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Milenio Digital

Tiene apreciadas habilidades negociadoras, y también representa un puente entre las corrientes liberales y conservadoras dentro de la Iglesia.

“Da grande, voglio fare il Papa” (de grande, quiero ser Papa), dijo Pietro Parolin cuando tenía sólo seis o siete años y ya compartía su vocación vital.

Aunque es un hecho que para encabezar la Iglesia Católica no es requisito haberse incorporado a ella desde los primeros años; por ejemplo, el recientemente fallecido Jorge Mario Bergoglio empezó a los 21 años, después de formarse como técnico químico.

Parolin, en todo caso, siempre ha tenido claro tanto el objetivo como la vía para alcanzarlo: la diplomacia eclesiástica. Se dio a la tarea desde muy joven, a los 14 años ingresó al seminario de Vicenza, y si a sus 70 años resulta electo obispo de Roma, y por lo tanto sumo pontífice, no es improbable que el suyo sea un papado largo, pues su madre vivió hasta los 96 años (y habiendo fallecido el año pasado, podría haberse quedado a meses de ver la consagración de su hijo).

Como responsable de las relaciones exteriores del Vaticano en su papel de secretario de Estado de Francisco desde el inicio de su papado, Parolin es visto como un aspirante de continuidad y posible consenso entre corrientes ideológicas, sostenido por resultados de su gestión diplomática de los últimos 12 años, aunque sus logros en este aspecto se registran desde décadas atrás.

En particular, uno muy bien valorado en la Iglesia: la segunda nación con mayor número de católicos en el mundo no tenía relaciones oficiales con el Vaticano desde hacía 130 años, y desde una posición discreta, Parolin operó para establecerlas, superando la arraigada tradición anticlerical del estado mexicano.

El prestigio ganado en el trienio que residió en el país del águila y la serpiente, le dio el considerable impulso que le permitió alcanzar posiciones hasta colocarlo entre los papables más aventajados.

Un secularismo “positivo” en México
La Guerra de Reforma, la Intervención Francesa, la Revolución Mexicana y las guerras cristeras, en las que la jerarquía católica apoyó a los bandos eventualmente perdedores, definieron una relación de hostilidad entre el Estado mexicano y la institución religiosa.

Al llegar a la Presidencia del país, Carlos Salinas de Gortari se propuso romper esa dinámica y favoreció la llegada de un delegado apostólico, en 1989, Girolamo Prigione, al que acompañaba un joven secretario de 34 años, Pietro Parolin, quien desempeñó un papel clave en las negociaciones que culminaron en dos hitos históricos, en 1992: el reconocimiento legal de la Iglesia Católica y el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede.

Casi tres décadas después, en junio de 2021, al volver a visitar México, Parolin envió un “gran mensaje para los mexicanos” al pronunciar un homilía en la Basílica de Guadalupe: aunque no ha hecho público su relato de las gestiones que llevó a cabo junto a Prigione, esta vez hizo “un llamado al gobierno mexicano para que avance hacia un secularismo positivo y constructivo, que supere definitivamente la oposición histórica entre la Iglesia y el Estado, para que ambos puedan trabajar comprometidos por el bien común”, y señaló que, “lejos de ser motivo de división y oposición, el principio del secularismo es responsable, por un lado, de respetar y aceptar la valiosa contribución que las convicciones espirituales ofrecen a la sociedad y, por otro, de actuar también como barrera contra cualquier desviación fundamentalista y secularista”.

Graduado en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana, y en diplomacia en la Pontificia Academia Eclesiástica –la escuela de élite de los embajadores del Vaticano–, a los 31 años ingresó al servicio diplomático y, apenas tres años después, operaba las negociaciones con el gobierno mexicano.

Ese primer éxito con interlocutores difíciles convirtió a este políglota (habla italiano, inglés, francés, español y latín) en especialista en tareas complicadas, como iniciar conversaciones con los vietnamitas, también en los años noventa, e incluso con los chinos, cuyo gobierno mantiene una jerarquía católica alterna, hasta que logró en 2005 el establecimiento del contacto directo entre el Vaticano y Beijing.

En 2002, Juan Pablo II lo puso en el corazón de la diplomacia eclesiástica al designarlo subsecretario para las Relaciones con los Estados: incorporó al Estado Vaticano al Tratado de No Proliferación Nuclear; moderó pláticas secretas en Canadá para restaurar los vínculos diplomáticos entre Cuba y la administración estadunidense de Barack Obama (después Donald Trump los rompió de nuevo); y convenció a los líderes iraníes de liberar a 15 militares británicos que había capturado, antes de marchar a Venezuela como nuncio apostólico frente al gobierno de Hugo Chávez.

