Nuevas compañías. Por Pedro Chavarría.

El ser humano es un ser gregario y se acepta que se desarrolla plenamente como hombre solo en tanto que es civil. La sociedad es fundamental para todos nosotros. La compañía ejerce efectos por vía misteriosa, pero finalmente impacta en muchas áreas de la salud, y no solo mental, sino también física. Un factor de riesgo para adquirir enfermedades graves, como las cardiovasculares, que pueden matar a cualquiera en cualquier momento y en poco tiempo. Debería haber un sustrato previo, pero muchas enfermedades coronarias se mantienen estables y el paciente sin síntomas, hasta que repentinamente la situación se agrava y la persona entra en crisis y puede morir.

El aislamiento social afecta profundamente. Se han hecho estudios con viudos y estos fallecen antes que sus contrapartes que conservan a su pareja. El apoyo familiar es invaluable, sin embargo, no siempre está al alcance. En algunos casos las relaciones no son buenas y esto distancia a los integrantes de la familia. También es cierto que malas relaciones familiares pueden causar mucho daño, en especial a los niños. En el otro extremo de la vida, las personas mayores se tornan vulnerables y dependen del apoyo de sus parientes, sobre todo de los más cercanos.

El ritmo de vida que llevamos, cargado de intensa competencia y estrés,  impone cambios intrafamiliares que impactan a los más vulnerables: niños y ancianos. En ambos grupos el acompañamiento en traslados, trámites, consultas y otros, es muy necesario y no siempre hay quienes tengan tiempo y disposición para acompañar, apoyar, proporcionar cuidados generales, alimentación, vestido y distracción. Llevar a los niños a la escuela y a varias actividades extraescolares, deportivas o artísticas se vuelve una necesidad difícil de cubrir. En el caso de personas mayores la situación es similar.

El rendimiento académico de los escolares en los primeros cinco a diez ciclos, según el caso, se nota. Algunos niños no requieren apoyos ni reforzamiento, pero otros sí. Entre estos habría muchos con rendimiento francamente deficiente, pero muchos no requieren más que disciplina, que suele venir de la mano de un padre, tío o abuelo que acompañe y guie mínimamente. El cariño y la comprensión en el acompañamiento puede obrar grandes diferencias en el aprovechamiento escolar. Ante niños con bajo rendimiento, hay que averiguar con qué apoyos familiares cuentan.

La gran mayoría de las personas, desde niños, cuenta con un nivel de inteligencia dentro de rangos normales. No se necesita más y a veces hasta los que están en puntos limítrofes logran salir adelante con un poco, o mucho, de apoyo familiar. Es difícil que un niño entienda lo que significa estudiar, y más aún que sepa y pueda hacerlo. No es raro que los niños lleguen hasta la universidad sin haber entendido lo que es estudiar y no saben hacerlo. El apoyo familiar es un pilar fundamental que puede sacar adelante a estas personas, pero no siempre hay quién, ni quién tenga tiempo.

Tenemos el caso típico de la lectura. Jóvenes y adultos que no saben leer, que si lo hacen en voz alta, nadie les entiende, y ellos tampoco. Si de niños no son guiados por un familiar amoroso que lea con ellos, les dramatice las lecturas, haga voces para cada personaje y adopte actitudes relativas a lo que se lee, el niño se aburre con la lectura y la televisión y el juego electrónico so más fáciles y entretenidos, de modo que no aprenderán a leer, aunque lean.

En el caso de los ancianos, la alimentación, aseo y cuidados generales, como procurar ropa adecuada, brindar compañía y distracción, son actividades que operan notablemente en favor de la salud de una persona y un familiar bien puede cubrirlas cuando no requieren cuidados especializados que solo una enfermera o médico puede proporcionar. Cuenta más la disposición y cariño que la competencia técnica. Desde luego que los casos complicados requieren intervención profesional y/o adiestramiento específico de los cuidadores.

