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ElDiario.es/SinEmbargo

La dimensión que ha adquirido todo cuanto tiene que ver con Radiohead, y más concretamente con su líder Thom Yorke, convierte la primera incursión de éste en el campo de las bandas sonoras en un fenómeno discográfico. De hecho, vista la pésima recepción crítica que está teniendo el remake firmado por Luca Guadagnino ( Call Me by your NameCegados por el sol,…) del clásico de suspense de Darío Argento, la banda sonora de Yorke se ha convertido en una de las principales razones que sostienen y justifican el filme.

Lo extraño, en realidad, es que Yorke no hubiera firmado antes la partitura para una película. Con el paso de los años la música de Radiohead ha ido abandonando progresivamente la concreción pop de sus inicios para introducirse en territorios cercanos a la ambientación sonora y la creación de ambientes, a menudo con la ayuda de orquestas o una sección de cuerdas. Además, no nos olvidemos de la sociedad de su compañero Jonny Greenwood con Paul Thomas Anderson. Así las cosas, el de la música enfocada a la ambientación de historias e imágenes parece un campo natural para un músico como Yorke y lo demuestra en este trabajo, dos horas en las que se cubren diferentes ángulos.

Porque en la banda sonora de “Suspiria” encontramos algunos temas que perfectamente podrían haber formado de un trabajo de Radiohead, muy especialmente de su último disco “A Moon Shaped Poo”l. Por ejemplo, el que ha sido elegido como tema central del filme, Suspirium, una delicada pieza pianística en la que sobrevuela el inconfundible falsete de Yorke. También” Open Again”, “Has Ended” o “The Universe Is Indifferent”, temas todos ellos que, con diferentes combinaciones de instrumentos, tienen en común su carácter moderadamente experimental, repetitivo y que alcanzan la categoría de “canción” por esa singular habilidad que tiene la voz de Yorke para dotar de sentido y emoción cuanto toca.

Pero la suya no es la única voz que resuena a lo largo de estos 25 temas. Con la ayuda de The London Contemporary Orchestra & Choir buena parte de esta música se arrima por momentos a la música sacra, con el fantasmagórico Réquiem de Iannis Xenakis asomando por el horizonte. Mientras que en otros momentos, aquellos en los que lo orquestal deja paso a arreglos de corte más electrónico o minimalista, se hace notar la influencia de maestros de las bandas sonoras como Krzysztof Komeda. Referencias todas ellas que dicen mucho y bueno del trabajo del músico de Oxford.

JOHN CARPENTER 

Hay un adjetivo, “carpenteriano”, que define todo un estilo musical. Con su carrera cinematográfica en punto muerto – Encerrada, su último filme, se estrenó con escasa atención en 2010- la faceta de John Carpenter como músico vive una segunda juventud. Tras el auge del electrash que reivindicó sus composiciones como fuente de inspiración allá por el cambio de milenio, Carpenter se ha convertido en objeto de estudio de muchos músicos jóvenes, que han encontrado en sus partituras magníficos ejemplos de cómo conseguir resultados impactantes desde la economía de medios.

El resultado de todo ello ha sido una reevaluación de la obra musical de Carpenter que ha terminado sacándole de gira -ha llegado a tocar con honores en el Festival Primavera Sound- y le ha dado la oportunidad de publicar discos, como una estrella de pop cualquiera, en el sello Sacred Bones, hogar del goticismo heterodoxo contemporáneo.

Sacred Bones es también el encargado de publicar esta banda sonora para última entrega de la saga Halloween, en la que Carpenter -creador de la cinta original- no sólo ejerce de compositor sino también como Productor Ejecutivo. Y si la cinta de David Gordon Green supone un notable retorno a las claves que hicieron de Halloween un fenómeno a finales de los setenta, ocurre más o menos lo mismo con esta banda sonora que Carpenter firma de la mano de su hijo Cody y Daniel Davies. Buena parte de estos 21 temas suponen una revisitación y variaciones del “Halloween Theme”, todo un icono ya dentro del género de las bandas sonoras.

Con una producción acorde a los tiempos que supera las limitaciones que Carpenter encontró en los presupuestos y la tecnología de antaño, el disco, sin aportar nada nuevo a su universo musical, supone una magnífica oportunidad para celebrar de nuevo su aportación decisiva a la música de sintetizadores.

JULIA HOLTER

Cada nuevo disco de Julia Holter ha sido una pirueta sin red que ahondaba en las posibilidades del pop musical y conceptualmente. En cualquier caso álbumes como “Tragedy” (2011), “Ekstasis” (2012), “Loud City Song” (2013) y, sobre todo, “Have You in my Wilderness” (2015) ofrecían asideras en forma de melodías reconocibles que situaban sus canciones en el excitante terreno de lo disfrutable a la par que experimental.

