué es más solicitado. Esta es una propiedad revolucionaria. Cierto que todas las editoriales mantienen registros de sus ventas y conforme a ello planean y promueven sus siguientes ediciones, pero ahora la información va fluyendo casi de inmediato. No solo esto, sino, que en consecuencia, el sistema de redes sociales exhibe y ofrece lo que sabe que tiene demanda. Es como ir a una librería y solo encontrar obras de cierto género y autor, de modo que da la impresión que eso es todo lo que hay. Difícilmente podemos ir a otra librería: Google o Amazon, u otras cuantas no muestran lo que hay y de ahí debemos escoger.
Los adictos a la red de redes compiten por ganar puntos y ventajas. Los productores de materiales (libros, videos, clips, etc.) compiten por tener “seguidores”, pues ello representa ingresos, “monetización”, aparición en lugares visibles, fama, premios, invitaciones a eventos exclusivos, etc. Cualquiera que en realidad no tiene gran cosa que ofrecer quiere tener “seguidores” y volverse famoso. Todo o conspira para otorgar a los “seguidores” lo que estos quieren ver y escuchar. Ideas, modas, tendencias, actitudes que los identifiquen más como parte de un grupo. Pululan frases de filosofía barata y lugares comunes que aglutinan “seguidores”. Como es una cuestión de mercado y genera ganancias en publicidad y en ventas, pues una vez echada a andar la tendencia, no hay que desalentarla. Esto lleva a un reforzamiento perverso que no deja lugar a otras posturas.
No es necesario pertenecer explícitamente a un grupo, siguiendo a alguien, basta con usar determinada red social, ser suscriptor y engrosar la cartera de “likes”, de “vistas” y de “fans”. Las redes sociales viven de eso, y eventualmente se venden por sumas estratosféricas y sus dueños se vuelven figuras de alto perfil, con poder inmenso y puede resultar, como ya se ha dicho de alguno de ellos, que tienen en las manos un arma terrible que no saben usar. Tras bambalinas deciden qué vamos a querer y eso nos dan.
Cuando uno teclea en Google en busca de información, el motor de búsqueda –un algoritmo-casi de inmediato nos arroja cantidades asombrosas de información. Pero cómo sé que lo que aparece en primer lugar es lo mejor, o qué contienen esos sitios que aparecen varias páginas atrás. Cómo sé si hay un cierto tipo de censura que manda algunos contenidos a la parte media o al sótano de esa larga lista de lugares con información. Por ahí recuerdo la demanda contra Bill Gates, por prácticas monopólicas.
Los algoritmos no nacen solos, aunque sí se pueden ir modificando de acuerdo a lo que aprenden de nosotros. Hay alguien atrás de su origen, pero no sabemos cuáles son sus intereses, ni cómo yo entro en el juego. Como consumidores de internet y de sus diversas aplicaciones y redes sociales, debería estar más informado sobre cómo se dirigen esos algoritmos y bajo qué suposiciones operan, pero eso habitualmente no se da a conocer, por lo que permanecemos en la ignorancia. Y no solo eso, sino que inmediatamente regalamos nuestra información. Con ello decimos quiénes somos, dónde estamos y antes de poder recibir nada debemos aceptar las “cookies”, pues de otro modo nos niegan el acceso.
En algunos casos, no sé cuántos, todo lo que subas a la red en esa aplicación pasa a ser propiedad de ellos y aunque quieras, si te arrepientes, no lo puedes borrar nunca. Tus fotos pueden circular por quién sabe cuánto tiempo y ni te enteras del uso que pueden hacer de ellas. Por no decir nada de la posibilidad de que enciendan tu teléfono, cámara y micrófono sin que te enteres. No creo ser un sujeto digno de espionaje, pero eso existe y no sabemos qué alcances pueda tener. Pensemos en el robo de identidad, robos de dinero y fotografías, más el acoso que se puede derivar de todo ello. Pensemos en los linchamientos digitales, que pueden tener consecuencias realmente mortales al ser exhibido públicamente y por siempre.
Las grandes libertades y ventajas que nos dan los celulares, internet, las páginas web, las aplicaciones y la información que nos dan es algo realmente destacable, pero tiene un precio escondido que en cualquier momento nos pueden exigir pagar. Ya no podemos prescindir de todos estos adelantos tecnológicos y otros que vendrán, pero deberíamos reflexionar y actuar con cautela para evitar desagradables sorpresas, a pesar de lo cual se pueden llegar a presentar.