La apuesta de Trump es más política que económica. Aplica aranceles para incentivar la instalación de plantas en su territorio, sí, pero también para doblar a sus contrapartes y sacar ventajas en la negociaciones. Ambas cosas estimulan su ego y le parecen electoralmente rentables. Lo que no advierte es que si mantiene su ofensiva se va a topar con que los perjuicios en materia de carestía serán inmediatos, y serán seguidos por una recesión, mientras que los beneficios en nuevos empleos tardarán en llegar. Así pues creo que su proyecto será cortoplacista y que, ante la estrepitosa caída de los mercados, más temprano que tarde negociará acuerdos que bajarán la barreras arancelarias, alardeando de que logró terminar con los abusos de su país. Lo escribe Agustín Basave en su columna en «Milenio».