En el tiempo que va desde “Have You in my Wilderness” a este “Aviary” la californiana ha estado más ocupada que nunca tocando en directo, firmando bandas sonoras y tanteando nuevos horizontes musicales. El resultado de este periodo de reflexión es su trabajo “oficial” -la discografía de la Holter está llena de colaboraciones y referencias escurridizas en sellos menores- más ambicioso hasta la fecha. “Aviary” de hecho merecería ese calificativo aunque sólo fuera atendiendo a su larga duración: 90 minutos estructurados en un doble disco. Pero también por la estructura de unas canciones que, al menos en apariencia, remiten al free jazz y el avantgarde. Sólo hay que echar un vistazo a la alineación de la mayor parte de los temas para sospechar que en esta ocasión las concesiones de la Holter para con su público van a ser mínimas: órgano, bajo, batería, violín, flauta, trompeta y gaitas (cortesía de Tashi Wada, omnipresente a lo largo del disco).

Y aunque en el aspecto lírico “Aviary” incide en la senda emocional de “Have You in my Wilderness” dejando de lado los experimentos líricos de antaño, la escucha completa del disco parece reservada a ese pequeño núcleo de fans irredentos y melómanos pacientes con muchas horas de vuelo. Explica Holter que el título del disco se inspira en una líneas del poeta y ensayista libanés-americano Etel Adnan: “Me encontré en un aviario lleno de pájaros chillando”. Y no se me ocurre mejor definición para las desconcertantes sensaciones que transmiten estas canciones.

PHOSPHORESCENT

Asociado habitualmente a los renovadores de la tradición del rock norteamericano, Matthew Houck llevaba un tiempo buscando puntos de fuga y rupturas con el clásico sonido de guitarras. Resultaba evidente en “Muchacho” (2013), su anterior disco, un trabajo precioso que se situaba a medio camino de la fragilidad de un Sparklehorse y el gospel cósmico de Spiritualized.

La exploración continúa en “C’est La Vie”, un álbum que por encima de todo destaca por su ligereza. Tomemos por ejemplo “New Birth in New England”, historia de un encuentro casual con la barra del bar de por medio que cuenta con un impulso pop inédito en su producción anterior. Algo habrá tenido que ver su matrimonio, su paternidad o que la vida alrededor de los 40 se ve de forma diferente y no necesariamente peor. “Estas piedras son pesadas / y he estado cargando con ellas desde siempre / He pasado borracho diez años / pensando en cómo poner todo eso a un lado”, canta en These Rocks.

Ese aire esperanzado y (por qué no decirlo) feliz del que ha superado un bache profundo, contagia a todo un disco en el que el bagaje musical de Phosphorescent se muestra de maneras diferentes: el country de “My Beautiful Boy”, la springstiniana “There from Here” (con unos teclados y una ligereza que remiten al Tunnel of Love), y hasta la producción electrónica del tema que da título al disco. Tal vez en conjunto carezca de la robustez de su predecesor, pero Houck ha completado un álbum notable.

PIXIES

Cierto que la deriva que han tomado desde su reunión en 2004 no ayuda a alimentar el mito, pero cualquiera que viviera la explosión del rock alternativo a finales de los 80 convendrá en que Pixies han sido una banda esencial para entender la evolución de la música de guitarras en los últimos treinta años. No en vano Kurt Cobain, quien a la postre trascendería el circuito alternativo para llevarse el reconocimiento y la fama, nunca tuvo problema en reconocer que Nirvana era en realidad su intento personal de emular a los Pixies.

Efectivamente en el periodo que va de 1987 – año de publicación de su miniLP Come On Pilgrim- a 1991 cuando ve la luz su último disco pre-reunión “Trompe Le Monde”, buena parte de la comunidad alternativa no aspiraba a mucho más que a imitar a la banda de Boston. En sus discos había magia, uno de esos raros momentos en que las referencias del rock de siempre devienen en un fórmula personal y totalmente reconocible.

En la actualidad existe cierto quórum al señalar “Doolittle” (1989) como el mejor álbum de la banda. A finales de los 80 y primeros 90 sin embargo el debate estaba más abierto entre los partidarios de Doolittle y quienes encontramos en “Surfer Rosa” (1988), su primer largo, la quintaessencia del sonido “pixie”.

