El poder. En este día, 24 de mayo de 2020, celebramos el Séptimo Domingo de Pascua con la Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy de San Mateo (28, 16-20): “Los Once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces Jesús se acercó a ellos y les dijo: ‘Me ha sido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado, y sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. En estas últimas instrucciones de Jesús está condensada la misión de la Iglesia apostólica. El Cristo resucitado y glorioso ejerce el poder sin límites que ha recibido de su Padre Dios tanto en la tierra como en el cielo. Los discípulos reconocen en Jesús ese poder y se postran en señal de adoración. Ellos ejercerán el mismo poder en nombre de Jesús a través del bautismo y la catequesis a los nuevos cristianos. Su misión se transforma en universal después de haber sido anunciada al pueblo de Israel, como lo pedía el plan divino. La salvación debe ser en adelante ofrecida a todas las naciones y en esta obra de conversión universal, por difícil y laboriosa que pueda ser, el Resucitado estará vivo y operante con los suyos.

 

   La misión. Al retornar Jesús al seno del Padre, de donde había salido para el cumplimiento de su misterio pascual a través de su Encarnación, Muerte y Resurrección, y al manifestar que le ha sido dado todo poder en la tierra y en el cielo, encomienda a su Iglesia, encabezada por los Doce Apóstoles, la misión de continuar su tarea salvadora. El bautismo, como sacramento de la fe, es el signo de la adhesión al Evangelio y de la pertenencia al Señor. Para recibirlo se necesita creer en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, tal como Jesús lo ha revelado, y cumplir los mandamientos de Cristo y del Decálogo, practicar la justicia, la misericordia y el amor al prójimo. El discípulo debe concretizar su fe en la vida diaria y cumplir la voluntad del Padre como lo hizo Jesús: “Quien hace la voluntad de mi Padre celestial es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mt 12, 50)”. Actualmente, quienes somos discípulos misioneros cristianos estamos llamados a vivir plenamente la experiencia del encuentro con Jesucristo y anunciarla, con alegría y entusiasmo, por medio de la evangelización y la catequesis.

La Ascensión. El sentido de esta solemnidad lo sintetizan la Oración Colecta y el Prefacio propio de esta misa. La Oración dice: “Llena, Señor, nuestro corazón de gratitud y de alegría por la gloriosa Ascensión de tu Hijo, ya que su triunfo es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, que es nuestra cabeza, tenemos la esperanza cierta de llegar nosotros, que somos su cuerpo”. Por su parte, el Prefacio complementa: “Porque el Señor Jesús, rey de la gloria, triunfador del pecado y de la muerte, ante la admiración de los ángeles, ascendió hoy a lo más alto de los cielos, como mediador entre Dios y los hombres, juez del mundo y Señor de los espíritus celestiales. No se fue para alejarse de nuestra pequeñez, sino para que pusiéramos nuestra esperanza en llegar, como miembros suyos, a donde él, nuestra cabeza y principio, nos ha precedido”. La Ascensión conserva el simbolismo bíblico de la cuarentena: como el Pueblo de Dios anduvo cuarenta años en su Éxodo de Egipto hasta llegar a la tierra prometida, así Jesús cumple su Éxodo Pascual en cuarenta días de apariciones y enseñanzas hasta el momento de su retorno al Padre. La Ascensión forma parte del único Misterio Pascual de la Muerte y Resurrección de Jesucristo y expresa principalmente la dimensión de exaltación y glorificación de la naturaleza humana de Jesús, como contraste a la humillación de su Pasión y muerte en la Cruz.

 

+Hipólito Reyes Larios

Arzobispo de Xalapa

 

Foto de Elsbeth Lenz