Me han diagnosticado cáncer. Por Pedro Chavarría. 21 X 24.
Sin duda es una situación terrible y nadie querría pronunciarla. La idea más arraigada es que
se trata de una sentencia de muerte, pero como habremos de plantear y demostrar, veremos
que no es así necesariamente. La verdadera sentencia de muerte nos la han impuesto a todos
desde el momento en que nacemos, y que sepamos, nadie ha escapado. Pero la clave está en
otro lado: ¿cuándo voy a morir? Afortunadamente nadie lo sabe, así que todos podemos vivir
más menos tranquilos suponiendo que falta mucho. Y cada vez se acerca más a la realidad.
Los avances sanitarios y médicos vienen prolongado la vida cada vez más. He puesto en
primer lugar los avances sanitarios pues estos, como agua limpia, drenajes, vialidades,
manejo de basura y limpieza de calles, aportan mucho más de lo aparente en pro de la salud.
Los avances médicos no vienen a la saga, pero sin los avances de limpieza y orden en las
ciudades, ciertamente tendrían mucho menos impacto. En el caso del cáncer, podemos
centrarnos en los avances médicos.
Lo más importante, sin duda alguna, ha sido comprender la enfermedad, de este modo se
pueden ir atacando las raíces, en lugar de podar algunas ramitas si queremos acabar con la
enfermedad misma y que no retoñe. Ha resultado una enfermedad muy difícil de eliminar,
pero cada vez más nos acercamos a su control, más que a erradicarla, por lo que veremos más
adelante en este escrito. Por lo pronto, hay que saber que ha perdido gran parte de su potencial
maligno.
La palabra “maligno” ha tenido un fuerte impacto en el público desde que se asoció al
pronóstico de esta enfermedad y desde que se relacionó con una lucha: “la lucha contra el
cáncer”. Esta ha sido una comparación desafortunada, como se ha visto con el paso del
tiempo. Si alguien la va perdiendo, es decir, el cáncer avanza, ¿quién tiene la culpa? Lo
primero es desechar esa idea de las culpas, a menos que algo se haga intencionalmente, no
hay culpabilidad; en todo caso, responsabilidad, que siempre es relativa y compartida.
Sí, la persona debe hacerse responsable de su salud. Pero como sociedad, ¿la hemos
preparado para hacerlo? Es decir, ¿le hemos educado adecuadamente desde la niñez? Claro
que no, en México tenemos una gran deuda en cuanto a educación y a educación médica. Por
eso sigue arraigada la idea de que la delgadez es sinónimo de falta de recursos. Por eso la
errónea idea del pudor, que limita el acceso de muchas mujeres, y también varones, a
servicios médicos. Senos, ano-recto y vagina son elementos corporales cargados de gran
impacto social, cultural, psicológico, religioso y hasta económico, pero en lo tocante a la
salud, deberíamos estar preparados para despojarlos de todas esas cargas y verlos como
integrantes de nuestro cuerpo, a través de los cuales puede llegar la enfermedad.
Ciertamente se hacen esfuerzos importantes de difusión masiva para educarnos a todos:
campañas de detección oportuna del cáncer del cuello de la matriz, los meses rosas contra el
cáncer de mama y otros más. La lucha es de las autoridades políticas y sanitarias. El enfermo
no tiene que luchar, no hay lucha, al menos no una que pueda perder si sigue las indicaciones
médicas. En todo caso, la ciencia médica, que no los médicos, pierde batallas porque la
enfermedad es más compleja de lo que podemos comprender hasta hoy. Falta mucho por
saber. Pero al mismo tiempo, se van logrando avances.
Los tumores propios del cáncer, para no seguir hablando de “malignidad” se clasifican en
tres grandes grupos, según el potencial curativo del que disponemos: curables,
potencialmente curables e incurables. Primera observación: los incurables lo son porque no
nos da tiempo de tratarlos y/o no disponemos de las estrategias adecuadas, sean quirúrgicas,
farmacológicas o radiantes. Pero cada día se hacen esfuerzos para superar estas barreras.
Eventualmente resulta una limitante: la económica. O no se pueden adquirir los equipos o
medicamentos, sea institucionalmente o a nivel particular, o el gobierno no ha invertido el
suficiente dinero para educar en salud.
De un modo u otro, los casos incurables son cada vez menos. Muchos llegan a incurables
porque no fueron adecuadamente manejados de manera oportuna: dos factores: oportunidad
y adecuación, en ese orden. La detección oportuna brinda una gran ventaja que no debe
desperdiciarse, lo cual no siempre es responsabilidad exclusiva del paciente, pues entran en
juego muchos factores que hacen muy compleja la situación. Estamos inmersos en un sistema
social dentro del cual damos y recibimos de manera desigual, lo que condiciona en parte
nuestro destino.
