I
“Me dijeron que le pasó una foto desnuda, se la tomó frente al espejo. Ya la vieron todos sus amigos”. Miré, a lo lejos, a la protagonista del chisme. Llevaba el mismo uniforme que usábamos desde hacía tres años y andaba con su seriedad acostumbrada, coronada por una cabellera larga, espesa y rebelde que siempre me había llamado la atención. La conocía poco, pues habíamos cruzado pocas palabras y las últimas me habían dejado un mal sabor de boca: otro intento de cotilleo poco afortunado… Sin embargo, deseé que nada de lo que me estaban contando fuera cierto. La recordé alguna vez vulnerable, otra coqueta, alguna más, enamorada. La sabía buena amiga, leal e inteligente. Conocía y apreciaba a quienes la querían. Quizás por ello me hubiera gustado sacudirme toda esa información y decirle a mi interlocutora que callara, que no lo repitiera. Ahora, muchos años después, no sé qué ocurrió con aquel rumor. A ella la volví a ver en algunas ocasiones. Parecía feliz. Ojalá lo fuera.
II
La amenaza la dejó helada. ¿Terminaría en Internet, a la vista de todos, sería avergonzada frente a su familia, amigos y compañeros, marcada con alguna letra escarlata como Hester Pryne, la heroína de Nathaniel Hawthorne?
No tienes nada de qué avergonzarte. Es cuerpo, sólo eso. Tu cuerpo, tu decisión, tu placer. Un acto que entonces fue amor y deseo, quise decirle y quizás se lo dije. Pero la desesperación podía más que mis vanas palabras de consuelo y todo el cariño que pretendía darle para no dar paso a mi furia… ¡Si hubiera tenido enfrente a aquel que la amenazaba! Probablemente él habría terminado con más ganas de desquitarse conmigo que con ella… Me dolía el daño que le infligía, deformando la intimidad entre ellos para volverla un acto sucio, un acto del que ella (y no él) debía avergonzarse.
Y todo por no poder aceptar el final de todo. Por venganza.
III
Tras el invento del daguerrotipo, en 1839, la aparición de las primeras fotografías eróticas fue cosa de nada. El inventor de dicho aparato, Louis Jacques Daguerre, intentó ser el pionero, pero el tiempo necesario para realizar un daguerrotipo impidió la realización de su proyecto. Fue hasta 1851 que el francés Félix Jacques Antoine Moulin logró materializar la idea, con la colaboración de algunas prostitutas, bailarinas y actrices. Su comercialización se logró al nombrarlas “piezas de estudio anatómico”, para calmar a las buenas consciencias.
Con tal precedente, no es de extrañar que con la llegada de los teléfonos inteligentes, el sexting se volviera tan popular. Los aparatos siempre están con nosotros y forman parte de nuestra vida diaria para todo tipo de tareas: ver la hora, ponerse en contacto con los amigos, programar nuestro horario, incluso, aprender un idioma. ¿Cómo no iban a ser parte de nuestra vida sexual? Como introducción a ésta o complemento, su uso es generalizado y en una sociedad respetuosa, debería ser sano. Pero no.
A las mujeres nos castigan por ser sexuales. Nos desean así, pero no tan abiertamente. Juzgan nuestras ropas por dejar ver “demasiado”, aunque ante nuestra mirada hayamos aparecido guapas, simpáticas o elegantes. Nos piden que nos deshagamos de ésta y usemos la masculina, a ver si cumplimos los parámetros de deseabilidad y prudencia justos. Ante un agravio, como el acoso o peor, una violación, inmediatamente se nos pregunta qué hicimos para causarlo.
Cuando el sexting se vuelve público y la víctima descubre que ahora está en línea, ocurre lo mismo: “Pero cómo se te ocurre, no pensaste, no debiste confiar en él”. ¿Y quién le reclama a él, al que le enseña la foto a sus amigos, al que en un arranque de rabia le escribe a su expareja que publicará los videos sexuales que grabaron juntos o al que extorsiona a cambio de dinero tras hackear una computado o un celular?
En internet al acto de compartir material de índole sexual, relativo a otra persona, se le conoce popularmente como “rolar el pack”. En Facebook existen miles de páginas dedicadas a ello, cuyos usuarios sin atisbo de vergüenza y usando sus perfiles personales intercambian fotografías y video por mensaje privado, ante la complicidad de la empresa estadounidense que pocas veces actúa ante los reportes masivos. La impunidad ante este acto era lo único esperado, hasta ahora…
Recientemente, el Congreso del Estado de Yucatán aprobó por unanimidad tipificar la pornovenganza y la sextorsión, así como castigarlos hasta con cárcel. La iniciativa fue promovida por Ana Baquedano, víctima de acoso después de que un exnovio compartiera sus fotos íntimas cuando era menor de edad. Aquello fue el inicio de una dolorosa etapa en la vida de la yucateca, quien, sin embargo, salió valientemente adelante y se convirtió en una activista cuyos esfuerzos han desembocado en la salida adelante de la iniciativa mencionada.