Después fue invitado por el sucesor de este, Nicolás Maduro, a mediar con la oposición, durante un periodo de protestas intensas en el que Parolin trató de mantener la neutralidad pese al contexto polarizado.

De China y Afganistán a Gaza y Ucrania
Tras ser electo Papa, Francisco nombró a Parolin secretario de Estado, en 2013. La designación se dio nuevamente de manera precoz para los estándares eclesiásticos: a los 58 años, fue el titular más joven desde 1929, sólo superado por Eugenio Pacelli –futuro Papa Pío XII–, quien asumió el cargo a los 53. Un año después Bergoglio lo creó cardenal.

Desde esa posición diplomática representó las posturas papales a favor de la paz, el medio ambiente y los migrantes. Su cercanía con China condujo al acuerdo por el que Roma reconoció a los obispos nombrados por Beijing (por esto, uno de sus opositores, el cardenal Joseph Zen, lanzó la que puede ser la más dura crítica en su contra al denunciarlo porque, dijo: “cree en la diplomacia, no en nuestra fe»).

Y se presentó en escenarios de conflicto muy peligrosos, como en Afganistán tras la victoria de los talibán, en agosto de 2021, para interceder por los civiles afganos que habían colaborado con la coalición internacional; y en Ucrania, en julio de 2024, para pedir un diálogo de paz.

No era posible acudir a Gaza, bloqueada por Israel, pero en consonancia con las posiciones expresadas por el papa Francisco, en febrero de 2024 criticó la reacción de Tel Aviv al ataque de Hamás del 7 de octubre anterior, calificándola de “desproporcionada” y describiendo la situación en Gaza como una “carnicería” (el embajador israelí ante el Vaticano, Raphael Schutz, calificó esas declaraciones como “deplorables” y “lamentables”); y visitó la vecina Jordania en enero de 2025, donde afirmó que “no muy lejos de aquí se está librando una guerra, desencadenada por los ataques de Hamás, cuyo precio se paga en sangre y destrucción, especialmente por los civiles, y en particular en Gaza”.

​Candidato de consenso… o de bloqueo

Aunque algunas de las posturas expresadas por Parolin hacen eco del progresismo atribuido a Francisco (en particular, la de que el celibato obligatorio “no es un dogma de fe y puede ser discutido porque es una tradición eclesiástica”), y a pesar de las críticas a su gestión del problema chino, la prensa especializada en el Vaticano señala que “algunos cardenales ven a Parolin como un cardenal de consenso del centro sensato”, capaz de evitar divisiones ideológicas en el cónclave, según el católico The Pillar.

El periódico La Croix International añade que es “bien considerado en todos los espectros ideológicos y eclesiásticos” y ostenta el mismo puesto “que desempeñó Joseph Ratzinger en 2005, justo antes de ser elegido Papa”.

Es además, bastante popular entre los usuarios de redes sociodigitales: en un análisis de 600 millones de conversaciones realizado por MilenIA, el cardenal Parolin tiene un índice positivo de 81 por ciento, apenas por detrás del 84 por ciento del cardenal filipino Luis Antonio Tagle y a una buena distancia del 61 por ciento del cardenal Matteo Maria Zuppi.

Es, en todo caso, un candidato que ofrece al mismo tiempo continuidad y centrismo, un respiro para evitar o aplazar una confrontación entre progresistas y conservadores.

The Pillar lo pone en términos políticos clásicos: “Suponiendo un enfrentamiento hipotético entre un par de favoritos de izquierda y uno de derecha, ninguno de los cuales podría conseguir una mayoría de dos tercios en las primeras tres rondas de votación, la pregunta entonces es: ¿Parolin hará una demostración lo suficientemente fuerte como para convencer a cualquiera de los lados de brindarle su apoyo como un compromiso?”.

Si atrae a la mitad de los votos con tendencia al alza, “podría ganar en el tercer día, pero si se estanca”, sigue The Pillar, podría funcionar como “candidato de bloqueo” que impida que otros sean electos, aunque arriesgándose a ser un “caballo de Troya” para un candidato sorpresa.

Ahí podría consumarse el deseo del niño que siempre quiso ser Papa. O frustrarse.
Foto de «REforma».