«En una ocasión me invitó a comer un amigo que había regresado de Europa donde se había casado con una bella sueca. Cuando llegué a su casa con una botella de vino chileno, toqué la puerta y después de un momento salió mi amigo completamente desnudo. -Pásale Gustavo, ponte cómodo, me invitó amablemente, -¿Te estabas bañando? le pregunté inocentemente. -No así acostumbramos a estar en casa. En eso apareció su esposa, totalmente desnuda. Después de que me la presentó yo no atinaba qué decir. Como ellos me vieron desconcertado, me dijo Enrique. -No te preocupes, si quieres quítate la ropa, o quédate como estás, como tú te sientas a gusto. Nos sentamos a la mesa y yo no sabía de qué platicar, ni para dónde dirigir la mirada, la belleza de su joven y voluptuosa esposa me tenía hecho un pendejo. Al rato todo se fue normalizando, la cena pudo transcurrir tranquilamente y me despedí con una extraña sensación». Lo escribió, en 2015, el finado Gustavo Avila Maldonado en sus Ruizcortinadas».