Mucho se puede hacer por evitar la aparición de estas enfermedades. El camino no es fácil y
el problema es que el beneficio no es muy aparente: sentirse bien se da por garantizado y
solo percibimos el cambio cuando enfermamos. Los estilos de vida saludable impactan más
de lo que parece: mantener el peso cercano a lo ideal –en términos prácticos, delgadez
moderada, sin exagerar-, alimentación balanceada, ejercicio moderado cotidiano, tratar de
controlar el estrés, sueño suficiente, autoexploración y vigilancia periódica de excretas (orina
y excrementos) y, desde luego, visita periódica a ciertos médicos: ginecólogo/urólogo, según
el género, odontólogo, oftalmólogo, cardiólogo y otros, según requerimientos personales.
El camino de la prevención y estilo de vida saludable es fatigoso porque no tenemos esa
educación desde niños. Después de 40 o 50 años de tener una rutina, no es nada fácil
cambiarla, sobre todo si parece no ser tan grave la amenaza: la persona sigue fumando y
parece que no pasa nada, pero sí pasa y eso es lo grave, que no se nota. Los diagnósticos
médicos van cayendo con el paso del tiempo y son como etiquetas de pesado plomo que nos
cuelgan al cuello y nos van cambiando la autopercepción: el paciente ya no se siente igual,
le han dicho que es “hipertenso”.
Parte del proceso educativo también debe abarcar a los médicos: la persona no “es”
hipertensa. “Tiene” hipertensión. Si algo es, eso no se quita, queda fundido con todo el ser.
Pero si algo tiene, eso se puede quitar, o al menos controlar y evitar que progrese, sea
hipertensión, diabetes o cáncer. Pequeños cambios, grandes resultados. Ud no es, Ud tiene y
se lo vamos a quitar, o al menos evitaremos los peores desenlaces, entre ellos las molestias y
el dolor, y seguramente que mucho más.
Es muy importante que en el caso del cáncer el paciente entienda que tiene por delante un
camino que recorrer. No es el diagnóstico lo que más debe preocuparle u ocuparle, sino todo
el proceso que se deriva de él, donde se requiere su participación decidida. Lo primero es
asegurarse de que entiende su situación, no su diagnóstico, que a fin de cuentas suele ser un
anuncio o ominoso. Lo importante no es lo que ya perdió (la salud), ni lo que adquirió (una
enfermedad potencialmente grave), sino los recursos que puede tener a su favor y el
compromiso que debe asumir para cumplir el esquema de atención que le propongan.
Siempre recibirá propuestas y la mejor decisión será la que él tome.
En muchos casos el esquema de atención pasa por una serie de pasos que deberían seguirse
en orden. Generalmente todo inicia por dos estrategias básicas: confirmación del diagnóstico
y complementación del mismo, es decir, qué grado de afectación presenta en todo su
organismo, de modo que se pueda ajustar el abordaje terapéutico. A veces esto implica una
serie de estudios, con los consiguientes desplazamientos, arreglo de citas, esperas, molestias
y otras consecuencias poco agradables, por no hablar de la angustia esperando resultados y
noticias.
Los tratamientos actuales son complejos y habitualmente combinan cirugía, quimioterapia,
radioterapia y a veces hormonoterapia. Muchas veces la idea central del paciente es que le
extirpen el infame tumor, pero esa no siempre es la mejor estrategia, a veces es la peor. El
tratamiento se sujeta a protocolos, es decir, estrategias ordenadas que han demostrado ser
exitosas cuando se han estudiado científicamente. Ya pasó la época de un solo médico ante
la enfermedad. Hoy en día el trabajo es en equipos multidisciplinarios donde no solo se
cuentan cirujanos, oncólogos médicos, radioterapeutas, sino también psicoterapeutas,
nutriólogos, cardiólogos, anestesiólogos, algólogos, rehabilitadores y otros.
A los afectados se les ofrecen los mejores protocolos disponibles, más allá de ocurrencias o
experiencia personal del médico. Actualmente los estudios de investigación se hacen a nivel
internacional, multicéntricos y con miles de pacientes, lo que claramente supera la
experiencia personal de cualquier médico por sí mismo; los resultados se publican y
cualquiera interesado tiene acceso a ellos.
Parte muy importante para planear el abordaje es el estudio y atención de comorbilidades, es
decir, qué otras enfermedades y limitaciones tiene la persona y con qué redes de apoyo cuenta
(seguridad social, familiares acompañantes y cuidadores, apoyo espiritual, amistades,
sociedades y otros apoyos). La evolución del paciente está muy influida por múltiples
factores y con frecuencia los malos desenlaces están relacionados con el deterioro que
imponen enfermedades crónicas, como hipertensión, aterosclerosis, diabetes, daño pulmonar
por tabaquismo o hepático por alcoholismo.
Esperamos de los pacientes con cáncer que estén atentos a su enfermedad, que sigan las
instrucciones, que se hagan los estudios, que acudan oportunamente a sus citas, tomen los
medicamentos e implementen los cambios en el estilo de vida que les hayan señalado, y sobre
todo, que mantengan el buen estado de ánimo, que la tristeza y la depresión solo lastran a
ellos y a sus familiares y amigos. No menospreciar el impacto positivo que el apoyo
psicológico y espiritual puede tener. La derrota y los malos desenlaces empiezan en la mente
del paciente pesimista. Valga no hacerse falsas ilusiones de curas milagrosas instantáneas.