Cuidador es un término que encierra una gran carga, física y emocional, sobre todo cuando se trata de familiares. No cualquiera puede ser cuidador y en algunas circunstancias conlleva riesgos y daños a la salud, como nos recuerda el refrán: “El enfermo se alivia y el cuidador enferma o muere”. Por ellos es muy importante construir redes de apoyo, lo que cada quien va logrando según los familiares con los que cuente y su capacidad para relacionarse con otras personas. De ahí la importancia de no aislarse social ni familiarmente.

En el momento que se necesitan cuidadores, o al menos colaboradores, es básico haber construido redes de apoyo, preferentemente familiares, o bien amistades; en todo caso se puede recurrir a servicios institucionales públicos o privados. Estos últimos en ocasiones deben ponerse en juego cuando la dinámica familiar se ve trastornada por las atenciones que se deben proporcionar al enfermo, o dependiente, como sucede con personas mayores con limitaciones de movilidad o coordinación neuromuscular.

Tradicionalmente la esposa (o) y los hijos reciben la encomienda y esto facilita la aceptación por parte del dependiente. Cuando se contratan personas ajenas a la familia, la situación puede complicarse, pues no siempre el enfermo las acepta, independientemente de la carga económica. Con frecuencia los familiares cercanos, en quienes naturalmente recaería la responsabilidad de tornarse cuidadores, no es factible cuando estos realizan actividades laborales que les obligarían a desatender sus trabajos, o bien dejarían de atender a sus hijos, o bien no podrían soportar la carga dadas sus propias condiciones de salud o edad avanzada.

En países más desarrollados los asilos públicos o privados, resultan un recurso muy aceptable y aceptado, pero en nuestro país, por diferentes tradiciones culturales, esto es mal visto, tanto por el público, como por el propio sujeto que requiere cuidados. En México estamos en tránsito hacia esta modalidad de cuidados, así como ha pasado con los servicios de velación tras la muerte. Cada vez más se recurre a funerarias, si la economía lo permite, y ello facilita el proceso de duelo. Velar a un familiar en casa deja una huella emotiva muy profunda, igual que mantener a un enfermo crónico grave o terminal. La institucionalización tiende a desplazar a lo familiar.

Acorde al período de vida de los humanos, cuya esperanza alcanza ya los 80 años en algunos países, eventualmente más personas cada vez requerirán apoyo para mantenerse en condiciones aceptables. Las enfermedades crónicas han venido en aumento y producen diferentes discapacidades que obligan a emplear recursos adicionales a lo habitual, como son necesidades de medicamentos, equipos de apoyo y traslado, alimentación especial  y, no olvidarlo, acompañamiento y entretenimiento, a fin de evitar en lo posible la depresión, que suele complicar la evolución de muchas enfermedades y del propio envejecimiento.

Los cuidados proporcionados por humanos se complican cada día más.- atrás quedaron los tiempos en que solo el padre trabajaba y la madre se encargaba de la administración doméstica y del cuidado de los hijos. Hoy en día ni alcanzan los ingresos, ni es deseable limitar a las mujeres a solo actividades domésticas. De este modo padre y madre trabajan y ello limita las posibilidades de cuidado de hijos y familiares mayores. La asistencia social pública y privada ha jugado un papel cada vez más importante: desde escuelas, guarderías, orfanatos, asilos, hospitales, funerarias y salas de velación y otros servicios se han vuelto muy necesarios, cuando no indispensables. La casa dejó de ser el lugar de aprendizaje para la vida desde hace mucho, de lo que se encarga la escuela. Al hogar le queda la educación general y para la convivencia pacífica y cooperadora.

También la tecnología ha venido interviniendo cada vez más. Recordamos el caso de los tamagochis, mascotas virtuales que proporcionaban ciertas interacciones con los niños a fin de paliar un poco su soledad. La televisión ha producidos medios de entretenimiento, además de otros supuestamente educativos, al tiempo que han desplazado a los periódicos como medios informativos. Actualmente vemos cómo las redes sociales y los recursos poscomputacionales, como teléfonos celulares y tablets, han desplazado a la televisión y ocupan grandes espacios de tiempo de cada vez más personas, para bien y para mal.

