Segunda y última parte

* «Hago más caso del testimonio de mi conciencia que de todos los juicios que los hombres hagan por mí» Marco Tulio Cicerón Desde hace algunos ayeres hemos observado en diferentes partes de nuestro territorio nacional que hay increíble variedad de escuelas, técnicas e ingenios, y tanto distan entre sí unos de otros, sus productos los oradores, que no es fácil hallar entre los modelos dos enteramente iguales, por más que la turba de imitadores se parezcan siempre entre sí, por la ausencia de toda inventiva, estudio o destreza, que los ha llevado a la imitación de un mismo modelo. Los verdaderos precursores deben ejercitar y enriquecer con severa doctrina aquellas dotes que recibió de la naturaleza, no contrastándola, pero sin dejarse arrastrar tampoco de las propensiones nativas hasta el punto de olvidar el cultivo armónico de todas las facultades del espíritu. Debemos tener en cuenta, que la naturaleza lleve más a un género de locución que a otro, quizá consiga, a fuerza de arte, sobresalir en aquello mismo para que pareciera menos idóneo. La imagen del orador perfecto es un tipo ideal, no realizado nunca en el mundo; pero tampoco encierra imposibilidad metafísica, ni hemos de creerlo pura abstracción, vacía de sentido. En nuestra entidad hemos tenido y tenemos oradores con una amplia calidad, lo que para muchos son paradigmas y guías de perfección, algunos de éstos demostrando sus cualidades en diferentes eventos competitivos, otros en los diversos foros donde se cultiva la buena convivencia humana y otros más haciendo reflexionar a la población con temas de interés y de acción para las mayorías. Esto me permite de nuevo utilizar útil enseñanza: “La naturaleza (dice Quintiliano) no prohíbe que el orador perfecto exista, y no hemos de desesperar torpemente de lo que no es imposible. Cuanta más alta sean las aspiraciones y más excelsa la idea que nos formemos del arte, mayor será el triunfo”. Tanto los estudiosos del tema, instructores, docentes y las nuevas generaciones interesadas en esta apasionante disciplina y arte deben advertir en que consiste la excelencia de este arte, sino en combinar la voz y la modulación con los afectos que se quieren expresar, dulce si dulce, grave si grave, triste si doloroso y así las diversas emociones que surjan del diálogo con el auditorio. Hasta en el gesto, en el ademán, en la mirada, cabe cierta euritmia, necesaria al orador, y que no puede aprenderse en otra arte que en el arte armónica, única que conoce los misterios de la interpretación de los movimientos y de los sonidos en sus relaciones con el mundo interno de las pasiones y de las ideas.

El alimento más sano y robustecedor para quien, como el orador, ha de descender a la arena de la vida, es la verdad y el estudio severo de la historia, más bien que el de los poetas, y procura, singularmente, precaverle contra los peligros de la declamación; pues aunque no debemos rechazar en absoluto este ejercicio, esta requiere otras cualidades, pese a que la declamación se acerque a la verdad de las cosas humanas. En cuanto pueda, desde un punto de vista dependiendo de la cuestión a tratar hay que hablar con modestia, utilizando el nosotros en lugar de ustedes, no hablando en tono de enfado ni reproche, disfrutando mientras se habla y nada de disculpas en la disertación . Quienes vemos la oratoria de manera ortodoxa, clásica y auténtica consideramos que una de las principales causas que han corrompido la elocuencia es la licencia y la ignorancia de los ejecutantes sobre las cuestiones esenciales del ser. Al afirmar lo anterior no es con el propósito de contrariar las cualidades espontáneas ni de poner trabas a la generosa y bien nacida índole del orador; sino de terminar con muchos vicios de utilizar los mismos sonsonetes y discursos para diversos temas y -quizá lo más terrible- distintos auditorios. El mejor ejercicio para fortificar el ingenio nativo es la lectura; donde surge una interrogante ¿Qué tipo de lectura? La recomendación muchas veces inmediata es ¡Los Clásicos!, otros más ¡La mejor literatura contemporánea! Algunos más los libros que hablan sobre la superación y motivación del ser humano, y así sucesivamente. Tales recomendaciones se basan en una premisa fundamental de orientar y declarar que al principio y siempre deben leerse los mejores, evitando encasillarse en alguno de ellos. El otro defecto sería dejarse seducir por las lascivas flores de la elocuencia moderna, y movidos de cierto malsano deleite que en ella se encuentra, preferir este género de locución dulce y sin nervio, y, por esto mismo, más grato al paladar juvenil. Por último, aunque no es lo último que trataremos del tema, aseguro que sólo el entendimiento ya formado desde la niñez con la lectura de las obras de todo tipo, se podrá leer a los autores más antiguos como los más modernos, aprovechando de cada uno de ellos lo mejor ¡Estamos! alodi_13@nullhotmail.com