Además de la banda sonora de “Suspiria” comentamos las novedades de John Carpenter y su banda sonora para Halloween, Julia Holter, Phosphorescet, los discos de 10 de los Pixies, Robyn y William Basinski & Lawrence English.

 

Las claves por las que aún hoy identificamos a Pixies quedaban plenamente definidas: las exóticas incursiones en castellano, la dualidad entre dulzura y agresividad, calma y ruidismo, representada en las figuras de Kim Deal y Black Francis, o el contraste entre canciones como las citadas y la preciosa Where Is my Mind. Por su parte el trabajo de Steve Albini en la producción de Surfer Rosa creó un nuevo estándar en el mundo del rock de guitarras que todavía hoy intentan reproducir grupos de todo el mundo.

Se cumplen 30 años de estos lanzamientos y no hay “peros” que ponerle a dos discos y un puñado de canciones excepcionales, por mucho que el propio grupo los haya sobreexplotado en directo por una mera cuestión de supervivencia. La caja que ahora ve la luz en triple CD o triple LP no incluye a modo de extras las caras b o incluso las versiones primitivas de estos mismos temas –tiempo ha vieron la luz en los recopilatorios “Complete B Sides” (2001) y “Pixies” (2002)-. Pero igualmente hay razones para pasar por caja. Además del atractivo rediseño que vuelve a firmar Vaughan Oliver, el tercer disco nos acerca por vez primera una sesión que tuvo lugar en 1986 -el año de formación de la banda- para la emisora de radio local WJUL-FM. Allí, además de una breve y alocada entrevista en antena, tocaron algunas de las canciones menos conocidas de su repertorio: “Boom Chicka Boom”, “Rock a my Soul”, “Build High” o su versión de “In Heaven”, tema central que David Lynch escribió para su filme Cabeza borradora.

ROBYN

En discos “Robyn” (2005) o “Body Talk” (2010) Robin Miriam Carlsson elevó a un nuevo estatus el sonido eurodisco, dotándolo de inteligencia y sentimiento, además de conservar su natural pegada bailable. Tras un silencio demasiado largo de ocho años, roto sólo por alguna colaboración puntual (Metronomy, Kindness, Neneh Cherry,…) y un disco junto a Röyksopp, Robyn está de vuelta con un trabajo en el que retoma su actividad exactamente donde la había dejado. Estamos ante un fenómeno extraño: una estrella del pop de culto cuya influencia no ha parado de crecer en estos años de silencio, pero que obviamente no cuenta con los millones de fans de otros artistas superventas. Artistas que han hecho carrera tomando buena nota de cada uno de los movimientos de la artista nacida en Estocolmo.

Honey tal vez no resulte tan rompedor como sus anteriores trabajos, en parte porque su fórmula de sonido dance, efectivos ritmos 4×4, enormes melodías y letras abiertamente sentimentales está hoy mucho más asimilado. En cualquier caso creo que no está en el ADN de Robyn la vocación exploradora tanto como -en la línea de sus compatriotas Abba en su momento- regalarnos píldoras de pop perfecto con un alto componente de melancolía. Y en Honey, desde la apertura con “Missing U” hasta el cierre de “Ever Again” -en la que se nota la mano del Metronomy Joseph Mount- y pasando por la canción titular que avanzó hace un año en la tragicomedia televisiva “Girls”, vuelve a haber unos cuantos temas que se disuelven como un caramelo ácido en la boca y nos dejan una explosión de sabor.

WILLIAM BASINSKI & LAWRENCE ENGLISH

“En medio del camino de nuestra vida me encontré por una selva oscura, porque la recta vía era perdida”, escribió Dante Alighieri. El verso, con el que se abre La divina comedia, hace referencia a la senda del pecado. Dos de los grandes sound-makers de nuestro tiempo, ambos con una edad que roza el crepúsculo mas que el ecuador de su recorrido vital, toman inspiración en esos versos para una colaboración que se desarrolla en cuatro movimientos y que se ha llevado a cabo a lo largo de aproximadamente un lustro de trabajo conjunto a partir de encuentros en diferentes puntos del planeta: Zagreb, Los Angeles, Hobart…

A pesar de que “Selva oscura” da título al álbum en realidad este disco está compuesto por ésta y por otra pieza, Mono no Aware. En ambos casos la estructura remite a la repetición que caracteriza a toda la obra de Basinski. English por su parte aporta una profundidad sonora acongojante.

El disco está dedicado a la figura de un amigo de ambos, Paul Clipson, “cuya obra celebraba lo maravilloso de perderse en experiencias que exceden lo cotidiano”. Pura selva oscura…