Y muy recientemente aparecen los nuevos recursos tecnológicos: los robots humanoides. Otros robots, como los industriales y los rudimentarios de servicio doméstico, como las barredoras automáticas, tienen menor impacto en la vida emotiva de una familia. Pero los humanoides se han tornado cada vez más realistas, dotados de caras y piel sintética de aspecto muy natural, capaces de interactuar y sostener conversaciones y desarrollar múltiples tareas. Circula un video de Elon Musk donde un robot humanoide le corta el pelo. Si ya realizaban operaciones quirúrgicas, no debía sorprendernos que puedan usar tijeras y cortar el pelo.

Pero, más allá de funciones utilitarias, aparecen otras. Por ejemplo, apoyo para suministrar medicamentos, evaluar el estado de salud de una persona monitoreando sus constantes vitales e incluso interviniendo para corregirlas. No es descabellado pensar en un robot que esté monitoreando, sin extraer sangre, los niveles de glucosa de una persona y aplique dosis de insulina según requerimientos. Si ya manejan autos y tienen menos accidentes que los conductores humanos.

El acompañamiento por un robot capaz de charlar, contar historias, controlar medios audiovisuales, establecer llamadas telefónicas, enviar informes médicos tras análisis de orina, saliva y otros, de monitorear patrones de sueño y más, resulta altamente deseable. Más cuando estos humanoides son de tamaño natural, diseñados con increíbles rasgos estéticos, incluso a pedido del consumidor y quizá, eso no se ha difundido, pero no está lejos de sus demás atributos, capaces de entablar relaciones corporales sexuales y de otro tipo. Todo esto hace pensar que muchas personas querrían una pareja robótica, ya sea como compañía, o como tutor académico. Incluso ya hay híbridos robot-medio de transporte.

Pensemos en un robot entregado bajo pedido específico: género, rasgos faciales, tamaño, capacidades concretas, dispuesto siempre a complacer, que no dice no, que no se cansa, capaz de adoptar las actitudes que se le indiquen, que nos diga lo que queremos oír y nos atienda como queramos, sin tener que preocuparnos si ha comido, dormido o se siente mal, o sencillamente no esté de humor para tolerarnos. A todas luces no es un ser humano, pero lo simula muy de cerca y podría existir la tentación de elegirlo como pareja o acompañante.

Las relaciones interpersonales son complejas, pero, justamente, eso nos mueve a ser mejores, a pensar en el otro, a amar. Un robot sería el “esclavo perfecto”, capaz incluso de llevarnos la contra si se lo pedimos, o de “educar” a nuestros hijos: “…a mi no me preguntes de eso, ahí está –nombre del robot-, pregúntale a él/ella”. Parece un paraíso, pero es como aquello de pedirle favores al diablo. Recordemos el caso de Fausto y Mefistófeles. Se me ha quedado grabado el episodio de cuando Fausto expresa cómo le gustaría tener una casita como una que está viendo. Al poco, Mefistófeles le anuncia que ya puede instalarse. Fausto rebosa de alegría, pero se da cuenta que es justamente la casita habitada por unos ancianos. Fausto e entera que Mefistófeles los asesinó para satisfacer su deso.

La tecnología nos ofrece grandes maravillas, pero muchas llevan tras de sí costos ocultos muy altos que acaso no siempre queramos o debamos pagar, como el chatGPT y otros; yo podría instruirle a que hiciera un escrito de tres cuartillas y unas 2,000 palabras y me lo entregara para que yo lo publicara a nombre mío en esta columna. ¿Serían mis ideas, o las de la máquina, si es que se les puede llamar ideas-? Las relaciones interpersonales nos hacen humanos. No sabría cómo catalogar las relaciones humano-robot, ni a dónde nos llevarían. Por mucha comodidad y ventaja que aparenten, prefiero “sudar la camiseta”. Cada quien puede tomar su decisión.