Mentira, lo nuestro siempre fue una mentira, una piadosa, pero cruel mentira; esas palabras bellas que se dicen y dejan en el fondo cicatrices. Mentira, tu vida siempre ha sido una mentira; una vulgar y estúpida mentira; y yo que me creía en tu destino, no fui sino una más en tu camino.

Canción que no pierde vigencia ni pasa de moda, porque se revive con mayor fuerza e intensidad cada vez que alguien resulta lastimado por un(a) profesional de la mentira. Se canta con dolor y coraje pero en el mensaje queda una certeza de resignación y hasta de aceptación.

La hemos cantado los mexicanos cada que pasa el proceso de campaña que hacen los políticos aspirantes a un puesto de elección popular, porque de tantas cosas que prometieron pocas o ninguna cumplieron; y cómo hacerlo si en el discurso electorero se excedían en ofrecimientos, algunos absurdos e inalcanzables pero que les representaban fuertes aplausos del populacho, inducidos por sus cómplices de campaña.

Pero todo apunta a que lejos de ser un defecto, ser un profesional de la mentira es una virtud que reconocen los partidos políticos al postular a sus candidatos, porque saben que le dirán al pueblo lo que el pueblo quiere escuchar: “una piadosa pero cruel mentira”, que le redituará al partido en votos y en poder.

Hay algunas mentiras ingeniosas, otras sólo simples mentiras, pero también las hay absurdas y hasta ofensivas, que se vuelven la vulgar y estúpida mentira, que son las que no creen ni los propios mentirosos.

La variable de éste año tiene que ver con una tendencia a hablar menos y bailar más, como para ser juzgados como pésimos bailadores y menos mentirosos. Ahora la guerra es de “verdades” que forman parte de la estrategia contraria al sacarle los “trapitos al sol” al candidato opositor. Todos tienen cola que les pisen y con eso queda asegurado el show de basura y descalificaciones.

Lo lamentable es que al electorado sólo le dan una silla en las primeras filas del ring, su torta de jamón y su jugo artificial de naranja; para que elija en su oportunidad al menos malo, menos corrupto, menos calabaceado o simplemente al más mentiroso.

Prometer mejores sueldos, vales a los empleadores, calles, banquetas, mejorar la vialidad, mejores oportunidades para los jóvenes, nuevo rumbo, justicia para el campo, etc., no representan absolutamente ningún compromiso. Todos lo dirán porque saben que eso quiere oír el pueblo.

Algunos candidatos ya lo hicieron en el pasado; le mintieron con total descaro a sus electores y hoy ya no lo recuerdan y confían que el pueblo tampoco lo haga. Y si a alguno se lo recuerdan o se la recuerdan, con ignorarlo es suficiente.

Pero si se tratara de elegir al cirujano que atenderá el parto de nuestra esposa o de nuestra hija, aceptaríamos al mentiroso que en su vida ha tomado un instrumento médico?; o si de elegir a quien construya la casa de nuestra familia con los ahorros de toda una vida de esfuerzos y sacrificios, votaríamos por el mentiroso que jamás ha tomado una pala y jamás se ha ensuciado sus manitas?.

Tratándose de vidas y de bienes patrimoniales personales, estoy seguro que lo pensaríamos más de dos veces antes de elegir; y cuando se trata de diputados federales que deciden sobre la vida y patrimonio de todos los mexicanos, debemos asegurarnos de que no rebuznen, que sean honestos, con capacidad probada y comprobable para el encargo que pretenden y que en su historia laboral no hayan dejado un mal precedente de dejar tirado el trabajo.

Los profesionales de la mentira están en campaña; algunos están verdes y seguramente no madurarán, pero hay otros que ya tienen historia, negativa o positiva, con viejas mentiras que si se las volvemos a creer, sólo nos quedará reunirnos a cantar con dolor “mentiras”. Porka miseria.

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